El sitio de Raúl Trejo Delarbre

Exuberancia mediática en

la era de El Gran Hermano

 

Raúl Trejo Delarbre [1]

Participación para la mesa redonda “La convergencia y la sociedad. Retos sociales de los nuevos medios” en el congreso Convergencia de medios: oportunidades para el acercamiento entre Europa y América. Palacio de Congresos, Madrid, 14 de mayo de 2001.

 

Desbordado océano de información

La información satura, inunda y abruma a la sociedad contemporánea. No solo contamos con una cantidad de datos mayor a la que jamás tuvieron acceso, juntas, todas las generaciones que nos precedieron. Además producimos mucha más información de la que estamos siendo capaces de catalogar, entender y aprovechar. Los investigadores Peter Lyman y Hal R. Varian de la Universidad de California en Berkeley [2] estiman que si se suma la información contenida en todos los libros y periódicos, programas de televisión y radio, productos audiovisuales, páginas web, correos electrónicos y otras fuentes de datos, cada año se producen 250 megabytes de información por cada habitante de este planeta. Eso equivale, en números gruesos, a 50 veces las obras completas de Shakespeare o 30 segundos de la información, en formato digital, de un video de alta resolución.

   Cada año el mundo produce entre uno y dos exabytes de información única [3]. Eso significa, más o menos, 200 mil veces la colección completa de la Biblioteca del Congreso en Washington, es decir, una cantidad superior a 24 billones de documentos que incluirían 3 billones y medio de libros, medio billón de grabaciones y 2 billones y medio de fotografías, entre otros materiales [4].

   Ese océano de información constituye uno de los mayores desafíos contemporáneos. No basta asombrarnos, como tampoco es suficiente paralizarnos delante de él.

   Las nuevas tecnologías de la información han hecho posible la producción y propagación de esa abrumadora exuberancia de datos, aunque todavía no son suficientemente empleadas para catalogarla y permitirnos discriminar al interior de ella. Se calcula que de toda la información que se produce en el planeta más del 93% se encuentra en formato digital [5], es decir, ha sido posible gracias al desarrollo de los ordenadores y la Internet. Ese repertorio de registros originales está compuesto por películas, videos, fonogramas, diarios y revistas, mensajes personales, documentos en soportes de toda índole que acotan, y a menudo definen, el contexto de la vida humana contemporánea.

 

Identificar la especificidad de cada medio

La Convergencia de los medios más propagados en nuestras sociedades es posible gracias a la creciente digitalización de los mensajes que, por añadidura, ha facilitado la difusión de contenidos en gran escala. Pero, como mucho se ha deplorado, esta sociedad de la información que estamos construyendo no necesariamente es una auténtica sociedad del conocimiento. Tener acceso a más informaciones no conduce de manera ineludible a entender, disfrutar o mejorar nuestras vidas y nuestro entorno. La sofisticación y la expansión de las tecnologías en este ramo no asegura que tengamos una mejor comunicación. El desarrollo tecnológico constituye el sustrato sobre el cual podemos edificar tanto las ramificaciones de un aparato mediático que irradie banalidades y datos prescindibles, como un sistema de información que lo mismo apuntale el conocimiento que el entretenimiento y la superación de la sociedad.

   Televisión, teléfono e informática, imbricados en plataformas cada vez más accesibles, permiten alcanzar más rápido una mayor cantidad de datos sin que la lejanía sea un factor definitorio en la velocidad o la calidad con que recibimos esa información. Los parámetros con que apreciamos el tiempo y la distancia tienden a ser modificados por esa revolución comunicacional.

   Ahora es posible reconocernos como parte de un entorno global aunque nuestras prioridades sean locales, de la misma manera que podemos cumplir la divisa que recomienda pensar local y actuar globalmente. El problema para quienes se comunican o reciben mensajes en el contexto de la nueva mundialización –ya sea en pos de entretenimiento o enseñanza, lo mismo que para hacer negocios o entenderse con otras personas– radica en tener instrumentos y pautas para desbrozar y elegir aquello que les resulta provechoso en medio de contenidos mayoritariamente pueriles, así como poco o nada útiles.

   Mucha información no es necesariamente mejor información. La oferta abundante de datos y posibilidades en materia de entretenimiento, educación o actualización en el conocimiento de nuestra circunstancia, solo puede ser aprovechada si contamos con instrumentos para elegir en medio de ese océano de opciones. Es preciso, para aprehenderla, que podamos catalogar e identificar la información que en ejercicio de nuestra libertad, preferencias e intereses apetezcamos utilizar.

   En esa tarea la combinación del ordenador y el televisor puede permitirnos emplear la Internet en busca de contexto acerca de lo que vemos en la televisión. Pero los límites de la convergencia se encuentran en la especificidad de cada medio. Es difícil pensar que alguien quiera revisar su correo electrónico en la pantalla del televisor, si además dispone del ordenador personal que permite mayor privacía. Muchos preferimos mirar los programas de televisión en la pantalla tradicional y no destinar a esa tarea el monitor de la computadora, la cual podemos emplear mientras vemos o escuchamos la TV. En Estados Unidos entre 1998 y 1999 la cantidad de gente que empleó la Internet al mismo tiempo que miraba la televisión aumentó de 8 a 27 millones [6]. Quizá más que buscar la fusión de los medios actuales, sería pertinente identificar las cualidades específicas de cada uno de ellos y encontrar las formas de relación complementarias, no su simple amalgama.

 

Lengua y disparidades en la Internet

El área en donde con mayor intensidad y diversidad se multiplican contenidos de toda índole es la Internet. Allí tenemos una abundancia de información que en su mayor parte se encuentra sin inventariar y que permanece casi desconocida. Algunas estimaciones consideran que desde 1996 han sido colocadas en línea más de 10 mil millones de páginas en la Internet [7]. Muchas de ellas han sido descontinuadas pero de las que siguen activas, hay una gran cantidad que no pueden ser encontradas en los motores de búsqueda usuales.

   El buscador más popular de la Red, ha logrado catalogar y guardar en sus respaldos más de mil 500 millones de páginas web (cabe recordar que un sitio en la Internet se compone de una o varias páginas). Se trata de una enorme cantidad de páginas pero que apenas alcanza a significar el 15% de todas las que, según se estima, han sido colocadas desde que la Red comenzó su expansión más acelerada hace seis años.

   Los buscadores más conocidos y con mayores inventarios informáticos funcionan ahora en varios idiomas y han logrado acaparar el interés de usuarios de la Red en todas las latitudes. Sin embargo se trata de motores de exploración concebidos y que operan con criterios que no necesariamente atienden a intereses de países como los nuestros. Seguimos sin contar con buscadores diseñados para explorar la Red en lengua española y que tengan amplia capacidad así como extenso aliento informático.

   Se estima que actualmente más del 7% de los usuarios de la Internet en el mundo son de habla española. Esa cifra indica un crecimiento importante porque hace menos de un año, los hispanohablantes en la red de redes éramos, según la misma estimación, el 5.4% [8]. No parece que ese crecimiento esté acompañado de una mayor producción de sitios web en español ni de instrumentos de búsqueda especializados en contenidos en nuestra lengua.

   Sería deseable que esos contenidos recuperasen la diversidad, la riqueza y la intensidad de culturas como las que tenemos en los países de habla hispana. Ubicados en el contexto global que ofrecen las nuevas tecnologías de comunicación, los contenidos locales pueden lograr nuevas formas de propagación y mutua influencia. Desde luego la construcción de sociedades en donde la perspectiva local sea enriquecida y no devastada por la comunicación global, exige acceso y adiestramiento suficientes para aprovechar las redes informáticas y mediáticas. En ese aspecto falta mucho por hacer. Mientras que en Alemania tiene acceso a la Red el 36% de la población, en Italia el 33%, en Francia el 26% y en España el 24% aproximadamente, en los países de América Latina el crecimiento de este recurso ha sido notablemente más lento. Hoy apenas el 10% de los argentinos, el 7% de los brasileños, el 5% de los venezolanos y el 4% de los mexicanos tiene acceso regular a la Internet [9]. Las conexiones y los ordenadores son indispensables pero no bastan. Es preciso que sus usuarios actuales y potenciales aprendan a emplear esos recursos de manera creativa y no solamente pasiva. Así podemos aspirar a que sean, además de espectadores, partícipes en el diseño de nuevos contenidos comunicacionales.

 

Necesario, el Estado regulador

De poco sirve disponer de mucha información si los contenidos de calidad son escasos. Tener contenidos útiles y creativos, independientemente de los criterios de calidad con que se les evalúe, constituye uno de los grandes retos para la expansión de los medios contemporáneos. Acaparar la audiencia con programas de gran espectacularidad sin duda es atractivo para cualquier medio de comunicación. Pero después del estrépito inicial los públicos, tarde o temprano, se preguntan qué les ha dejado la contemplación –por ejemplo– de varios individuos confinados a llevar durante varios meses una vida tan artificial como intensamente acechada.

   Ese, como cualquier otro modelo de televisión se encuentra sujeto a la tensión constante entre el interés mercantil y su atadura al rating y, de otra parte, el interés de los ciudadanos. En última instancia, esa relación desemboca siempre en las responsabilidades de los medios. Incluso en una economía regida por las pulsiones del mercado más salvaje y precisamente porque esa voracidad mercantil existe, resultan necesarias las fuentes de moderación y responsabilidad que se encuentran en la autorregulación y las leyes.

   Para los medios siempre es útil ceñir sus contenidos a parámetros éticos que reivindiquen el interés de la sociedad y no solamente la avidez por el rating. Las empresas mediáticas que se comprometen con principios de esa índole resultan más confiables para los ciudadanos. Pero como  ninguna actividad que tenga repercusiones sociales puede autorregularse eficazmente a sí misma, también se precisa de leyes que definan y acoten el ejercicio del poder que tienen los medios de comunicación.

   Hoy en día parece haber quedado claro que, incluso en los modelos de organización política y social más dúctiles a las necesidades de expansión del mercado y sus capitales, hay tareas de regulación que solo pueden ser desempeñadas por el Estado.

   El Estado es inevitable. Todavía de cuando en cuando se escuchan voces que hablan de él como si fuese una maldición a la que es preciso exorcizar. Pero sintomáticamente, y eso vale tanto para individuos como para corporaciones, muchos de quienes descalifican al Estado se encuentran entre aquellos que se disputan el privilegio de encabezarlo o influir en él.

   La regulación estatal es uno de los recursos que tiene la sociedad para que sus intereses sean considerados en las decisiones que les afectan (entre ellas, el funcionamiento de los medios de comunicación). Ciertamente estos no son los mejores tiempos para el Estado, que a veces se encuentra tan escaldado por los cuestionamientos externos y por los abusos de quienes lo encabezan que pareciera destinado a ocupar un sitio marginal. Sin embargo, como apunta el pensador francés Alain Minc, el Estado: “Si persevera en su modo de ser, si quiere producir servicios, si se juzga protegido en su propia esfera e indiferente al mercado, está condenado. Si, por el contrario, toma conciencia de lo posible y acepta cambiar su oficio de productor por el más esencial de regulador, habrá de corresponderle un rol cardinal”. La disyuntiva es “o bien un mercado más o menos regulado, o bien un mercado desregulado, es decir, la jungla” [10].

 

Riesgos de la concentración mediática

   En el terreno de la comunicación, uno de los requisitos para propiciar contenidos congruentes con la heterogeneidad y los intereses de nuestras sociedades es la diversidad de opciones mediáticas. En la medida en que las decisiones acerca de qué se difunde y para quiénes, son tomadas desde distintas perspectivas y no solo una, las opciones de comunicación serán más variadas y los públicos podrán ejercer su libertad para recibir un mensaje u otro. Eso vale tanto para medios convencionales (como la televisión y la radio) como para la Internet.

   A veces esa diversidad de opciones queda limitada por la concentración de los medios de comunicación. Más que en torno a proyectos tecnológicos o a contenidos y mensajes, la convergencia mediática de la actualidad se desarrolla en el campo de las alianzas empresariales. Se trata de una tendencia internacional, relacionada con la expansión de la tecnología pero fundamentalmente con la asociación de capitales en su búsqueda de mayores o más fáciles rendimientos. Como parte de las fuerzas que mueven la economía contemporánea la asociación de firmas en la industria de las comunicaciones es una realidad inevitable. Pero tiene que estar circunscrita tanto por las reglas que hay en toda economía de mercado para evitar las prácticas monopólicas, como por normas específicas que propicien la pluralidad  y la responsabilidad en los contenidos de los medios de comunicación.

   En distintas latitudes se expresan preocupaciones fundadas ante los efectos que puede tener una concentración excesiva de los medios de comunicación. El profesor Lawrence Lessig de la escuela de leyes de la Universidad de Stanford, ha recordado el gran desafío que implica el papel dominante de unas cuantas empresas en el negocio de la música: “Un puñado de compañías controlan más del 80% de la música en el mundo. Esas compañías controlan no solo la distribución sino el mercado donde los artistas tienen que vender sus almas a una firma grabadora precisamente para tener el derecho a desarrollar música que se pueda distribuir”.

   El mismo autor considera que ese modelo económico pudiera estar siendo desplazado por el espacio de exposición y producción mediática que puede ser la red de redes: “Ese es el modelo del último siglo. Las razones económicas que podrían haber justificado esa estructura apretadamente controlada han desaparecido. La Internet puede sostener una competencia en la producción y la distribución mucho mayor que (si fuera posible con) las cinco compañías dominantes” [11].

   No hay motivo para que las grandes corporaciones mediáticas supongan que están al borde de la extinción. Pero sí para que no dejen de tomar en cuenta las nuevas tendencias del intercambio y la generación del conocimiento –y por lo tanto de mensajes y contenidos de toda índole– que se desarrollan en la Internet.

   La red de redes no sustituirá a los medios de propagación más amplia pero constituye lo mismo parte de su nuevo entorno que, aun de manera incipiente, un espacio en donde se manifiestan contrapesos y eventualmente opciones a los contenidos de los medios convencionales. Los grupos de observación de los medios, así como agrupaciones de consumidores de mensajes mediáticos y otras organizaciones civiles de ese corte encuentran en la Internet un espacio propicio, y cada vez más influyente, para expresarse y crecer.

   Observar a los medios por parte de la sociedad es tan importante como que las empresas de comunicación reconozcan que son observadas, con acuciosidad y ánimo crítico crecientes, por parte de la sociedad. Las nuevas tecnologías y el renovado ánimo deliberativo de nuestras sociedades nos permiten esperar que el desempeño de los medios y los contenidos que difunden sean escudriñados con atención e influencia cada vez mayores. Eso es preferible a la pesadilla orwelliana en donde había un Gran Hermano que todo lo acechaba. No nos referimos a la serie de televisión.

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[1] Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Columnista en el diario La Crónica de Hoy.  Página personal: http://raultrejo.tripod.com  Correos: rtrejod@infosel.net.mx
rtrejo@servidor.unam.mx

 

[2] Lyman, Peter y Hal R. Varian, "How Much Information", 2000. Tomado de http://www.sims.berkeley.edu/how-much-info , en mayo de 2002.

[3] Un exabite es un billón de gigabites o 1018 bites: 1 000 000 000 000 000 000.

[4]  Calculado a partir de “The powers of ten”:  http://www.ccsf.caltech.edu/~roy/dataquan/  y Library of Congress: http://www.loc.gov/today/fascinate.html

[5] Lyman y Varian, cit.

[6] “More people surfing while watching TV”:

 http://news.com.com/2100-1040-236906.html?legacy=cnet

[8] Global reach, http://www.global-reach.biz/globstats/index.php3 y Raúl Trejo Delarbre, “La Ñ en la Sociedad de la Información”:

http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/valladolid/informacion/ponencia/trejo_r.doc

 

 [9] Según los datos más recientes de Nua Internet Surveys:

http://www.nua.ie/surveys/how_many_online/index.html

[10] Alain Minc, www.capitalismo.net. Paidós, Buenos Aires, 2001, pp. 187 y 209.

[11] “Lawrence Lessig: The Dinosaurs´´ Are Taking Over”, Business Week Online mayo 13 2002: http://www.businessweek.com/magazine/content/02_19/b3782610.htm Lessig es uno de los pocos pensadores que se ha preocupado por las reglas en la Internet y la necesidad de que no entorpezcan el desarrollo de la libertad y la creatividad. Su libro más reciente es The future of ideas. The fate of the commons on a connected world. Random House, N.Y., 2001.