El sitio de Raúl Trejo Delarbre

 

Viviendo en El Aleph. La sociedad de la información y sus laberintos   

Gedisa, Barcelona, 2006. 249 pp.

Índice del libro

 

 

Presentación

 

 

 

 

   –¿El Aleph? –repetí.

   –Sí, el lugar en donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos... Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.

Jorge Luis Borges

El Aleph, 1949 

 

   El sitio panóptico y privilegiado que Borges imaginó en una de sus más espléndidas narraciones pareciera haber anticipado la prodigalidad de datos a los que se puede tener acceso en las sociedades informatizadas de nuestros días. Nunca antes la humanidad había dispuesto de tan abundante cantidad de información. Nunca, al mismo tiempo, la plétora de contenidos de toda índole que nos circundan había sido tan abrumadora y pasmosa. La Internet ha podido ser considerada como la versión extendida e irradiada de El Aleph imaginado por aquel memorable escritor bonaerense. La Red de redes hace de nuestro ordenador personal un banco de datos de capacidad virtualmente ilimitada. No todo lo que la humanidad sabe y hace se encuentra en esa contemporánea alfombra mágica, pero en ella tenemos a nuestro alcance más información y más miradas y concepciones del mundo que las que jamás estuvieron a disposición de nadie.

   La Sociedad de la Información tiene paradojas e insuficiencias que impiden cualquier entusiasmo incondicional ante su imponente oferta de contenidos. En ella seguramente no están todas las luminarias pero sí cantidades de documentos, en todos los formatos, que pueden aturdirnos y enceguecernos si no sabemos desbrozar entre ellos la información útil, de la prescindible. En muchas ocasiones no son luces, sino simplezas, desperdicios y sombras lo que encontramos al navegar por la Red. Y tanto la Internet como otros espacios de la Sociedad de la Información siguen estando limitados por la insuficiente cobertura que alcanzan dentro de nuestras sociedades. Así que los arrebatos que magnifican las capacidades de estas tecnologías de la información tienen que matizarse. Contamos con una inédita y en muchos sentidos prometedora opulencia de contenidos y posibilidades de intercambio de toda índole. Pero esos recursos no cambiarán por sí solos a la humanidad ni extirparán sus defectos y adversidades.

   A la Sociedad de la Información y de manera específica a la Internet se les puede comparar, por su extensión, con un insondable océano; por su diversidad, con un caleidoscopio; por su contenido y capacidad, con una inagotable biblioteca. Pero ninguna de esas figuras resulta suficiente para representar la variedad infinita de enfoques y visiones del mundo que podemos encontrar en los nuevos espacios de comunicación e información. Señales digitales, televisión por satélite, servicios en línea, inagotable oferta mediática, fronteras difuminadas por la capacidad de la información para propalarse y ensancharse, son algunos de los frentes en los cuales la Sociedad de la Información se diversifica al tiempo que su omnipresencia se afianza. No podemos negarla. Pero es temerario mitificarla.

   Quienes miramos televisión de cable o satelital, o aquellos que compramos en los almacenes o bajamos de la Red los éxitos musicales más recientes, alquilamos vídeos con frecuencia y utilizamos el correo electrónico, vivimos en la Sociedad de la Información. En muchas ocasiones esos recursos nos han ayudado para hacer mejor, o de manera más sencilla, parte de lo que ya hacíamos antes: consumir productos culturales, enterarnos de las noticias, comunicarnos con otras personas, etcétera. En otras, la información accesible a través de esos y otros medios ha cambiado parcial o drásticamente nuestras vidas. Gente que trabaja en casa o lejos de la oficina, que obtiene conocimientos y acreditaciones en sistemas de educación distancia, que se relaciona con personas que de otra manera no hubiera conocido e incluso la constitución de núcleos sociales que existen únicamente en el espacio de las redes informáticas, son algunas de las consecuencias de las capacidades de información e interacción que esas tecnologías hacen posibles. La Sociedad de la Información constituye un entorno tan insoslayable que es fácil suponer que todo el mundo disfruta de las mismas condiciones de quienes tenemos esas formas de acceso. Pero además, con frecuencia nuestras sociedades se sintonizan a esos recursos de información de manera tan mecánica e irreflexiva que no siempre los aquilatan y no siempre los aprovechan con la amplitud e intensidad que serían deseables. Mucha información, por lo demás, no implica necesariamente mejores condiciones para vivir o apreciar la vida.

   Este libro discute sin aclamarla, pero al mismo tiempo sin negarla, a la Sociedad de la Información. En las siguientes páginas nos ocupamos de la presencia global y regional, las dificultades para que arraigue en circunstancias locales muy diversas, la discusión internacional acerca de sus implicaciones y, especialmente, el significado real que los nuevos recursos de información tienen ya en nuestra existencia cotidiana.

   Viviendo en El Aleph comienza con un breve capítulo acerca de la disputa sobre las acciones necesarias para que los beneficios de la Sociedad de la Información lleguen a todo el planeta. A menudo intensa pero no siempre fructífera, esa deliberación está condicionada por intereses de corporaciones, gobiernos y grupos sociales que a veces solamente coinciden en reuniones a las que ellos mismos han convocado pero de las que no surgen decisiones suficientes.

   Un segundo capítulo reconoce el carácter controversial de la Sociedad de la Información como realidad, como proyecto de futuro y también, inclusive, como concepto. A fin de esclarecer de qué estamos hablando y de qué tamaño es la Sociedad de la Información, hacemos un recorrido a través de datos que precisan la cobertura así como las limitaciones técnicas y financieras que encuentra la propagación de estos recursos informáticos. Allí subrayamos la complementariedad que hay entre la Sociedad de la Información y la Internet. Cantidad y calidad en el crecimiento de la información, son evaluados en ese segundo capítulo tanto para subrayar deficiencias en las políticas informáticas de algunos países –entre ellos varios de América Latina– como para documentar la gigantesca expansión que ha experimentado la información de la que dispone la humanidad.

   Ese caudal de datos y contenidos así como la multiplicación de los mecanismos para acceder a ellos suscitan cambios materiales, pero sobre todo culturales y sensoriales, en las formas de relación con la realidad en el entorno constituido por la Sociedad de la Información. A glosar esas trasformaciones está dedicado el tercer capítulo, que es el más extenso, en este libro. Allí identificamos 20 rasgos de la Sociedad de la Información. La desigualdad, que es parte de la economía de mercado que impera en el mundo contemporáneo, a menudo se acentúa con la ausencia de políticas públicas para hacer más accesibles los recursos informáticos. La exuberancia de datos y contenidos se documenta en el crecimiento de la World Wide Web pero también en el carácter temáticamente infinito es esa telaraña informática. La irradiación de contenidos y formatos para reproducirlos define a la globalización contemporánea pero, también, implica la construcción de redes sociales y el alcance propagador aunque en ocasiones también devastador que pueden tener instrumentos como el correo electrónico. La omnipresencia es la existencia de accesos a la Sociedad de la Información por doquier, matizada por la disparidad en la presencia global de los medios, comenzando por la televisión y la telefonía. La ubicuidad nos permite alcanzar sitios geográficamente distantes sin movernos del ordenador con una libertad y flexibilidad que, sin embargo, pueden ser engañosas. 

   La velocidad modifica formas de socialización y apropiación cultural –allí hacemos una disquisición sobre las consecuencias del zapping delante del televisor– pero también conduce a un consumo superficial de información según se confirma en la manera como los internautas suelen detenerse ante las páginas web. La inmaterialidad está relacionada con las peculiaridades físicas del acopio y la transportación de datos y, así, con la frecuente pero discutible idea de que el ciberespacio constituye una dimensión al margen de la vida real y con asuntos muy materiales como los intereses financieros y los derechos de autor acerca de los contenidos que circulan por la Red. La intemporalidad expresa la modificación de los parámetros cronológicos convencionales y, en consecuencia, la caducidad que a menudo se atribuye a los asuntos de los cuales nos enteramos en la Sociedad de la Información. La innovación es resultado del desarrollo tecnológico pero también de afanes mercantiles que constantemente proponen actualizaciones y formatos distintos para conectarnos a la Sociedad de la Información. La volatilidad es una de las formas de incertidumbre –en este caso en el acopio y la disponibilidad– de contenidos que experimentamos en este nuevo entorno.

   Por multilateralidad entendemos la variedad pero además la concentración (que ejemplificamos acudiendo a la situación de la industria cinematográfica internacional) en las sedes globales de las cuales provienen muchos de los contenidos en la Sociedad de la Información. La libertad se expresa en la posibilidad de poner a circular contenidos de toda índole en la Internet aunque no así en medios de comunicación convencionales; su contraparte es la vigilancia a la que pueden estar sujetas nuestras andanzas en las encrucijadas de la Sociedad de la Información. Con la interactividad, a diferencia de los medios convencionales, los usuarios de las redes digitales pueden no sólo consumir sino además aportar información; sin embargo los internautas, por lo general, siguen teniendo un comportamiento fundamentalmente pasivo. La convergencia de artefactos y formatos distintos ha dado lugar al desarrollo de medios multi-funcionales que, con frecuencia, obedecen más al interés de lucro de sus fabricantes que a necesidades reales de sus posibles usuarios. La heterogeneidad se manifiesta en la circulación de los más diversos contenidos, inquietudes y temas a través de los espacios de la Sociedad de la Información.

   Multilinealidad es la existencia de caminos muy variados tanto en la arquitectura de la Internet como en las maneras de llegar a una información; en este apartado nos ocupamos de las capacidades y limitaciones motores de búsqueda así como de la similitud entre la Red y nuestras grandes ciudades. El enmascaramiento está relacionado con el juego de identidades que suele haber tanto en espacios de chat y videojuegos como en la implicación intensa, que hay quienes confunden con adicción, respecto de la Internet. Colaboración es atributo que se traduce lo mismo en acciones solidarias que en proyectos intelectuales que no serían posibles sin el soporte que proporciona la Red. Ciudadanía tiene tres implicaciones: el reconocimiento de pertenencia a territorios singulares en el universo informático, la visión cosmopolita que adquieren los usuarios de las redes y las implicaciones que la Sociedad de la Información pudiera tener en la consolidación del espacio público –sustento, a su vez, de la democracia contemporánea–. La información actualmente disponible, la capacidad para propagarla y cotejarla así como las condiciones que pueden desplegarse para la elaboración intelectual, cultural y científica, permiten que en ocasiones tengamos, además, producción y expansión de conocimiento.

   Esas son las 20 claves que propongo para entender a la Sociedad de la Información. Hoy en día la discusión de estos asuntos se ha extendido de manera plausible, aunque con frecuencia los enfoques para entender al entorno que conforman los nuevos medios de información resultan demasiado parciales. Hay quienes buscan comprender, estudiar o incluso descalificar a la Sociedad de la Información solamente desde el campo de la política, la comunicación, la sociología, la economía o la crítica de la cultura. En este libro se plantea una visión que intenta recoger aportaciones de esas y otras vertientes metodológicas pero sin los reduccionismos que, todavía, a menudo, tiene el tratamiento del tema.

   En 1996 se publicó mi libro La nueva alfombra mágica. Usos y mitos de Internet, la Red de redes [1] que fue uno de los primeros textos que, en castellano y desde una perspectiva hispanoamericana, buscaba comprender sin maniqueísmos las transformaciones, así como las insuficiencias, de ese ahora imprescindible recurso de información. Viviendo en El Aleph continúa aquellas reflexiones pero ahora en un contexto más amplio y exigente. La discusión y la elaboración sobre estos temas, tanto en el campo de la academia como en la prensa y desde luego en la misma Red, resulta ahora varias veces más prolífica, polémica y profusa de lo que era en la década anterior. Entre las mejores secuelas de aquel libro estuvieron las reacciones e interlocuciones de numerosos colegas en España y América Latina. Todavía ahora con alguna frecuencia recibo comentarios de jóvenes y estudiosos que lo han leído. Mis correos electrónicos [2] están abiertos para mantener ese intercambio, ahora con motivo del presente libro.

   Vivir en El Aleph. La Sociedad de la Información y sus laberintos ha sido escrito como parte de las tareas que desempeño en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. El amable interés de Editorial Gedisa, el respaldo del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa y muy especialmente la generosa y amable invitación del profesor Roberto Aparici para incluirla en esta colección hacen posible la publicación de la presente obra.

   Las referencias a Jorge Luis Borges [3], comenzando por el título, son algo más que homenaje y coartada literaria. No he sido el primero ni seré el último que encuentra en la obra de ese gran autor alusiones que nos permiten reconocer, anticipados, algunos de los trazos básicos que definen ahora a la Internet y a la Sociedad de la Información. El Aleph borgiano es hermosa metáfora y precursor aviso no sólo de la vastedad fabulosa de la Red de redes sino, también, de sus contingencias y paradojas. En la Internet podemos asomarnos a lo que escriben, opinan, quieren, contemplan y proponen muchos otros andarines de las redes electrónicas. Pero nuestros pasos también son identificables y escudriñables. En las redes informáticas y en el consumo mediático en esta Sociedad de la Información, así como cuando transitamos por nuestras ciudades crecientemente imbricadas con sistemas de supervisión digitales, podemos ver pero también somos vistos. El Aleph contemporáneo no sólo nos brinda una variedad infinita de ventanas a las más diversas realidades y expresiones. Allí además podemos ser observados. Igual que en El Aleph de Borges.

   De la misma manera que aquel crisol de realidades, reflejos y sueños, la Sociedad de la Información es un inmenso, intenso y polisémico laberinto. A ella se llega de múltiples formas, sus caminos se entreveran, las coordenadas espaciales y temporales se trastocan, a veces el sitio de llegada es de nuevo punto de partida, en otras ocasiones el recorrido se agota en la búsqueda misma más que en la consecución de una meta: también allí Borges nos ayuda. A cada paso en este libro nos apoyaremos en ese extraordinario escritor argentino en busca de claves para transitar por el laberinto que es hoy en día la Sociedad de la Información.

 

 

Granja de la Concepción, D.F., México,

otoño de 2005

 


 

[1] El libro lo publicó la Fundación Fundesco, en Madrid, en 1996. Una versión mexicana apareció ese mismo año en Editorial Diana. Tiempo después La nueva alfombra mágica se asentó en su sitio natural –es decir, en la Internet– en donde puede ser leída en varios sitios. Uno de ellos es mi sitio personal: http://raultrejo.tripod.com

 

[3] Todos los epígrafes, que espero sean entendidos como homenaje y de ninguna manera como abuso, han sido tomados de los textos compendiados en Jorge Luis Borges, Obras Completas. Emecé Buenos Aires Barcelona y México. Tomo I 1999, Tomo II 1999, Tomo III 1989 y Tomo IV 1996.