El sitio de Raúl Trejo Delarbre

Texto publicado en la revista Arcana, mayo de 2002

Big brother, big boring

El Gran Bostezo

Raúl Trejo Delarbre

 

A diferencia de otros países, en México la parodia de Big Brother ha tenido más éxito que la versión aparentemente auténtica. La caricatura montada por el cómico Adal Ramones se llevó audiencias, anuncios y aplausos cuando la versión “real” de El Gran Hermano comenzaba a suscitar bostezos e impaciencias entre los televidentes.

   El Gran Carnal se convirtió en inesperada aunque limitada opción para que Televisa se resarciera de la falta de ganancias (al menos en los montos que sus directivos esperaban) ante el relativo fracaso o el éxito limitado (todo depende cómo se le vea) de la versión mexicana de Big Brother.

   Cuando una encuesta de Reforma preguntó a televidentes del Distrito Federal cuál de las dos opciones, la real o la parodia les gustaba más, el 61% expresó su inclinación  por “El Gran Carnal”. Solamente el 22% dijo preferir el auténtico “Big Brother” (la encuesta apareció en ese diario el 23 de abril de 2002).

   El éxito del remedo pareciera ser un reconocimiento no solo a las capacidades histriónicas de Ramones y su elenco (la imitación que Consuelo Duval hace de Adela Micha satiriza con regocijante efectividad la arrogancia de esa conductora) sino a la decepción generalizada que Big Brother ha suscitado entre los televidentes.

   Las expectativas que Televisa y un poderoso aparato propagandístico establecieron alrededor de esa serie han tropezado con el profundo sopor que suscitan los litigios cándidos y baladíes en los que se involucran los moradores de la casa del Big Brother mexicano.

   En contraste con la desenvoltura con que se comportan los participantes en las ediciones de esa serie en otros países, nuestro Gran Hermano parece versión inocente y recortada de cualquier telenovela como las que presencian los televidentes en México. Los días transcurren en una monotonía que apenas es alterada por la esporádica visita de personajes artísticos y del deporte, o la improvisada incorporación de novedades como el temporal intercambio de uno de los mexicanos con un habitante del Gran Hermano español.

 

Voyeurismo esterilizado

A pesar de la selección que según se dijo fue difícil y extensa los inquilinos del Big Brother mexicano han sido, prácticamente todos, de una pesadez y una necedad ruborizantes. Sus conversaciones son planas, previsibles, aburridas. La contribución de los hermanos a la cultura nacional ha sido la constatación de cuán flexible y frecuente es el empleo de la palabra güey. Como íconos generacionales --que es uno de los nichos que pareció querer fabricarles Televisa-- han quedado muy atrás de cualquier paradigma relevante. Como protagonistas de un encierro en donde burbujearan las pasiones y el voyeurismo del respetable público se diera rienda suelta, el Brother  ha sido decepcionante.

   Las conversaciones insistentemente interrumpidas por el beep que se sobrepone a las palabrotas o a las expresiones que los censores entienden como tales, han sido otra de las creaciones involuntarias del Hermano mexicano. Televisa dice que censura los diálogos para cumplir con la ley que impide transmitir palabras consideradas altisonantes y por exigencia de la Secretaría de Gobernación. Las autoridades explican que deben cuidar el interés del público, especialmente porque la versión de Big Brother para televisión abierta no se transmite en horario para adultos. En todo caso quizá nunca el lenguaje informal, repleto de palabrotas y albures, ha tenido tanta propagación en México como ahora que sus ordinarieces son subrayadas con el velo sonoro.

   Big Brother nos ha enseñado a escuchar entre líneas y ese método también sirve para dilucidar los conflictos entre los habitantes de la casa. Lejos de explicitar situaciones escabrosas como esperaban los televidentes, en Gran Hermano las situaciones rijosas (en sus dos sentidos,  el libidinoso que es el correcto para emplear esa palabra y el alusivo al conflicto que es la acepción con que se suele confundir a ese término) son sugeridas más que presentadas de manera franca. La percepción de esas circunstancias es preciso complementarlas con la imaginación.

   El velo que cubre las palabrejas se extiende al video. Aunque en la casa del Gran Hermano hay más de medio centenar de videocámaras, las imágenes que pueden ver los espectadores son aquellas que han pasado por  el cernidor de los censores de Televisa. Lejos del ejercicio de exposición total de la cotidianeidad de los concursantes que se supone es la finalidad del programa, la versión que se hace pública tanto en la transmisión directa que solo se puede ver el televisión de paga, como en el resumen para la televisión abierta, han pasado por la selección de los supervisores.

   El gran hermano de la serie no es el público como se le hace creer con la fantasía de que puede ver todo lo que ocurre en la casa. El Gran Hermano es la televisión que no solo atisba cada movimiento de los concursantes y cada rincón de la casa sino que, además, solo nos deja ver aquello que deciden los operadores televisivos.

  

Pobreza visual, aburrimiento total

La expectación mediática y también los adversarios de la serie hicieron de Big Brother una suerte de bestia negra de la televisión mexicana. Sus promotores dieron rienda suelta a la especulación acerca del encierro de damas y caballeros cuya cotidianeidad e intimidad quedarían abiertas al escrutinio público. Sus impugnadores más activos, erigidos en custodios de las conciencias mexicanas, se refirieron a Gran Hermano como una Gomorra contemporánea. El grupo A Favor de lo Mejor le hizo a Televisa una propaganda inigualable al presentar a esa serie como una sarta de perversiones.

   Morbosos o curiosos (o si se quiere movidos por un inquisitivo afán sociológico) hubo quienes con tal de mirar las cuatro pantallas cuya indiscretas imágenes fueron ofrecidas en vivo, directo e ininterrumpidamente, se suscribieron al sistema SKY de televisión satelital. Otros, menos pretenciosos, quisieron conformarse con mirar las escenas en la Internet. La mayoría se resignó a la media hora diaria de apretada crónica de las jornadas de los hermanitos.

   Todos han salido decepcionados. Quienes han tenido tiempo y afán de entremetimiento suficientes para mirar Big Brother en el servicio satelital encontraron pronto que cada día sucedía lo mismo, es decir, nada. Sentarse frente al televisor para hacer zapping entre cuatro canales que muestran a unas tipas y unos tipos platicar de bagatelas, hacer lo que todos hacemos en nuestras casas y solamente de cuando en cuando manifestar impostados desplantes de rivalidad, tristeza, desapego o contento, llega a ser más aburrido que mirar a los vecinos por la ventana (con la diferencia de que casi nadie se pasa varias horas en espera de alguna extravagancia o imprudencia que nos dejen atisbar los inquilinos del edificio de enfrente).

   No les fue mejor a los internautas que de cualquier manera tienen que haber sido escasos ya que en la Red hay extravagancias a pasto. Mirar Big Brother en la Internet ha sido como ir a las funciones triples del cine Teresa para quedarse solamente en el vestíbulo mirando  pasar los automóviles que transitan por el Eje Central. En un espacio (o mejor dicho sucesión infinita de espacios) en donde abundan webcams que registran rarezas y audacias de todos los colores, El Gran Hermano mexicano ha sido una suerte de simulacro cándido y soso que no llega ni lleva a ningún lado porque su lógica circular se devora a sí misma.

 

Estereotipos y engañifas

En otros países El Gran Hermano ha sido una experiencia mediática con intensa participación de los ínter nautas. Los espectadores en la web pueden elegir entre las escenas de 30 cámaras o más. En cambio, como hemos recordado antes, la versión mexicana solo puso a disposición del público las escenas simultáneas de cuatro cámaras.

   El apetitoso sabor de la sorpresa que tan bien nos viene cuando descubrimos alguna de esas indiscreciones en la ventana de enfrente   y que es uno de los ingredientes del voyeurismo aficionado, no existen la experiencia con el Gran Hermano.

   Cuando miramos ese programa lo hacemos en busca de la intimidad electrónicamente develada de unos personajes cuyas vicisitudes no tendrían importancia alguna sino estuvieran sido registradas por las cámaras de televisión. Pero al mismo tiempo sabemos, o entendemos muy pronto, que los individuos que miramos en la serie no están viviendo sus existencias ordinarias sino que se trata de un espectáculo montado para la televisión. Lo que allí hagan y digan es, al menos parcialmente, resultado de un guión que explota los recursos más trillados de la construcción dramática.

   En Big Brother hay duros y sensibles, altaneros y humildes, avaros y desprendidos, laboriosos y holgazanes, extrovertidos y tímidos. La personalidad de los hermanos ha sido definida antes de la serie aunque haya estado cimentada en el comportamiento de cada uno. Hemos visto al tolerante y al flojo, a la pizpireta y la peleonera, a la intrigosa y al timorato. Cada personaje está tan comprometido con su estereotipo (que la televisión se encarga de machacar) que el afán por cumplir con él los lleva a protagonizar incidentes que resultan artificiales, como de cartón.

   Después de varias semanas de aletargante show todo parece indicar que quienes lleguen hasta los días finales de la serie no habrán sido los hermanos más tenaces, imaginativos o hábiles sino simplemente aquellos que gracias a su bajo perfil consigan pasar inadvertidos para sus propios cohabitantes y para los televidentes. Se trata de una carrera de resistencia, no de ingenio o destreza algunos.

 

La TV crea su propio universo

   En Big Brother en apariencia el espectáculo es la gente. La enorme pero endeble coartada del programa supone que se trata de protagonistas reales viviendo su existencia auténtica delante de las cámaras de televisión. Pero nadie se comporta de manera normal si sabe que sus actitudes están siendo registradas por varias docenas de micrófonos y cámaras. La gente es la protagonista de Gran Hermano pero sujeta a numerosas mediaciones: ­el guión prestablecido, las necesidades técnicas y mercantiles de la producción y especialmente las cámaras que son intermediario entre los hermanos y el público.

   Por eso se puede afirmar que no es el público, sino la televisión misma, el protagonista de la serie. Y también el guionista, el coro que aplaude, el censor y el fin del espectáculo. Enrique Bustamante, uno de los más respetados especialistas españoles en el análisis de medios, ha explicado que Gran Hermano es “un verdadero acontecimiento mediático, creado por y para la televisión, sin existencia fuera de su marco, realimentado por todos los restante medios de comunicación, prensa escrita y ´’seria’ inclusive, incapaces de resistirse a su oleada. La televisión cumple así su sueño de situarse como autorreferencia permanente, como despliegue total del universo recreado por ella misma, sin dependencias molestas de la realidad externa. A esto colabora una crítica "escandalizada" por el programa que, desde sectores ultraconservadores como progresistas, colaboran paradójicamente a impulsar su éxito” (etcétera, abril de 2002).

   Esas reflexiones, suscitadas por la experiencia de Gran Hermano en España, le vienen con precisión a versión mexicana y sus (d)efectos. Una parte de la prensa escrita se ha allanado de manera tan notoria a las prioridades propagandísticas de Televisa que se puede hablar de una inédita mimetización al sensacionalismo que promueve esa empresa. Al parecer no se trata de una estrategia corporativa de los medios escritos sino de una elemental y aprovechadiza búsqueda de asuntos vendedores para nutrir periódicos y revistas. Ese segmento de la prensa se ha podido cobijar a la sombra de Big Brother  tratando de compartir una porción aunque sea minúscula del éxito de Televisa.

 

Degradación del espacio público

Las consultas telefónicas para votar quiénes saldrán de la casa no son mas que un negocio adicional. Se ha comprobado que los productores ya han decidido esos resultados cuando todavía los televidentes siguen votando. Aparte de ese fraude a la buena fe de quienes suponen que participan al llamar por teléfono, está el riesgoso mensaje político y mediático que la serie propone –e impone— a sus públicos. En palabras, otra vez, de Bustamante: “Lo verdaderamente peligroso del fenómeno Gran Hermano reside justamente en esa degradación del espacio público que simboliza, en el deterioro de la democracia que encierra: la circularidad de los medios en torno a la hegemonía televisiva, en un autismo que deja cada vez menos resquicios al pluralismo, y sin relación con la búsqueda de la verdad ni de la justicia, de la libertad ni de la igualdad”.

   Autistas, los personajes de Big Brother le trasminan a la sociedad esa empobrecida práctica de la participación. De todos modos no hay que preocuparnos demasiado. El Gran Hermano mexicano llega a su previsto y previsible final. Además ahí viene el futbol.

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