Democracia cercada

Política y políticos en el espectáculo mediático

Publicado en Configuraciones. Números 12-13, México, abril-septiembre 2003.

 

Raúl Trejo Delarbre [1]

 

El descontento que causa se ha convertido en uno de los rasgos más constantes de la política. En donde quiera que se le aprecie, el quehacer político y quienes se dedican a él tienen una imagen pública desfavorable. A ese desprestigio suelen adjudicarse las tasas de abstención electoral habitualmente altas, la poca popularidad de la mayoría de los gobernantes, la escasa afiliación a los partidos, la frecuente lejanía de los ciudadanos respecto del quehacer político e incluso la distancia –a veces rayana en la hostilidad– que llegan a tener los medios de comunicación respecto de la política y los políticos. Quzá siempre ha sido así y lo que ocurre ahora es que la exposición pública de esos desencuentros, frecuentemente desplegada con alarma por los propios medios, acentúa la sensación de que los políticos y la actividad que practican se encuentran alejados de la sociedad.

 

Ciudadanos, medios y asuntos

públicos. Parcialidad y desinformación.

   La política no ha dejado de ser la actividad ciudadana por excelencia que le adjudican la acepción y la tradición clásicas. De hecho es pertinente reconocer que, sin ciudadanos, no hay política. Pero la complejidad y el crecimiento de las sociedades contemporáneas han acentuado la tendencia, que siempre existió, a hacer de la política una actividad especializada y singular, distinta de otras. Allí se encuentra una de las causas iniciales del alejamiento entre los ciudadanos comunes y los profesionales de la política.

   La política ha tenido que ser, cada vez más, una actividad profesional e institucional. Quienes la practican casi siempre deben dedicar a ella su interés primordial. Vivir para la política implica, por lo general, vivir de ella. Y eso, a menudo, implica promover o compartir intereses y una visión de los asuntos públicos distinta a los que tiene el ciudadano común.

   Quienes ejercen tareas de gestión o representación se apartan de los ciudadanos de manera tan notoria que, por lo general, se habla de “políticos” y de “ciudadanos” como si los primeros no fueran, necesariamente, parte de los segundos. Todos los políticos son ciudadanos y en una democracia civilizada podría esperarse que todos los ciudadanos tuviesen interés y, al menos, un grado reconocible de participación política. Como sabemos, pocas veces ocurre así.

   Ahora, en el extremo de esa distinción, es frecuente que a los ciudadanos sin compromisos políticos expresos se les adjudiquen virtudes que no se reconocen en quienes sí manifiestan abiertamente sus predilecciones políticas. La conformación de organismos de evaluación e incluso gestión de diversos asuntos públicos suele requerir, en distintos países, de comisionados o consejeros cuyo atributo inicial es el carácter de ciudadanos [2]. En la proliferación de tales organismos puede advertirse una concepción un tanto elemental de la imparcialidad, como si la ecuanimidad y la capacidad para tomar decisiones con apego a la justicia no dependieran del raciocinio y la sensatez de quienes tienen tales responsabilidades sino, casi exclusivamente, de su independencia formal respecto de los partidos políticos.

   La búsqueda de ciudadanos sin compromisos políticos explícitos para encargarse de algunas de las instituciones que regulan o supervisan el ejercicio de algunos de los derechos democráticos más significativos, constituye una de las expresiones más notorias de la desconfianza que parece imperar respecto de la política profesional y a quienes la practican. A esa distancia entre ciudadanos comunes y políticos profesionales obedece la enorme importancia que adquieren los medios de comunicación, tanto en la confección de la agenda de los asuntos públicos como en la construcción o modificación de consensos. Si entre políticos y ciudadanos no existiera la brecha que se advierte en las sociedades contemporáneas –y que está muy ligada al descrédito que la actividad política suele tener entre la población en general– los medios no tendrían tanta relevancia como puentes entre unos y otros.

   La función de los medios en esa relación entre ciudadanos y políticos tiene rasgos virtuosos y, también, perversos.

   Sin los medios de comunicación, la política sería aun más ajena a los ciudadanos. Gracias a los medios, los ciudadanos se enteran de los asuntos políticos y de los propósitos o aseveraciones de quienes los protagonizan. Los medios contribuyen, en tal sentido, a nutrir a la ciudadanía de uno de sus atributos fundamentales: la posibilidad de ser ejercida de manera informada y oportuna. En las sociedades de masas que tenemos hoy en día los medios se han convertido en articuladores –y a menudo en acaparadores– del espacio público. Sin ellos no podría haber iniciativas o mensajes políticos capaces de llegar a todos los ciudadanos. Además los medios desempeñan una importante función como contrapesos del poder político.

   Hoy en día no hay política sin medios. En México el 84% de los ciudadanos manifiesta que, cuando se entera de asuntos políticos, es a través de la televisión o la radio. Únicamente el 10% menciona a la prensa escrita como la fuente principal de su información política. El cuadro siguiente [3] muestra las inclinaciones expresadas cuando a los ciudadanos se les pregunta en qué medio se enteran de la actualidad política.

 

Fuente: Gráfica elaborada a partir de la Segunda Encuesta Nacional sobre Cultura y Prácticas Políticas Ciudadanas. Segob, 2003.

 

   Es evidente la preponderancia de los medios electrónicos como propagadores de información política. Sin embargo la supeditación de los ciudadanos a los medios electrónicos para enterarse de tales asuntos no ha devenido en una cultura política precisamente sólida. La misma encuesta, igual que otros estudios similares, permite confirmar el escaso conocimiento que existe acerca de las reglas del ejercicio de la política. Cuando a los entrevistados en ese sondeo nacional les preguntaron cuánto tiempo duran los diputados federales en su cargo solamente el 37% supo la contestación correcta. El 38% dijo que no sabe y el 25% dio respuestas equivocadas.

   Los medios no tienen la culpa de esa deficiente alfabetización política. La escuela, el entorno social y los partidos e instituciones estatales tampoco han logrado mucho para perfeccionar el conocimiento ciudadano acerca de los asuntos públicos. Pero es evidente que la información política, hoy en día fundamentalmente irradiada por los medios, sigue siendo rudimentaria.

 

Periodistas y políticos: diferencias,

complicidades y desencuentros

   Ubicados en responsabilidades equidistantes pero también complementarias, periodistas y políticos se miran con inagotable recelo mutuo. En ocasiones los primeros atajan excesos de los segundos. Pero también es frecuente que, cada cual en su terreno, periodistas y políticos compartan intereses. Omisiones, negligencias y errores de unos, llegan a ser oportunidades para los otros. Esa tensión permanente es descrita por dos autores estadounidenses: “Así como los políticos a menudo aciertan al engañar al público, los periodistas a veces fracasan en su tarea para descubrir y describir la información relevante, conocible, que juega en el discurso público. Algunos cínicos creen que los políticos siempre mienten. No obstante, la frecuencia con la cual eligen hacerlo, teniendo éxito cuando lo hacen, se encuentra en parte en función de la vigilancia con la cual los reporteros descubren hechos, discriminan lo relevante de lo insignificante y mantienen todo eso en la vida pública como parámetros de veracidad. Cuando los reporteros desempeñan esas tareas, a los políticos y aquellos que quieren influir en ellos les resulta más difícil desviarse de la verdad” [4].

   Encontrar y publicar la verdad constituiría uno de los mejores recursos para apuntalar una democracia. Pero tratándose de asuntos públicos en los que convergen intereses distintos e incluso enconados, eso no resulta sencillo y en ocasiones, tampoco es posible. El papel de la prensa para develar excesos y como contrapeso del poder resulta de la mayor utilidad en todo sistema político. Pero esa capacidad nunca sustituye a los mecanismos de funcionamiento formal de una democracia.

   Como todos sabemos –y padecemos– los medios no suelen cumplir cabalmente con esa función de intermediarios entre políticos y ciudadanos. No son los asuntos propuestos por los políticos sino la agenda que a partir de esos temas los medios deciden confeccionar lo que la sociedad llega a conocer, especialmente en los medios de mayor audiencia. Supeditado al tamiz de los medios, el discurso político queda expuesto de manera fragmentaria. A la preeminencia de los medios para definir los contenidos y espacios que adjudican a los mensajes de carácter políticos, se añade la subordinación de los profesionales de la política, y sus instituciones, a los formatos y modos impuestos por los medios mismos. Como ha sido ampliamente discutido en numerosos trabajos recientes, el sometimiento de la política a las exigencias del marketing suele implicar discursos huecos para audiencias súbitas. El ciudadano común podrá ver en el noticiero por televisión unos cuantos segundos de la alocución o la entrevista de un dirigente político y no su mensaje completo.

   La parcialidad con que los medios difunden la política puede advertirse en las dos principales acepciones de ese término: a) la que muestran es únicamente una parte de la realidad y b) lo hacen tomando partido en cada asunto que difunden. La rapidez con que comunican los asuntos públicos pero, principalmente, el formato al que suelen ajustar sus informaciones, impiden que la mayoría de los medios difunda todos los ángulos de cualquier asunto público. Cada reportero o redactor, y desde luego los funcionarios que en cada diario, televisora o radiodifusora tienen la tarea de elegir el material que darán a conocer, seleccionan la información que a ellos les parece más interesante o que mejor se ajusta a sus criterios editoriales y/o empresariales.

   Nada de eso es nuevo, ni sorprendente. Un rasgo consustancial a la comunicación de masas es la unilateralidad: unos cuantos –reporteros, redactores, personal técnico, directivos de cada medio– recogen, jerarquizan, confeccionan y publicitan la información que han de recibir millares o centenares de miles de lectores, radioescuchas o televidentes. La comunicación de masas es por definición autoritaria y se encuentra matizada por la perspectiva (corporativa y personal, política, económica o cultural, geográfica y generacional, etcétera) de quienes participan en el proceso de selección y decisiones acerca de cada noticia.

   Sin embargo con frecuencia no pocos medios se presentan a sí mismos como pregoneros de toda la verdad, o de mensajes que no tienen matices políticos o que hayan sido definidos por el interés (fundamentalmente económico pero también de alguna otra índole) de cada empresa de comunicación y de los individuos que manejan la información dentro de ella. Las cantinelas con que los medios suelen ufanarse de la ausencia de sesgos en sus contenidos informativos (“la noticia de izquierda a derecha”, “objetividad y seriedad”, “un diario sin compromisos” “sólo la verdad”, “la información tal cual es”, etcétera) son parte de los esfuerzos de autolegitimación de los medios. Sus audiencias no siempre advierten la parcialidad inherente a las noticias y sobre todo, las concepciones de la realidad que les proporcionan los medios.

  

Transacción constante: de la

prebenda, a la confidencia

   Los políticos no ignoran la intencionalidad de los medios pero, por lo general, aspiran a manejarla y beneficiarse de ella. Allí radica, posiblemente, una de las causas de la relación inestable, contradictoria y equívoca que suele haber entre políticos y medios. Los primeros, prefieren buscar con los medios un trato casuístico y discrecional antes que procurar una relación institucional y, si fuera posible, profesional. La negociación en cada tema, en ocasiones medio por medio, exige de los políticos un enorme esfuerzo de persuasión y regateo cuyos resultados son, por lo general, insuficientemente satisfactorios.

   Dedicados en buena medida a congraciarse con los medios, no son pocos los políticos que descuidan el cumplimiento de otras tareas. Algunos consideran indispensable utilizar, sin ton ni son, cuanta oportunidad tengan para exponerse a sí mismos y a sus opiniones en los medios de comunicación [5]. La creencia de que se puede gobernar a través de los medios conduce a omisiones garrafales en la administración de los asuntos públicos e incluso al surgimiento de significativos vacíos políticos. Desde luego, hoy en día es imposible gobernar sin tomar en cuenta a los medios de comunicación. Pero reconocer el carácter imprescindible que tienen no significa, necesariamente, tenerlos como los únicos espacios de interlocución y relación entre el gobierno y la sociedad.

   Pareciera, sin embargo, que muchos políticos hacen proselitismo y, cuando ocupan cargos de gestión, gobiernan más en y para los medios que para la sociedad que los ha elegido. La relación entre políticos y medios –igual que, en buena medida, el resto de la política– suele convertirse en transacción continua. Así es la política, en casi todas las circunstancias. El problema en este caso radica en que, para buscar un trato favorable, los políticos les ofrecen a los medios beneficios mercantiles, administrativos y propiamente comunicacionales. Entre los primeros se encuentran la contratación de publicidad, prebendas a reporteros y privilegios legales y extralegales a directivos de las empresas mediáticas [6].  Esas fueron prácticas frecuentes en la relación entre el poder político y la prensa –especialmente la prensa escrita– en casi toda la segunda mitad del siglo XX.

   En los últimos lustros del siglo numerosos funcionarios y dirigentes políticos comprobaron el deterioro de aquellos recursos para subordinar a la prensa. En algunos casos, a pesar del gasto en publicidad y prebendas los medios de comunicación asumían posiciones distintas a las que trataban de inducir sus patrocinadores desde el poder político.

   La diversificación de las fuentes publicitarias –tanto comerciales como de carácter político- y en algunos casos los ingresos monetarios por venta de ejemplares permitieron que algunos diarios y revistas adquirieran una nueva autonomía respecto de las fuentes de financiamiento tradicionales. Durante medio siglo la circulación había constituido un factor marginal para la subsistencia de la gran mayoría de la prensa escrita en México. Solo unas cuantas publicaciones de contenido escabroso o frívolo y con centenares de miles de lectores, se daban el lujo de depender fundamentalmente de la venta de ejemplares. El resto ha tenido que apoyarse en la venta de anuncios en sus páginas.

   En otros casos, la línea editorial de los medios más abiertamente supeditados al patrocinio legal y extralegal del poder político estaba tan notoriamente hipotecada a esos compromisos que su credibilidad, y por lo tanto su capacidad de persuasión, eran escasas. Los lectores por lo general son reacios a adquirir publicaciones ostensiblemente identificadas con un patrocinador o una posición política específicos. Quizá haya que tener precaución al identificar esa actitud con una conducta política avanzada. El discurso autolegitimador que los medios acostumbran desplegar al definirse como imparciales y equidistantes de intereses ajenos a los estrictamente informativos ha sido engañoso, pero de reconocible eficacia. La mayoría de los ciudadanos tiende a considerar que los medios deben abstenerse de tomar partido o comprometerse con causas políticas sin reconocer que, más allá de las declaraciones de  imparcialidad, prácticamente todos los medios respaldan o impugnan posiciones y personajes políticos. La idea de que los medios no han de tomar partido supone que la información puede ser aséptica y neutra, lo cual es imposible.  

   Parcialmente agotados los viejos recursos a partir de los cuales acordaban con los medios, los políticos tuvieron que ofrecer otro tipo de bienes para lograr la aquiescencia o al menos la atención de las empresas de comunicación. En vez de contratos de publicidad o regalos –en algunos casos además de ellos– los políticos tratan de ofrecer a los medios material para nutrir sus espacios informativos. La mercancía que brindan como elemento de negociación en ese intercambio, es de carácter mediático: declaraciones estridentes, informaciones llamativas y filtraciones, forman parte de esos bienes periodísticos.

   Siempre, desde luego, cualquier gobierno u organización política necesita informar acerca de sus hechos y dichos. Esa es una de las responsabilidades fundamentales de todo aquel que aspire a ser reconocido en el espacio público. Pero más allá del cumplimiento rutinario de tales quehaceres, los políticos han encontrado que para ganar presencia en los medios de comunicación necesitan incitarlos con declaraciones o informaciones suficientemente atractivas.

   Mientras más agresiva, desmedida o estruendosa sea la declaración de un personaje político, mayor será el interés de los medios para propagarla de manera destacada. Mientras más perturbador o estrepitoso resulte, un documento filtrado a la prensa tendrá superiores posibilidades de alcanzar las primeras planas.

   No hay sorpresa ni novedad alguna en esa vocación mediática por el escándalo. El amarillismo, para los medios, es mejor negocio que la información de asuntos rutinarios o no exorbitantes. Ya se sabe: que un perro muerda a un hombre no es noticia, pero lo contrario sí. El carácter mismo de la noticia en los medios lleva impregnada la necesidad de asombrar, de otra forma el periodismo no concitaría el interés de sus públicos. Pero la sorpresa de lectores, radioescuchas y televidentes, es procurada a partir de la fabricación de acontecimientos estrepitosos más que con la develación de auténticas novedades políticas o sociales.

   Habitualmente atenida a que los políticos la nutran de primicias la prensa –electrónica y escrita– investiga poco pero chismorrea mucho. Más que hechos, los espacios dedicados a la información política suelen estar repletos de dichos. Y para que logren impresionar primero a la mayoría de los jefes de redacción y luego a los públicos de los medios, esos dichos por lo general tienen que ser expresiones estridentes o agresivas. Así como las malas noticias destacan mucho más que las buenas, las expresiones ríspidas tienen un impacto mediático más contundente que aquellas que no dramatizan. De allí resulta que en los espacios dedicados a temas políticos o sociales el contexto usualmente sea escaso pero, en cambio, abunden los pre-textos: informaciones fragmentarias, datos exiguos, declaraciones inconexas o repetitivas, explicaciones pobres o inexistentes.

   La argumentación en extenso, cuando la hay, queda relegada para las páginas interiores de algunos diarios y –salvo excepciones cada vez más escasas– definitivamente excluida de los medios electrónicos. La radio, y de manera especialmente compulsiva la televisión, demandan concisión, sencillez y contundencia. Las frases cortas tienen más éxito mediático que las explicaciones en detalle. Muchos políticos aprovechan esa circunstancia y saben que, si responden de manera escueta y ocurrente, encontrarán mejor espacio en los noticiarios. Otros, sufren el afán simplificador de los medios y con frecuencia de sus largos discursos o declaraciones la televisión y la radio solamente difunden las expresiones más destempladas –que no siempre son las más relevantes–.

 

De la exigencia, al ruego: “La nota,

señor, sólo queremos la nota”

   A los reporteros sus directores y jefes de información les suelen pedir material capaz de perturbar o asombrar, más que de enterar o explicar. Los asuntos ordinarios difícilmente son noticia. En busca de nota los reporteros acostumbran requerir a los personajes políticos que les obsequien frases contundentes, aun cuando detrás de ellas no existan mas que adjetivos de importancia solamente ocasional. Cuando no consiguen dichos notorios muchos reporteros –y antes que ellos, sus jefes de redacción– consideran que no han cumplido con su trabajo.

   Más que con las anteriores consideraciones, la relación frecuente entre reporteros y políticos así como la impaciencia para que en cada rueda de prensa se formulen declaraciones estridentes puede ser descrita a partir de un ejemplo práctico. Hacia 2003 en México, seguramente el personaje público que tiene una relación más frecuente con reporteros es Andrés Manuel López Obrador, el jefe de Gobierno de la capital del país. Diariamente, de madrugada, incluso en días festivos y fines de semana, ese funcionario ha acostumbrado ofrecer una conferencia de prensa. El encuentro que tuvo el lunes 8 de septiembre de 2003 con los reporteros que cubren sus actividades no fue sustancialmente distinto a los que sostiene cotidianamente y nos permite ilustrar la estéril simbiosis que llega a entablarse entre periodistas en busca de disonancias junto a políticos en pos de espacio mediático.

   Aquel día una de esos periodistas manifestó interés por las encuestas que realiza el gobierno entre los habitantes de la Ciudad. A pesar de la insistencia de sus entrevistadores López Obrador no quería revelar datos de esos sondeos. Los reporteros pasaban de un tema a otro en busca, siempre, de afirmaciones drásticas.

 

Silvia González, reportera de Formato 21: ¿Cuáles serían los puntos malos que usted está detectando en estas encuestas?

Andrés Manuel López Obrador: Bueno, los que siente la gente, los que percibe la gente. Hasta ahora, no, pues no quiero decir más que...

Israel Calderón, reportero de El Valle: Hay que ser autocríticos, ¿qué le falta a su Gobierno?

López Obrador: No, hay que ser autocríticos, yo creo que hace falta trabajar más en materia de seguridad, estamos trabajando todos los días, pero la gente quiere más resultados.

Silvia González, de Formato 21: Eso sería el principal, ¿y luego el otro problema cuál sería?

López Obrador: Básicamente, pero en eso la gente reconoce que estamos avanzando, en materia de seguridad.

Silvia González: ¿Poco, regular o mucho?

López Obrador: Estamos avanzando.

Verónica Méndez, reportera de XEW Radio: ¿A partir de estas encuestas rediseña los métodos para combatir la inseguridad?

 López Obrador: Sí, nos sirven mucho, aparte tenemos toda la información diaria que se presenta en las reuniones de gabinete, todos los días tenemos información de lo que sucede en la ciudad, o sea, estamos muy informados, la información es fundamental, no se puede gobernar sin información.

Arturo Páramo, reportero de Reforma: Hablando de encuestas, esa encuesta que se publica hoy que lo pone a usted como aspirante principal a la Presidencia de la República ¿qué piensa de ella?

López Obrador: Pues, muy bien.

Arturo Páramo: Pero ya es una encuesta, no es una opinión de nosotros.

López Obrador: Sí, pero esas son otras encuestas, esas tienen que ver con la parte política, a nosotros nos importan mucho también, no también, las que nos importan son las que tienen que ver con el sentir de la gente en asuntos que le preocupan a la gente, o sea, lo cotidiano.

José Luis Palacios, reportero de La Crisis: ¿A la gente le importa también eso?

López Obrador: No, no, la gente no está pensando en eso, falta muchísimo tiempo.

Verónica Méndez, reportera de XEW Radio: Pareciera que sí, el mismo Presidente ha dado prácticamente un banderazo de salida hacia la jornada de 2006 y estas encuestas ¿usted cómo las ve, se convierten en un factor desestabilizador del país?

López Obrador: No, no es para tanto, no es para tanto.

Verónica Méndez: ¿Qué sucede con estas encuestas?

López Obrador: Pues es una forma de medir lo que está pensando la gente, pero nosotros no vamos a hablar de eso porque si no, nos llevaría mucho tiempo estar hablando de ese asunto y además se enojan.

Silvia González, reportera de Formato 21: ¿Sigue muerto políticamente, en la carrera hacia el 2006?

López Obrador: No me ...

Elizabeth Galindo, reportera de Radio Fórmula: ¿Le quitan el sueño estas encuestas que cada rato lo posicionan como candidato a la Presidencia?
López Obrador:  Muy bien. Vamos a seguir pendientes del agua, de las lluvias.

Elizabeth Galindo: No, señor, o sea, ¿le quitan el sueño, le preocupa que cada rato estas encuestas le saquen...?

López Obrador: Me quita el sueño cuando llueve, por ejemplo, toda la noche llovió y empezó a llover fuerte otra vez a la seis de la mañana y sigue lloviendo...

Elizabeth Galindo: No, señor, pero yo no le pregunté eso.

López Obrador: Sí, eso sí, antes ¿saben qué? cuando llovía, dormía yo mejor, me arrullaba el agua...

Elizabeth Galindo: No, señor, no me entendió, yo no le pregunté eso ¿yo le pregunté sobre las candidaturas?

López Obrador: ...ahora llueve y ya tengo que esperar....

Verónica Méndez, reportera de XEW Radio: ¿Llueven las encuestas, es una lluvia de encuestas, esta lluvia de encuestas es lo que ahora no lo deja dormir?

José Luis Palacios, reportero de La Crisis: La nota, señor, sólo queremos la nota.

Israel Calderón, reportero de El Valle: Oiga señor, nada más contésteme una cosa.

Arturo Páramo, reportero de Reforma: ¿No le importan de verás?

Leonel Lázaro Tenorio, reportero del Instituto Mexicano de la Radio: Licenciado, ¿se registró un accidente en la mañana?

López Obrador: ... sí.

Leonel Lázaro Tenorio: ¿Qué reporte tiene?

López Obrador: Es un accidente lamentable de un camión que trasladaba una trabe, se volteó, quedó la trabe atravesada en la zona de La Raza, desafortunadamente, lo lamento bastante, perdió la vida un trabajador, es una trabe que se trasladaba al Distribuidor Vial de Zaragoza, son maniobras muy riesgosas, muy peligrosas y suceden estas cosas, ya he dado instrucciones para que se atienda a los familiares y se vea lo del seguro y todo lo que corresponde en estos casos.

 

   De no haber sido por la pregunta de reportero del IMER, López Obrador tendría que haber seguido eludiendo la presión del resto de los periodistas. Durante los casi ocho minutos que duró la conversación antes transcrita el gobernante de la ciudad de México no hizo una sola declaración que pueda considerarse de interés periodístico. No se mencionó hecho novedoso alguno. Todo ese tiempo, reporteros y funcionario mantuvieron una simpática pero, a la postre, desgastante esgrima. Ni el jefe de Gobierno tenía nada que decir, ni los reporteros llevaban inquietudes originales para plantearle.

   El extenso ejemplo que hemos reproducido resulta aun mas significativo porque con frecuencia se ha considerado que, de los políticos mexicanos, López Obrador es el que tiene una mejor relación con los periodistas. Y, viceversa, se trata de uno de los personajes públicos a quien los reporteros profesan más simpatía.

 

Cuando la prensa crea posturas

a modo. Distorsiona, que algo queda

   No todos los políticos disfrutan de tanta condescendencia. A muchos otros les ocurre que por muy cuidadosas que sean sus declaraciones, habrá medios que quieran ajustarlas a sus respectivas agendas, miradas o concepciones. En numerosas ocasiones las preferencias, las fobias o los prejuicios de reporteros y directivos mediáticos se sobreponen a la claridad en la exposición de dichos y hechos del mundo político.

   Otro ejemplo. El ex presidente Carlos Salinas de Gortari ha sido uno de los personajes de perfil más peyorativo en México desde el último lustro del siglo XX. Después de haberlo erigido como uno de los personajes de mayor consenso en la historia contemporánea de México, poco después de su gobierno los medios depusieron a Salinas del pedestal en donde lo habían encumbrado [7]. Es posible que esa aciaga imagen pública vaya difuminándose. Pero casi una década después de que concluyó su administración, en numerosos medios a Salinas se le abomina con tan encendido encono como escasa cavilación. A menudo, en los comentarios políticos e incluso en las entrevistas con personajes públicos el nombre de ese ex presidente aparece sin que venga a cuento. Más allá de su presencia pública real, ha existido una magnificación mediática que, aun cuando sea para denostarlo, mantiene a Salinas como personaje insoslayable.

   El domingo 27 de julio de 2003 los lectores de La Jornada desayunaron frente a este titular de primera plana:

 

El PAN, dispuesto a negociar con Salinas: Barrio

 

   Arriba de ese vistoso encabezado, un cintillo proclamaba:

 

   ¿Quién de verdad está libre de alguna culpa?, pregunta.

 

   Y bajo el titular principal, se añadía:

 

   Para resolver asuntos del país no se puede descalificar a nadie.

 

   A juzgar por esos encabezados el Partido Acción Nacional, a cuyo coordinador parlamentario se le atribuían esas declaraciones, había resuelto pactar una alianza con el ex presidente Salinas. La mayoría de los lectores del diario, que no siempre recorren las notas completas, pudo haberse quedado con esa impresión. Pero la información indicaba otra cosa. La mención del ex presidente se había debido a la insistencia de la reportera de La Jormada y no a una decisión previa del dirigente de los diputados de Acción Nacional. A Barrio, ese diario lo mostró haciendo una declaración que, en rigor, no había dicho.

   La entrada de ese texto, firmado por Georgina Saldierna, rezaba:

   “De darse la situación, el Partido Acción Nacional (PAN) no rechazará negociar incluso con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, adelanta Francisco Barrio Terrazas, próximo coordinador de los diputados federales de ese instituto político”.

   Más adelante la nota describía parte del diálogo entre la reportera y el dirigente panista:

  -¿Acción Nacional ha medido el costo político de aprobar medidas que finalmente están en el proyecto del Partido Revolucionario Institucional? Es decir, ¿el PRI va a ser lo que el PAN fue para el PRI en el sexenio salinista?

   -Esas cosas inevitablemente se van a seguir dando. Veo virtualmente imposible que el partido gobernante tenga el control absoluto de todo... lo importante es si las reformas le van a beneficiar al país o no. Si es bueno para México, puede haber la motivación de ir adelante, incluso pagando el costo político...

   -En el pasado no sólo hubo señalamiento de su acercamiento con Zedillo. También se afirmó que era el panista más salinista. ¿Cuál es su relación con el ex presidente?

   -No tengo en este momento ninguna comunicación con el ex presidente. En aquella época, cuando yo era gobernador y él era presidente, busqué tener una buena relación con el gobierno federal; era parte de mi responsabilidad. Igual lo hice cuando el presidente ya era Zedillo. No creo que en esos seis años haya nada que se pueda señalar como una conducta en la que haya sacrificado principios o normas éticas para quedar bien en una coyuntura política. No hay motivo por el que pueda sentirme apenado o arrepentido o mucho menos...

   -O sea, ¿si es necesario hablar con el mismo Salinas, lo van a hacer?

   -Por supuesto que sí. El punto es no prestarse a situaciones inadecuadas. Esto no quiere decir que avalemos a persona alguna o ciertos manejos. Lo que le quiero decir es que tenemos la apertura de tratar en el mejor ánimo de que los acuerdos se den sin incurrir en prácticas o acciones indebidas.

   -¿Ha habido algún contacto con el ex presidente?

   -No. No he estimado necesario hacerlo. Y los contactos que he tenido con otros actores ya se conocen. Si alguno de ellos está cercano o no, no creo que sea el factor determinante para decidir si me reúno con alguien...

-¿No resulta vergonzoso negociar con un personaje cuestionado y controvertido como el ex presidente?

   -Si ese fuera el criterio, tendríamos que eliminar de las mesas de negociación a muchas personas. ¿Quién, la verdad, está absolutamente libre de toda culpa?... Nunca he sido partidario de descalificar de manera absoluta a personas, menos cuando tienen una responsabilidad en el área pública. Si uno se pone a descalificar interlocutores, lo más probable es que uno también acabe descalificado.

 

Trivializadora politización;

transgresora mediatización

   La política, a diferencia de lo que a menudo se supone, lo permea casi todo en el espacio público contemporáneo. Nos referimos a la imbricación entre los más variados asuntos y el sesgo político que adquieren en los medios. La información policiaca, los deportes, la sección de obituarios, los espectáculos y desde luego las noticias financieras, suelen estar teñidos por una politización que parece tan omnipresente como inevitable.

   Esa politización del espacio público que está ocupado por los medios no significa que la agenda de los políticos y los partidos sea compartida por la sociedad. Tampoco quiere decir que las convicciones participativas de los ciudadanos se hayan incrementado sustancialmente. Lo que ese matiz indica es que en la cobertura de los asuntos más variados, los medios tienden a resaltar las implicaciones relacionadas con la disputa por alcanzar o controlar el poder en cada uno de los ámbitos de la vida social.

   En palabras del especialista salvadoreño Mario Alfredo Cantarero: “La prensa, televisión y la radio, muchas veces por consentimiento y algunas por desconocimiento profesional, han sido asaltados por el criterio y la metodología de que sólo es noticiable aquello que se enfoca y dimensionada políticamente. En síntesis, el discurso mediático noticioso ha espectacularizado políticamente todos los ámbitos de la vida social. Entre otros, el medio ambiente, la educación, la infancia, las mujeres, el deporte, la navidad, la desesperación y el sufrimiento de la población son hechos que huelen permanentemente a ‘interés político’, entendido esta como la única razón que da sentido a los eventos que ocurren en el presente social”  [8] .

   La propagación mediática les confiere a todos esos asuntos una dimensión pública que de otra manera no tendrían. Junto con la omnipresencia de los medios, asistimos a un creciente interés de la sociedad por los temas que se ventilan en ellos. La diversidad de opiniones que es parte de la democracia contemporánea pero, también, la frecuente ausencia de jerarquización en el debate público, tienen como resultado la propagación de una atronadora querella permanente. No está mal el hecho de que todo se discuta. El problema es que la discusión de casi todos los temas se realiza en los mismos planos y con los mismos recursos. Los medios señalan –o recogen– temas y prioridades, les dan espacio, los ventilan por unos cuantos días y al cabo de poco tiempo los abandonan sin darles seguimiento y sin que, la mayoría de las veces, haya existido una auténtica deliberación ciudadana acerca de ellos.

   Esa secuencia puede reconocerse en la exposición de los asuntos más variados, desde el arbitraje en un encuentro de futbol, las vicisitudes de los participantes en un reality show televisivo y las consecuencias del cambio climático mundial, hasta una sesión del Senado o el tipo de cambio de nuestra moneda frente al dólar. Uno tras otro, esos hechos se confunden en el constante estruendo que constituye su exhibición mediática. Los ciudadanos los conocen, pero no por ello los comprenden mejor como apuntaremos más adelante. Y nada de ello modifica las condiciones en las cuales los espectadores se enteran de tales asuntos. Al respecto, añade Cantarero para comentar la politización de mensaje público en su país: “Sin embargo, en el otro contexto del proceso comunicativo, los usuarios de los medios informativos y del discurso político se comportan con otra lógica. La población recibe la información difundida, pero su interpretación del mensaje la hace a partir de su situación de vida en un aquí y ahora real, ‘al rojo vivo del día a día’, como dice la población. De esa evaluación entre mensaje propagandístico y realidad vivencial, precisamente surge esa actitud displicente de la mayoría de los salvadoreños con respecto no sólo al mensaje recibido sino a los eventos políticos, como se puede ver en su paupérrima participación en las últimas 5 elecciones presidenciales. Al ciudadano, le preocupa, principalmente, la situación de vida, el comer diario y el diario sobrevivir” [9].

   Al cargar las tintas –o aumentar el volumen del audio– para destacar las implicaciones políticas, los más diversos temas se vuelven campo de litigio mediático y social. Ciertamente muchos de los conflictos contemporáneos, en las más diversas áreas de actividad, están relacionados con negligencias o excesos de los gobernantes: tienen implicaciones políticas independientemente de que sean expuestos, o no, en los medios de comunicación. Al ser incorporados al repertorio de entretenimiento e información que ofrecen los medios todos esos acontecimientos quedan, al menos en parte, sometidos al vaivén comunicacional.

   La politización de los asuntos públicos incluye, también con frecuencia, la intrusión mediática en la vida privada. Esa transgresión  afecta tanto a personajes que tienen responsabilidades públicas como a ciudadanos sin ellas. El sesgo político que puedan tener lleva a no pocos medios a considerar que las actividades familiares, la comida que consumen, los gustos literarios o las vacaciones veraniegas de los gobernantes tienen que someterse al escrutinio de cámaras y micrófonos de la televisión y la radio. La proliferación de paparazzi obedece, en parte, a esa compulsión mediática por la vida privada de los famosos. Recientemente la industria mediática también ha encontrado rentable la exhibición de ciudadanos en situaciones extravagantes o embarazosas. Por ejemplo, cuando son aprehendidos por la policía: aunque no se les hayan fincado cargos judiciales, son mostrados en la televisión, o retratados en la prensa sensacionalista, como si hubieran cometido un delito.

   Además de ese entremetimiento en la intimidad o la vida personal de los ciudadanos, la traslación de asuntos del orden privado al terreno de los acontecimientos públicos tiene implicaciones formales, legales y culturales, entre otras. Por una parte, la mudanza de escenarios suele confundir tanto a espectadores como a protagonistas de tales asuntos. Cuando un litigio judicial no se dirime en los tribunales sino fundamentalmente en los medios de comunicación, estamos ante una politización que afecta a las reglas y a los actores de un acontecimiento.

   Con frecuencia la politización constituye una forma de desnaturalización de los hechos públicos. Ese efecto es muy claro cuando un diferendo pasa del campo de la justicia, al de los apremios políticos. El español Mariano Arnal define con claridad esa tendencia: “¿Y qué es eso de politizar? Es meter los políticos las manos en algo que no les corresponde; es ampliar la dominación política hacia alguna área que no debiera estar sometida a los políticos. Así cuando decimos por ejemplo que se politiza la justicia, nos referimos a que los jueces (en las más altas magistraturas, que es de donde salen las directrices para el resto) se comprometen con los políticos y con la política. Desde el momento en que los empresarios deben subvenciones y contratas a los políticos (en España, además, calificaciones y recalificaciones de terrenos), y los altos funcionarios deben sus puestos también a los políticos, está claro que unos y otros les deben fidelidad. El resultado inevitable es que por este procedimiento quedan politizadas la economía, la justicia, las universidades, las congregaciones religiosas, todo lo politizable en fin, que es realmente todo” [10].

   Todo puede ser politizado, en efecto. El debate público tamizado y determinado por los medios alcanza todos los ámbitos. No hay –o casi no hay– asunto que escape a la inquisitiva mirada mediática. Pero la politización que esa intervención implica no significa, necesariamente, que los asuntos expuestos a la curiosidad pública sean desplegados con más detalle, o que la deliberación acerca de ellos les permita a los ciudadanos entenderlos mejor. Esa politización no conduce a que tales y muy diversos temas sean conocidos –y mucho menos entendidos– con mayor densidad o seriedad. Simplemente implica su incorporación a un carrusel mediático que los expone, usufructúa, mezcla y desecha con la misma holgura con que, de inmediato, asume otros temas similares.

   Mediáticamente politizados, los temas que desfilan por el tablado del info entretenimiento quedan casi instantáneamente desprovistos de muchos de sus significados peculiares. La complejidad de cada tema es compendiada en unos cuantos o minutos –a veces tan solo segundos–. La experiencia, los antecedentes, las opciones y oponiones que hay en cada conflicto son soslayadas en beneficio de la concisión mediática. Cuando un medio publica datos biográficos, respaldo estadístico, premisas legales o referencias cronológicas de un asunto se dice que hace perodismo de investigación y a ese ejercicio se le considera admirable y especial. Lo es, en efecto, y el hecho de que tal comportamiento sea excepcional indica la pobreza de contenidos que suelen recibir los consumidores de la información mediática. Por lo general los medios muestran personajes sin historia, cuya relevancia obedece solo a la vicisitud, casualidad, desgracia o hazaña que han protagonizado. Si hace una centuria José Ortega y Gasset podía decir yo soy yo y mi circunstancia, hoy en día los protagonistas de los acontecimientos mediáticos apenas pueden afirmar yo soy yo y mis quince minutos de fama.

   Privados de su circunstancia, los despersonalizados protagonistas del info entretenimiento perduran tanto como la coyuntura que les ha permitido llegar al escenario mediático. Tan pronto transcurra el efecto social del episodio policiaco, la proeza deportiva o el hallazgo científico que les han dado notoriedad, o apenas finalicen la gestión senatorial o el periodo de gobierno para los que han sido designados, la mayoría de esos personajes transitarán hacia el vasto y a menudo olvidadizo archivo de acontecimientos ya ordeñados por los medios.

   

La democracia entendida como

negocio. (Y Maradona vs. Kant)

   Tales son los parámetros que los medios suelen utilizar cuando se ocupan de la política. Sometidos a esa descripción sesgada, los ciudadanos encuentran sustento y amplificación a los motivos que ya tenían para recelar de la política y los políticos.

   Cuando del quehacer político se propagan de manera fundamental los acontecimientos destemplados y muy poco la lenta construcción de acuerdos, o la cotidiana gestión administrativa, es natural que en la percepción que los ciudadanos tienen de los asuntos públicos dominen la desconfianza y la malquerencia.

   Las quejas que a menudo expresan los gobernantes cuando dicen que los medios destacan solamente sus errores y no toman en cuenta los aciertos que también puedan tener, resultan explicables pero no pasan de ser exhortaciones en el vacío. No es tarea de los medios servir como propagandistas del poder. Pero la subordinación de cualquier responsabilidad pública a las prioridades mercantiles se convierte en un elemento desfigurador de la política y de otros terrenos de interés para la sociedad. Marco Levario ha cuestionado, con agudeza, “los reflejos empresariales de no pocos medios de comunicación para los que la política es sólo negocio si deviene espectáculo u oportunidad para denostarla o en procesos electorales para facturar muchos anuncios y crear el contexto de su difusión, o sea, generar efímeros programas de análisis rumbo a la madre de todas las batallas en las que erigen cada proceso electoral” [11].

   Gracias al desmedido afán de los partidos para lograr presencia en los medios la política, además de escenario para la negociación de intereses, se ha vuelto en negocio por sí misma para las empresas de comunicación más influyentes. El mismo autor recuerda que en México el propietario de Televisa, Emilio Azcárraga Jean, admitió con desparpajo que para esa empresa la democracia es buen negocio. “Televisa concentra aproximadamente el 55% de los gastos electorales de los partidos políticos –le sigue Televisión Azteca con cerca del 20% y luego las radiodifusoras y, por último los medios impresos, que captan alrededor del 10% de los anuncios” [12].

   Así que la democracia para los dueños de los medios puede ser entendida, quién lo dijera, prácticamente como una mercancía. Las elecciones, de esa manera, no son una oportunidad de revisión y cambio de las políticas públicas y sus ejecutores sino, simplemente, la temporada para ensanchar el beneficio mediático. La política, desde ese punto de vista, se limita a ser fuente de mensajes en cuya comercialización radica el interés primordial de las empresas de comunicación.

   La política, que es una actividad cruzada por múltiples contradicciones y que lo mismo tiene rasgos virtuosos que está saturada de abusos y perfidias, es aderezada o deformada según las posibilidades de lucro que pueda significar para las empresas mediáticas. Aistimos, entonces, no solo a la desnaturalización de la política sino, más aun, a la privatización del espacio público –dominado por los medios– en donde ella se desarrolla.

   En esas condiciones, ¿cómo no va a extenderse el malestar ciudadano en la política? Es muy importante recalcar que no toda la percepción que la sociedad tiene del quehacer político se encuentra determinada por la sesgada intencionalidad mediática. Pero sí puede reconocerse que, en muy amplia medida, la idea que los ciudadanos tienen de los asuntos políticos se encuentra tamizada por la información que obtienen a través de los medios, especialmente de carácter electrónico.

   Destilados en el cernidor mediático, los temas políticos y sus protagonistas confirman las débiles expectativas que los ciudadanos tienen acerca de ellos. José Joaquín Brunner ha recordado los efectos que alcanza la “cultura del cinismo político”, como algunos autores denominan al entorno en donde se reproduce el desencanto ciudadano respecto de los asuntos públicos. “Los medios de comunicación –explica ese politólogo chileno– alimentan y a la vez se nutren de ese clima cultural. Su representación de la política democrática como una esfera de pocos actores, que se hallan trenzados en debates inconducentes sobre unos pocos puntos menores de la agenda, apartados de los problemas vitales de la gente –el ‘país real’– y comprometidos nada más que con sus propios intereses, ofrece un cuadro que resuena profundamente con los sentimientos dominantes dentro de la sociedad” [13].

   Trivializados los hechos públicos, convertidos sus protagonistas en  actores del espectáculo mediático, simplificados o desdeñados–cuando existen– los proyectos y las ideas de esa índole, es entendible la mala fama que alcanzan la política y los políticos en la mediatizada sociedad contemporánea. La hegemonía mediática en el espacio público y la preponderancia de la fabricación televisiva en la percepción de la política, han transformado no solo la relación entre ciudadanos e instituciones sino, incluso, las pautas fundamentales del proselitismo y la formación de consensos en las sociedades contemporáneas.

   En palabras del ya citado Brunner, los medios de comunicación, “han terminado por cambiar incluso la propia escena de la política democrática”. Las implicaciones de esa traslación, que no significa avances sino empobrecimiento para la política, sus contenidos y protagonistas, son de la mayor gravedad.  En estas condiciones, como deplora el mismo autor, “la democracia empezaría a abandonar el marco de la razón comunicativa, donde inicialmente quiso colocársela, y se ubicaría cómodamente en el terreno de las emociones y las imágenes. Finalmente, Maradona ha sido más fuerte que Kant” [14].

 

--0--



[1] Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Miembro del Instituto de Estudios para la Transición Democrática. Correos: rtrejo@servidor.unam.mx y rtrejod@infosel.net.mx

Página web:  http://raultrejo.tripod.com

[2] En México ese esquema ha tenido éxito en el Instituto Federal Electoral. Entre los requisitos que deben cumplir los  nueve consejeros con capacidad de decisión en ese Instituto están el no haber encabezado nunca un partido político, ni haber sido candidatos a cargo de elección popular ni miembros de la dirección de partido alguno por lo menos en los cinco años anteriores a su designación. Un esquema similar ha sido puesto en práctica para conformar los órganos directivos de instituciones como el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública.

[3] Información tomada de la Segunda Encuesta Nacional sobre Cultura y Prácticas Políticas Ciudadanas realizada en febrero de 2003 por la Dirección de Desarrollo Político de la Secretaría de Gobernación y publicada en septiembre de este año. La pregunta fue “¿Cuál es el medio que más utiliza para informarse de lo que pasa en la política?”. En la gráfica se indican los porcentajes obtenidos por los medios mencionados en primer término.

[4] Kathleen Hall Jamieson y Paul Waldman, The press effect. Politicians, journalists, and the stories that shape the political world. Oxford University Press, New York, 2003, p. 165.

[5] En marzo de 2001 durante la inauguración de las nuevas instalaciones de Radio Red el presidente Vicente Fox admitió: “No resisto ver un micrófono y no usarlo”. Durante su administración los mexicanos hemos advertido las costosas consecuencias políticas de la incontenible proclividad del presidente Fox para hablar sin medida.

[6] En México, como es sabido, durante largo tiempo era frecuente el soborno a numerosos periodistas, Aunque esa práctica ha menguado de manera significativa todavía se conocen expresiones de ella. Una investigación sobre el llamado cuarto poder en este país advierte: “Aunque el soborno de los periodistas nunca fue una forma particularmente eficiente de censura, representó sin embargo un componente clave en la venalidad generalizada que caracterizó al sistema de control de los medios en México. La corrupción de las infanterías ayudaba, así, a asegurar la influencia oficial sobre los medios informativos”: Chappel H. Lawson, Building the Fourth Estate. Democratization and the rise of a free press in Mexico. University of California Press, 2002, p. 37. A partir de entrevistas con periodistas mexicanos ese investigador estimó que en la ciudad de México a mediados de los años noventa los reporteros que recibían sobornos iban desde el 91 o 90 % en algunos diarios (El Heraldo, Diario de México, El Nacional y Unomásuno) hasta 8% (Reforma). Ibid. p. 213.

[7] Acerca de la construcción y posterior demolición mediática de la figura pública del ex presidente Salinas nos ocupamos en un apartado de nuestro libro Volver a los medios. De la crítica, a la ética. Ed. Cal y Arena, México, 1997. pp. 34 y ss.

[8] Mario Alfredo Cantarero, “Entre el discurso político electoral y la desconfianza ciudadana”. En Sala de Prensa 43, mayo 2002: http://www.saladeprensa.org/

 

[9] Ibid.

[10] Mariano Arnal. “Politización”. En Léxico Derecho-Justicia-Poltítica: http://www.elalmanaque.com/politica/POLITIZACION.htm (los términos en negritas aparecen así en el texto original).

 

[11] Marco Levario Turcott, “El aporte de los medios a la democracia”. Ponencia presentada en la Feria Internacional del Libro Universitario. Xalapa. Veracruz, 3 de octubre de 2003.

[12] Ibid.

[13] José Joaquín Brunner, “Política de los medios y medios de la política: entre el miedo y la sospecha”. Diálogos, revista de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. No. 49. Lima, Octubre de 1997.

 

[14] Ibid.