El sitio de Raúl Trejo Delarbre

 

Gran hermano

Raúl Trejo Delarbre

Columna Sociedad y Poder publicada el fin de semana del 23 al 25 de febrero de 2002.

 

 

Si algo hay que reconocerle -por lo pronto- a Gran hermano, es que ha revitalizado el debate sobre la televisión. Las descalificaciones a la serie que Televisa comenzará a transmitir el 3 de marzo han logrado que, a diferencia de la usual pasividad de la sociedad mexicana frente a los contenidos mediáticos que recibe, en este caso haya una intensa polémica. Lamentablemente en ese intercambio se han escuchado pocas razones. La pasión, pero sobre todo la defensa convenenciera de intereses pecuniarios y el prejuicio conservador de corte más autoritario, se han confrontado con escasas explicaciones de por medio alrededor de ese programa.

Televisa es así

Televisa transmitirá Gran hermano porque es altamente presumible que será muy buen negocio. En todo el mundo lo ha sido y a pesar de las amenazas de algunos anunciantes será difícil que nuestro país constituya la excepción. El hecho de que para ese consorcio las finanzas estén antes que la calidad de sus programas o el compromiso con los intereses de la sociedad no es algo nuevo. La razón de ser de Televisa, como de cualquier empresa de ese corte, es el negocio. Si acumula poder, se constituye en grupo de presión, experimenta ocasionales o a veces notorias aperturas a opiniones diversas o si produce tales o cuales programas se debe, fundamental y casi exclusivamente, al afán para ganar dinero. Que Televisa gane dinero de manera inescrupulosa y hasta grosera, transmitiendo programas que ofenden el buen gusto y los más elementales criterios de calidad, es una costumbre ampliamente conocida -y padecida- por los mexicanos. Sorprenderse ante el descubrimiento de que la empresa de la familia Azcárraga manipula a sus públicos, lucra con el entretenimiento, ofrece contenidos repletos de vulgaridad y explota recursos sensacionalistas, no significa sino constatar un comportamiento que se ha sostenido durante más de 4 décadas. Alarmarse ante esos rasgos de Televisa (a los que no es ajena, en lo fundamental, el resto de la televisión comercial mexicana) puede resultar, a estas alturas, un tanto ingenuo.

   Otro defecto de la programación de Televisa es su escaso sentido de la oportunidad. Esa empresa y sus principales rivales en el mercado de la televisión mexicana, que no han encontrado mejor rutina para competir con ella que copiarle formatos, estilos y errores, suelen tratar a sus públicos como si no formasen parte de un espacio de las comunicaciones crecientemente globalizado. Solo a partir de esa suposición es posible que Gran hermano sea presentado en México como novedad, cuando en los mercados de la televisión mundial se trata de una serie desgastada y en alguna medida decadente. Big Brother fue transmitido por la televisión privada de Holanda en el otoño de 1999. Pronto aparecieron versiones nacionales en toda Europa, así como en Estados Unidos y América del Sur. Mientras la televisión internacional ensaya nuevos formatos para sorprender y entretener a sus públicos en México Televisa ofrece Gran hermano como si de tratase de una propuesta nueva o incluso audaz. Mirar a los demás La versión mexicana será parecida a las que se han conocido en otros países. Un grupo de personas (en este caso 6 mujeres y 6 hombres) se encierran durante un centenar de días en una casa repleta de cámaras de video que registran cada movimiento de cada uno de ellos. De cuando en cuando el público y los productores del programa votan para echar de la casa a cada uno de esos ocupantes hasta que no quede sino el ganador de la prueba, que se lleva un montón de dinero. Mientras permanezcan allí los participantes se encuentran aislados del mundo sin televisión, teléfono, Internet ni forma alguna de relación con el exterior.

   Esa similitud con las ediciones anteriores permite suponer que las reacciones ante el Gran Hermano mexicano serán parecidas a las que han ocurrido en el resto del mundo. La sola noticia de que se podrá "ver todo" lo que hace un grupo de personas suscita una curiosidad inicial que ocasionará índices de audiencia significativamente altos. Los personajes de la serie se convertirán, durante varias semanas, en parte de nuestra cotidianeidad. A los segmentos que todos los días transmitirá un canal de Televisa se añadirá la información, sin duda escandalosa y entonces doblemente llamativa, que habrá en espacios de radio y prensa acerca de la convivencia de los 12 personajes. Sin embargo poco después, por muchas peripecias que experimenten esos ocupantes de la casa expuesta al escrutinio mediático, el público de Gran Hermano comenzará a hastiarse. En la clave de esa serie para despertar una intensa curiosidad se encuentra también el motivo de su éxito efímero.

   Asomarnos a la intimidad de una docena de individuos cuyos gestos y rutinas podremos mirar como si estuviéramos detrás del espejo frente al que se acicalan o afeitan, tendrá el atractivo que siempre implica la posibilidad de echar un vistazo a la intimidad de otros. En un primer momento nos llamará la atención y divertirá la posibilidad fisgonear desde la impunidad que nos ofrecen las videocámaras y nuestro televisor. Más tarde comenzaremos a encontrar aburrida la contemplación de esas personas haciendo lo que hace todo el mundo (charlar, comer, cocinar, fregar los platos, bailar y cantar, lavarse los dientes o dormir). Cuando esa intimidad de los otros que nos será mediáticamente develada deje de sorprendernos, entonces cambiaremos de canal.

   Gran Hermano explota una de las pasiones básicas del ser humano: el gusto por el fisgoneo. Aunque nos hayan enseñado que es de mala educación y cuando alguien nos atrapa mirándolo desviemos la vista, púdica o culposamente, a todos nos encanta observar a los demás. La maravilla y la trampa de Gran hermano radican en que podemos atisbar la cotidianeidad de otros sin que ellos nos lo recriminen porque si han aceptado transcurrir varias semanas en la casa repleta de videocámaras, es a sabiendas de que serán contemplados por millones de personas. Tan intenso como nuestro voyeurismo será el exhibicionismo de los doce ciudadanos y ciudadanas cuya vida diaria quedará expuesta para que la veamos.

 

 

Realidad simulada

   En ese atributo de Gran hermano radica uno de sus grandes artificios. Las escenas que veremos no serán expresión de la realidad cotidiana porque los habitantes de la casa saben que están siendo contemplados y que todo eso forma parte de un espectáculo.

   Lo que se podrá mirar en la serie televisiva será la representación que esos 12 ciudadanos quieran hacer para las videocámaras que los atisbarán. No serán las rutinas diarias que, fuera de registro, tiene cada uno de ellos. Aunque se nos diga o queramos creer que estamos contemplando a esa gente tal como es, lo que veremos será la interpretación que hagan de sí mismos. Esa representación pasará por el tamiz de la televisión. Habrá censura para que en la televisión abierta no aparezcan escenas incómodas o impropias para el público del horario que tendrá el resumen diario de Gran hermano. Pero más allá de esa supervisión que no tomará tanto en cuenta el interés del auditorio como la escrupulosidad de los anunciantes, el hecho de que las peripecias de los 12 confinados sean transmitidas por televisión comercial y específicamente en Televisa, les impondrá un adicional contexto de espectacularización y trivialización.

   Al público de la serie no le pasará desapercibido el hecho de que todo es una gran farsa, en el sentido dramático del término, orquestada, impulsada y usufructuada por Televisa. A Gran hermano no se le verá con el interés por la actualidad con que se atiende a un noticiero sino con el ánimo de solaz con que se presencia una telenovela.

 

Prejuicios y amagos

   No ha sido esa la perspectiva de los empresarios que animan al grupo "A favor de lo mejor" que se han expresado contra esa serie. Sin proponérselo, ese grupo se ha convertido en el mejor propagandista que Televisa y Gran hermano pudieron tener en México. También desde luego, "A favor de lo mejor" ha significado la mayor amenaza que Televisa ha encontrado recientemente en su búsqueda de los mayores rendimientos financieros al menor costo posible. La descalificación que ese grupo hace de la multicitada serie no se debe tanto a las características de Gran hermano como a lo que algunos suponen que ese programa será y transmitirá.

   A los directivos de "A favor" les inquieta que se difundan escenas sexuales o escatológicas; la idea de que haya cámaras de televisión registrando la vida diaria de un grupo de personas les ha removido sus prejuicios más reservados. No parecen más preocupados por lo que se ha dicho que habrá en Gran hermano sino por lo que ellos suponen que ocurrirá: sexo e impudor a pasto. Algunos de esos inopinados defensores de la moralidad (definida tal y como a ellos les parece que debe definirse) aseguran que doce personas encerradas durante mucho tiempo y sin más entretenimiento que contemplarse unas a otras, acabarán irremediablemente en una orgía sexual. (Se ve que nunca viajan en Metro). El que formula ese grupo no es un pronóstico científico sino la expresión de prejuicios que Gran hermano ha removido de manera tan notable. Si hubiera escenas de libido y ardor los editores de Gran hermano las recortarían antes de transmitirlas en televisión abierta. Así que ni los señores de "A favor de lo mejor" ni los muchos morbosos que sin coartadas moralinas pero con similar interés aguardan ese tipo de episodios tendrán motivos para emocionarse. De hecho, Gran hermano en México será una versión intencionalmente moderada (descafeinada, se ha dicho por allí) de sus antecedentes en otros países. No obstante "A favor de lo mejor" ha exigido la cancelación del programa.

 

Censura y telebasura

   El hecho de que en lugar de promover una televisión de calidad ese grupo impulse la censura resulta lamentable. Pero no es sorpresivo. Los directivos de "A favor de lo mejor" no defienden valores de la sociedad ni el interés de los ciudadanos sino los valores y los intereses que a ellos les parecen reivindicables. No están por el respeto a la tolerancia y la diversidad sino por una televisión a su gusto. La censura jamás es solución para mejorar el contenido de los medios. Si hay quienes quieren ver una televisión de baja calidad y hay quienes quieren transmitirla están en su derecho de hacerlo -siempre y cuando, en caso de que haya contenidos solamente apropiados para adultos, se difundan en horarios para públicos de esa edad-. Lo anterior no reivindica la postura de Televisa. El desprecio de esa empresa al interés de la sociedad mexicana hace cuestionable Gran hermano, como casi cualquiera de sus programas.

   El problema no se encuentra en los recursos estrepitosos de esa serie, sino en la ausencia de una legislación moderna y completa que permita que en la televisión mexicana exista competencia. El problema no es que Televisa transmita telebasura, sino que la sociedad mexicana tiene opciones muy limitadas en el panorama de la televisión abierta. El problema, después de todo, no es que Televisa convenza a 12 personas para encerrarse tres meses mientras son videograbadas sino que ese consorcio es propietario o matriz del 80% de las concesiones para transmitir por televisión en México. Ese comportamiento monopólico jamás ha sido cuestionado por los empresarios que forman filas en "A favor de lo mejor".