El sitio de Raúl Trejo Delarbre

Cambia la forma; el fondo aún no

La política en México antes de las elecciones del 2000

Texto aparecido en la revista Nueva Sociedad. Caracas, diciembre de 1999.

Raúl Trejo Delarbre

 Resumen:

Competitividad y diversidad definen hoy al panorama político mexicano. A las elecciones presidenciales de julio del 2000 se presentan once partidos nacionales, aunque la contienda central será entre PRI, PAN y PRD. El primero de ellos convocó, por primera vez, a seleccionar a su candidato en comicios abiertos que señalan la mutación del otrora omnipresente presidencialismo mexicano. Las oposiciones, fracasaron en el intento para presentarse en una alianza de la que en el fondo, no estaban convencidos sus principales dirigentes. 

 

El tránsito de la premodernidad política a la democracia integral sigue siendo lento y abrupto pero --eso sí--  muy entretenido para los mexicanos. Indudablemente, ya existe competencia política, incluso al interior del partido que ha gobernado México durante siete décadas, pero pocas veces sustentada en debate de ideas. En la oposición, tenemos dos partidos sólidos y una decena de partidos menores pero al menos nueve meses antes de las elecciones presidenciales, no parece existir una alternativa clara delante del proyecto económico y político que han impulsado los gobiernos del PRI. Los medios de comunicación, ahora de manera muy clara, se han convertido en la arena de las disputas públicas más relevantes y le imponen ritmos, formatos e incluso agendas a la política mexicana.

 

Elecciones confiables, aunque costosas

   El 2 de julio, habrá comicios presidenciales y para renovar al Congreso. Las elecciones, se han convertido en la vía por excelencia para que los mexicanos definan el rumbo del país. Desde las discutidas votaciones de 1988 cuando fue electo Carlos Salinas de Gortari, la legislación electoral ha cambiado de manera muy significativa. Hoy, los comicios federales son organizados y supervisados por una institución autónoma respecto del gobierno y cuya independencia se ha demostrado en numerosas ocasiones recientes.

   El Instituto Federal Electoral, es regido por ocho consejeros ciudadanos, uno de los cuales es su presidente, que fueron designados hace tres años y que pasaron con éxito su primera prueba, en las elecciones intermedias de julio de 1997. Para su nombramiento, a cargo de la Cámara de Diputados, era requisito que esos consejeros no tuvieran filiación partidaria aunque varios de ellos eran simpatizantes de algún partido político, especialmente de la oposición. Algunos han llagado a manifestar abiertamente sus posiciones en contra del Partido Revolucionario Institucional, PRI, el cual los ha denunciado por falta de objetividad en su comportamiento. Más allá de los excesos de tales funcionarios electorales, no deja de ser significativo que el partido más incómodo con ellos sea precisamente, el que ha gobernado en México durante tanto tiempo. Aunque ha sido cuestionado el desempeño personal de algunos de esos consejeros, la autonomía del Instituto Electoral es evidente. En México el IFE es, posiblemente, la institución de más confiabilidad hoy en día para los ciudadanos.

   Esa es la institución que organizará las elecciones de julio próximo. La acentuada desconfianza que en otros tiempos los mexicanos han tenido respecto de las elecciones --debido a la sospecha, muchas veces fundada, en las proverbiales trampas cargo del PRI--  ha obligado a que este sea el país en donde existen mayores candados para garantizar que los votos cuenten, y se cuenten. Los ciudadanos deben registrarse en un padrón de electores y contar con una credencial a prueba de falsificaciones; la lista de votaciones disponible el día de los comicios, incluye el nombre y el domicilio pero también, la fotografía digitalizada de cada ciudadano; después de votar, al elector se le identifica con una tinta indeleble para que no pueda sufragar más de una vez. Los partidos tienen derecho a designar representantes en cada casilla electoral.

   Todo eso puede parecer normal y de hecho en México comienza a serlo, pero la complejidad de ese entramado electoral se aprecia mejor si atendemos a las dimensiones de los comicios. Es posible que el padrón electoral para el 2000 sea mayor a los 50 millones de ciudadanos. Se requerirá instalar quizá más de 100 mil casillas de votación en todo el país. Cada una de ellas, estará encabezada por ciudadanos designados por sorteo que, antes del día de las elecciones, habrán recibido un curso de capacitación.

   En 1997, las elecciones federales le costaron a México el equivalente a más de 253 millones de dólares a precios actuales. Esa cantidad será mayor en el año 2000. Se trata de sumas muy grandes, para un país que todavía tiene enormes zonas de pobreza extrema. Sin embargo, la democracia es cara y sin tantas garantías sería difícil que los ciudadanos confiaran en las elecciones.

 

Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas

   La competencia por el Poder Ejecutivo, tendrá como protagonistas principales a los tres partidos de dimensiones nacionales. Acción Nacional, de centro-derecha, ha postulado a Vicente Fox Quesada, un pintoresco empresario que llegó a ser gobernador del estado de Guanajuato con un discurso heterodoxo, que reniega de los políticos tradicionales. Los postulados de Fox no han sido tan extremos (al menos todavía) como los de caudillos autoritarios al estilo Fujimori y Chávez. Pero se inscribe en esa corriente ya universal que, con la excusa de estar en contra de la política, busca y logra posiciones de gobierno.

   Vicente Fox fue funcionario de alto nivel de la Coca Cola en México y, ya maduro, decidió incursionar en política. Casi nunca usa traje y corbata: prefiere hacer campaña en jeans y con botas vaqueras. Lleva en el cinto una enorme hebilla de plata con su apellido. No es un hombre de ideas, aunque él se presenta como personaje de ideales. Hace poco dijo que cuando llegue a la Presidencia el Producto Interno Bruto de la economía mexicana crecerá al 7%, pero cuando se le ha preguntado cómo lo conseguirá ha sido incapaz de ofrecer algo más que frases hechas y respuestas huecas.

   A pesar de esa debilidad programática --o quizá, gracias a ella--  Fox se ha convertido en un personaje de singular presencia pública. De hecho ha logrado mayor popularidad que  el PAN, con lo cual se ratifica la tendencia, casi universal, a que los candidatos alcancen más renombre que los partidos.

   En el otro flanco, se encuentra Cuauhtémoc Cárdenas que también tiene más adhesiones que su partido, el de la Revolución Democrática. A pesar del perfil de centro-izquierda que al menos aparentemente define ideológicamente al PRD y que podría propiciar un proyecto de gobierno con matices originales, la campaña de Cárdenas sigue hipotecada a un antigobiernismo contestatario pero de escasas propuestas. Esa actitud, le fue redituable a ese personaje cuando era candidato presidencial por primera vez en 1988, aunque no tanto la segunda ocasión, seis años más tarde, cuando la crisis política de 1994 solidificó la adhesión social en torno al PRI.

   Ahora que por tercera vez busca ser Presidente, Cárdenas tiene una desventaja adicional: desde diciembre de 1997 y hasta fines de septiembre de 1999 fue alcalde de la ciudad de México, en donde no tuvo un desempeño especialmente exitoso. Ganó esa posición de manera contundente, gracias a la enorme expectativa de cambios que su candidatura suscitó entre los habitantes de la ciudad de México, pero ahora la ausencia de logros concluyentes se ha vuelto un obstáculo en sus aspiraciones para ganar la Presidencia. Los mexicanos ya han comprobado que, ubicado en responsabilidades de gobierno, Cárdenas puede ser tan gris y tan poco eficiente como muchos otros funcionarios del PRI, partido al cual perteneció la mayor parte de su vida.

 

Coalición opositora: sueño y artificio

   Tanto el PAN como el PRD experimentan, al menos durante el resto de 1999, las secuelas de una fallida coalición en la que tenían esperanzas quizá exageradas. Hacia el mes de mayo, en esos dos partidos se extendió la iniciativa para presentarse juntos en los comicios presidenciales. Tanto Vicente Fox como Cuauhtémoc Cárdenas, dijeron que aceptarían el resultado de una consulta en la sociedad mexicana para determinar quién debiera ser el candidato de una alianza opositora. Sin embargo, las diferencias entre esos personajes y entre sus partidos son tan profundas que nunca lograron ponerse de acuerdo en el procedimiento para tomar tal decisión.

   Apenas en marzo pasado, el PRD había tenido una elección interna, para renovar su presidencia y comité nacionales, en donde se produjeron tantas irregularidades que los resultados tuvieron que ser cancelados. Había diez planillas que competían por la dirección de ese partido pero de ellas, dos con mayor cantidad de votos. Ambas, se culparon mutuamente de fraude y todo indica que, en efecto, en varios estados del país simpatizantes de esas dos planillas se robaron urnas, alteraron actas y practicaron diversos tipos de irregularidades. Anuladas, las elecciones tuvieron que repetirse y los integrantes de las principales planillas integraron una fórmula conjunta encabezada por Amalia García --una dirigente que en sus juventudes tuvo militancia comunista--, la cual ganó sin contratiempos.

   La experiencia de las elecciones malogradas dentro del PRD, puso en alerta al PAN cuyos dirigentes no tenían confianza en la integridad del partido de Cuauhtémoc Cárdenas para organizar votaciones conjuntas de las que surgiera el candidato presidencial de una coalición opositora. Los panistas propusieron que, en vez de comicios abiertos, la decisión se tomara a partir de una encuesta nacional. Esa pretensión era natural, porque desde comienzos del año Vicente Fox ha ido adelante en las preferencias de voto registradas en diversas encuestas. En cambio, el PRD y Cuauhtémoc Cárdenas confiaban en su capacidad de movilización para llevar a las urnas --incluso con procedimientos clientelares del corte más tradicional-- a sus simpatizantes.

   El PAN es fundamentalmente un partido de ciudadanos con gran experiencia en la lucha electoral pero que no suelen movilizarse en otras ocasiones. En cambio las bases sociales del PRD, aunque menos numerosas, suelen ser más activas y estar en constante situación de alerta. Esas diferencias se pusieron de manifiesto en la discusión sobre la alianza que ambos partidos decían promover. Pero sobre todo, en esas deliberaciones pesaron la reticencia de Fox y Cárdenas para renunciar a sus respectivas candidaturas.

   Con el fin de buscar un arreglo, esos partidos designaron una comisión formada por 14 personalidades del periodismo, la academia y otras actividades. Sin embargo, la mayor parte de esos ciudadanos sin militancia partidaria explícita, tiene simpatías con el PRD. Así que no fue sorprendente que la propuesta que presentaran para designar al candidato de una coalición opositora fuese, casi la misma que había impulsado el partido de Cárdenas. Los dirigentes de Acción Nacional se dijeron engañados y, en los últimos días de septiembre, rompieron con el proyecto de la alianza.

 

Once partidos políticos nacionales

   Junto con esos dos grandes partidos, a la iniciativa por la alianza se habían sumado casi todos los demás partidos de la oposición. Dos de ellos, el Verde Ecologista y el Partido del Trabajo, tienen presencia parlamentaria desde hace varios años. Otros seis, recibieron su registro apenas en julio pasado.

   En México, el financiamiento de los partidos descansa fundamentalmente en fondos públicos. Para tener derecho a esos recursos así como a otras prerrogativas (entre ellas, acceso a espacios gratuitos en la radio y la televisión) y para competir en los comicios nacionales, los partidos deben ser registrados por la autoridad electoral una vez que demuestren que tienen una cantidad mínima de afiliados (en este caso, el piso básico para lograr el registro fue de aproximadamente 70 mil miembros).

   Entre los seis nuevos partidos, hay dos que provienen de pequeñas corrientes que ya habían tenido presencia política en México, el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana que en los años cincuenta fue una oposición fiel y disciplinada al PRI y el Partido Alianza Social, integrado por grupos de derecha de inspiración católica. Dos más, surgieron de escisiones recientes del PRI. Uno, es el Partido Centro Democrático, encabezado por Manuel Camacho Solís, quien fuera uno de los funcionarios más cercanos al presidente Carlos Salinas y que se distanció del gobierno cuando no se cumplieron sus ambiciones por obtener la candidatura presidencial priista en 1994. El otro, el Partido Convergencia Democrática, fue fundado por Dante Delgado, ex gobernador priista del estado de Veracruz. Uno más, el Partido Sociedad Nacionalista, resulta de una escisión del PARM y no puede decirse que tenga ideología ni posiciones políticas muy claras.

   Todos esos partidos (PVEM, PT, PARM, PAS, PCD, Convergencia y PSN) formaban filas junto con PAN y PRD en el proyecto de la alianza opositora. Sin embargo, nunca fueron más allá de la discusión sobre los procedimientos para designar candidato. A pesar del pragmatismo que, como en todo el mundo, tiende a difuminar las coordenadas ideológicas de la política en México, era muy difícil que partidos de perfiles tan heterogéneos coincidieran alrededor de un proyecto común. Antiguos socialistas y recalcitrantes conservadores, hubieran tenido que participar de las mismas banderas junto con recientes ex priistas y opositores suyos de toda la vida.

   No hubo alianza, en primer lugar porque cada uno de los dos partidos centrales en las oposiciones estaba convencido de que esa coalición tenía que ser en torno suyo. Pero además, la alianza se habría roto al momento de precisar qué tipo de país pretendían modelar sus integrantes.

   Solamente uno de los diez partidos de la oposición se mantuvo al margen de esas negociaciones. El Partido Democracia Social, también con registro apenas desde julio, consideró que no era aceptable la fusión de propuestas y trayectorias tan encontradas como las del PAN y el PRD. En vez de ello ese partido, con una membresía modesta, quiere conformar un perfil propio, de izquierda moderna, abierta y tolerante y con una propuesta social demócrata. El PDS es encabezado por Gilberto Rincón Gallardo, un dirigente de singular respetabilidad (atributo peculiar en un contexto donde los líderes políticos suelen descalificarse unos a otros) que pasó por las izquierdas comunista y socialista.

 

Presidencialismo agotado y renovado

   El propósito central que animaba las expectativas en torno a la alianza opositora, era derrotar al PRI. Creado en marzo de 1929, ese partido ha conservado el poder --casi siempre por las buenas, pero cuando lo ha considerado necesario, también por las malas--. Después de ser considerado durante varias décadas como la clave de la relativa pero eficaz estabilidad política mexicana, el Partido Revolucionario Institucional ha sido visto como el principal dique para una plena democracia en este país.

   En realidad no ha sido, él solo, ni una ni otra cosa. El sosiego que salvo algunas excepciones se mantuvo en el escenario público al menos desde los años cuarenta y hasta ya entrados los setenta, se explica en virtud del desarrollo económico que México mantuvo en ese lapso y también, debido a la escasa maduración cívica de la sociedad. El PRI era protagonista, pero también escenario, de las principales tensiones políticas que, en ausencia de un auténtico sistema de partidos, se libraban a su interior tanto como fuera de él. Más que un partido sólido, cohesionado y homogéneo, el PRI ha sido una informal pero casi siempre disciplinada coalición de fuerzas y corrientes nacionales y regionales, unificadas alrededor de la autoridad presidencial.

   El presidencialismo ha sido, incluso en virtud de sus fuertes atribuciones constitucionales, el eje del sistema político mexicano. Una presidencia sólida, fue parte de esa estabilidad de la que se benefició un país en crecimiento económico --y demográfico-- durante buena parte del siglo. Pero ese pilar básico del sistema mexicano, también ha sido afectado por las transformaciones sociales y en la cultura política en todo el país. Sus méritos, han sido a la vez lastres del presidencialismo respecto del resto del sistema mexicano. No ha sido gratuito, ni sorpresivo, que a la institución presidencial se le adjudique también buena parte de las causas del estancamiento político del país.

   Disminuida su autoridad otrora casi omnipotente, el presidencialismo mexicano ha tenido que cambiar reconociendo la existencia de nuevos actores políticos y sociales que constituyen contrapesos delante suyos y admitiendo mudanzas en algunas de las costumbres políticas más legendarias, pero también más autoritarias que ha tenido este país. La más notable de ellas era la facultad no escrita, pero invariablemente practicada, que tenía el Presidente de la República para designar al candidato presidencial del PRI --es decir, para designar a su sucesor pues hasta ahora, parecía indudable que el aspirante de ese partido ganaría las elecciones--.

 

Novedosas primarias en el PRI

   Ahora, ni el Presidente designa al candidato del PRI, ni ese partido tiene la certeza de que vencerá en las elecciones presidenciales. Esas dos grandes transformaciones de la política mexicana ocurren en un panorama de tensiones, intensa competencia y contradicciones que se expresan, entre otros ámbitos, en ese partido.

   Por primera vez en su septuagenaria historia, el PRI ha organizado elecciones primarias para seleccionar a su candidato presidencial. Ya antes empleó ese procedimiento para designar a varios de sus candidatos a gobernadores para las elecciones locales de 1999.

   Convocadas para el 7 de noviembre, esas elecciones internas han sido peculiares entre otras cosas porque en ellas podrían votar todos los ciudadanos que así lo desearan, sean o no miembros de dicho partido. Con esa medida el PRI buscó enfatizar la apertura de sus procesos internos, aunque también se debió a la inexistencia de un padrón de militantes --la membresía, como tantas otras cosas en ese partido, ha sido tan irregular que sus afiliados no suelen cubrir cuotas y nadie tiene una idea precisa de cuántos mexicanos son declaradamente priistas--.

   A las primarias del PRI se inscribieron cuatro candidatos. Francisco Labastida Ochoa era secretario de Gobernación (el ministerio del Interior), había sido gobernador en el estado de Sinaloa y desde su postulación fue reconocido como el precandidato del presidente Zedillo. A su equipo de campaña, se sumaron docenas de funcionarios de alto rango que renunciaron a sus cargos en el gobierno para acompañar a Labastida en la búsqueda del voto de los simpatizantes priistas (en México, está prohibido que un funcionario público sea candidato a un cargo de elección, o que haga política partidaria más allá de sus días de asueto). Labastida no ha sido un personaje brillante, ni audaz, en las tareas públicas que ha desempeñado hasta ahora. Como precandidato de su partido, buscó establecer tantos equilibrios entre las contradictorias fuerzas internas del PRI que, por ello, su propuesta política careció de originalidad. Eso sí, durante la campaña interna insistió en desplazar los ataques personales con un debate de ideas, aunque sin iniciativas destacadas para ello y sin encontrar interlocutores suficientes.

   La gran sorpresa en esa competencia, fue la beligerancia de Roberto Madrazo Pintado, ex gobernador de Tabasco y que se erigió en el principal --y muy competitivo--  adversario de Labastida. Madrazo no ha sido un hombre ajeno al sistema, pero en la campaña interna del PRI se comportó como si lo fuera. Lejos de disciplinarse delante de la candidatura considerada como oficial, sostuvo la suya con pertinaz agresividad, especialmente en anuncios de televisión que presentaban a Labastida como un tipo conservador y débil mientras que a Madrazo, lo mostraban agresivo y capaz de tomar decisiones. Su lema de campaña, "¿Quién dice que no se puede?", sintetizaba el mensaje con el que buscó adherentes: sí es factible, desde el PRI, ganarle al gobierno. La contradicción implícita en ese propósito, fue la debilidad principal de Madrazo. Muchos ciudadanos no olvidaban que antes de la rudeza que ahora demostraba delante de Labastida, el ex gobernador Madrazo había sido también un hombre del sistema --tan disciplinado, obsequioso y apegado a las viejas reglas como los más ortodoxos personajes priistas--. Además, Madrazo ha representado a grupos del PRI conocidos por su vocación autoritaria y que discrepan de los gobiernos más recientes porque emprendieron reformas que a su juicio, fueron exageradas a favor de los partidos de la oposición.

   Junto a Labastida y Madrazo, a las primarias del PRI se inscribieron el ex gobernador de Puebla, Manuel Bartlett Díaz y el ex dirigente nacional de ese partido, Humberto Roque Villanueva. El primero, un político de larga trayectoria y de singular inteligencia, pudo haber tenido mejor suerte si la contienda entre los dos precandidatos principales no hubiera concitado toda la atención de los priistas. Roque, un hombre que al comienzo de la administración actual era muy cercano al Presidente ("mi brother", lo llamaba Zedillo) se alejó del grupo central en el poder cuando su imagen pública padeció debido al apoyo que dio a los aumentos fiscales propuestos por el gobierno.

 

A Zedillo, casi 7 de calificación

   En las elecciones presidenciales de julio del 2000 habrá una fuerte competencia entre los tres principales candidatos: PRI, PAN y PRD, cuyas oportunidades están precisamente en ese orden. Algunos de los partidos pequeños presentarán sus propios candidatos y otros, resolverán adherirse a una de las postulaciones centrales. Las clientelas sólidas de los partidos se mantendrán, pero hay una significativa franja de ciudadanos que no tiene una opinión definida sobre el sentido de su voto y sobre quienes influirán las campañas en los medios que seguramente, serán de una agresividad y una cobertura inusitadas en México.

   Habrá debates y exposición de proyectos pero, previsiblemente, ajustados a las exigencias de la televisión que suele demandar pocas palabras en pocos segundos. Por lo pronto ha sido frecuente que los aspirantes, de todos los partidos, comparezcan en los programas cómicos de mayor audiencia. Algunos de esos candidatos se han disfrazado, han memorizado sketches y han querido aparecer graciosos, para contemporizar con el público de esas series televisivas.

   En septiembre pasado, las encuestas de intención de voto sugerían que, al menos hasta ese periodo, los ciudadanos estaban dispuestos a votar en un 35% por el candidato del PRI, en algo más de un 30% por Acción Nacional y un 15% por el PRD. El 20% restante, se divide entre los partidos pequeños y los electores indecisos.

   Desde luego, el resultado en julio estará muy ligado a la opinión que para entonces, los mexicanos tengan de la situación del país y del gobierno saliente. Diez meses antes de esos comicios, el balance de la mayoría de los mexicanos acerca del gobierno de Ernesto Zedillo era, fundamentalmente, de aprobación. En un sondeo del diario Reforma publicado en septiembre, el 66% de los ciudadanos aprobó la gestión, hasta entonces, del Presidente de la República. Cuando se les preguntó qué calificación le darían en una escala de 1 a 10, el promedio fue de 6.8 --el más alto, desde que Zedillo tomó posesión en diciembre de 1994--.

   Si el PRI logra aprovechar esa imagen favorable, quizá se mantenga en el poder. Tendrá, a contracorriente, las campañas de la oposición que utilizarán con inclemencia los equivocaciones e insuficiencias del gobierno, que no son pocas. Sin embargo, ahora tanto el PAN como el PRD han estado a cargo de gestiones locales (sus respectivos candidatos han gobernado Guanajuato y la ciudad de México) y también tienen faltas que demuestran que el cambio de un partido político, no resuelve por sí solo las deficiencias o las necesidades de la administración pública.

   Las campañas dentro del PRI sugirieron que, aunque con enormes dificultades, ese partido puede renovarse. Hasta dónde lo consiga, es algo incierto. No basta con cambiar en las formas aunque como decía Jesús Reyes Heroles, un viejo ideólogo priista de los años setenta, en política la forma es fondo. Allí radica una de los aptitudes, pero también de las limitaciones del Revolucionario Institucional: a lo largo de su extensa e inquieta historia, ha demostrado que puede cambiar en el terreno de las formas pero no necesariamente en las cuestiones de fondo.

   Esa dificultad para renovarse la padece el resto de los partidos mexicanos y no es gratuito, porque todos se han moldeado a contrapelo, o incluso a la sombra de la cultura política priista. Articular la modernización de la forma, con el fondo, implica no sólo reglas capaces de garantizar la limpieza electoral y la competencia dentro de cada partido sino, junto con ello, un discurso nuevo. Y ese, sigue sin aparecer en un panorama político dominado por la vieja retórica y las mismas propuestas, aunque ahora se propaguen a través de la televisión, en horarios estelares y en cadena nacional.

Ciudad de México, octubre de 1999.