El sitio de Raúl Trejo Delarbre

Chiapas

La comunicación
enmascarada

 

 

Raúl Trejo Delarbre

 
 
 
   

Capítulo I- GUERRA SIN CENSURA, MEDIOS EN LA BALANZA

 


La fotografía le dio la vuelta al mundo. No era para menos. El cadáver de un hombre joven, presuntamente miembro del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, aparecía sobre un charco de sangre, tirado en el suelo del mercado de Ocosingo que el 4 de enero, cuando la gráfica fue tomada, había sido recuperado por el Ejército Mexicano. Camisa a cuadros, la cabeza descansando para siempre sobre el brazo derecho extendido, el hombre yacía junto a un arma. Un rifle de juguete, de madera, aparecía como si lo hubiera dejado caer al momento de ser victimado. La foto, era elocuentemente dramática: esa sola escena, que según la usanza clásica valía más que millares de palabras, sugería que el muerto, como quizá otros de sus compañeros, había perecido sin tener cómo defender su vida. Un riflecito de madera, habría tratado de disimular la falta de un arma auténtica. La escena, sugería también esa foto, era consecuencia de una guerra desigual, en donde indígenas tan pobres que no contaban con armamento suficiente peleaban ante un ejército nacional con amplios recursos. La fotografía era terrible y, como documento periodístico, muy impresionante.

Pero era falsa.

Tiempo después se supo que cuando los primeros periodistas llegaron a Ocosingo, la tarde de aquél martes 4 de enero, el cadáver yacía tal y como fue fotografiado, pero sin el rifle de madera. Así se comprueba en las primeras gráficas de tal escena. Más tarde, entre las 2 y las 4 y media de la tarde, alguien consiguió el rifle (había varios tirados cerca del mercado) y lo colocó para que pareciera que con esa inútil arma había querido pertrecharse el joven muerto.

Damián Dovagernes, fotógrafo de The Associated Press, tomó las gráficas en donde el difunto aparece sin arma alguna. Más tarde, fotógrafos como José Manuel de Jesús Carvallo, de varios medios de Veracruz, se encontraron con el cuerpo acompañado del rifle de madera en una escena que, desde luego, a su vez retrataron. Alguien, no se sabe quién, colocó el rifle para hacer una composición más dramática.

El efecto se consiguió. La foto del joven caído junto al rifle hechizo e inútil apareció en varias publicaciones mexicanas y, en el extranjero, en revistas como Newsweek, cuyos editores al saber que se trataba de una imagen trucada exigieron explicaciones que nadie pudo ofrecerles a satisfacción. Los autores de las fotos con el rifle de madera aseguran que cuando ellos se acercaron al mercado, el cadáver ya aparecía así. Como en el caso de muchas otras fotografías espectaculares, tomadas en momentos de crisis bélicas, posiblemente nunca se sepa quién añadió un elemento falso al de por sí terrible espectáculo del joven muerto para hacer más sensacional la imagen. Quien haya llevado el famoso rifle de madera para colocarlo junto al cadáver y sugerir que la víctima había salido a pelear sin más recurso que esa ingenua arma, sabía que es más fotografiable un occiso junto al juguete guerrero, que sólo con su propia muerte.1

 

La ética maltratada y las imágenes según el filtro de cada informador

En la escena alterada que dio lugar a esa fotografía de Ocosinsgo, hubo una falta de ética que no se sabe a quién atribuir, pero que fue una más, entre tantas otras, de las muchas exageraciones, distorsiones o verdades a medias que se proporcionaron en los medios de comunicación, dentro y fuera de México, con motivo del conflicto armado en Chiapas.

Entre enero y febrero de 1994, docenas de versiones falsas, o cuya veracidad no era comprobada por los reporteros, pasaron como informaciones auténticas y contribuyeron a incrementar la confusión que, ya de por sí, existía tanto en el país como en el extranjero sobre las dimensiones, los alcances, la situación y desde luego los motivos de la crisis en Chiapas. En este conflicto el misterio era uno de los recursos de su protagonista principal: el EZLN apostó a desarrollarse en el secreto y, luego, a mantener una imagen de hermetismo que enfatizaba con los seudónimos y los pasamontañas. Gracias a ello cumplía con necesidades tácticas, pero también de consecuencias propagandísticas. En los medios de comunicación, el misterio llega a ser más atractivo que las verdades palmarias.

El llamado subcomandante Marcos tenía un perfil más intenso con su disfraz, que si hubiera prescindido de él. Los medios de comunicación, en términos generales aunque con excepciones y matices, llegaron a cumplir un papel de mitificación adicional respecto de lo que sucedía en Chiapas, al menos durante todo el conflicto bélico que duró algo menos de dos semanas y, luego, en el largo mes que hubo entre la declaración de tregua y el establecimiento de las primeras pláticas de paz, períodos ambos que se cubren en los dos siguientes capítulos de este libro.

En esa fase, singularizada por el desconcierto de los medios, de sus informadores y operadores, se pudieron advertir conductas periodísticas muy diversas: desde las posiciones afianzadas en la responsabilidad y la cautela, hasta el protagonismo más abierto imbricado con el sensacionalismo menos disimulado. También se conoció cómo varios medios e informadores tomaron partido por alguno de los actores en conflicto. Esto no es nuevo, en un panorama periodístico en donde informadores y medios de comunicación suelen allanarse a las políticas informativas oficiales, convirtiéndose a veces en acríticos voceros del poder gubernamental o empresarial. Lo novedoso, en esta ocasión, fue que la simpatía de algunos medios, pocos pero destacados e influyentes, se orientó específica y abiertamente en beneficio de un actor social que desafiaba militarmente al Estado mexicano, es decir, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y sus líderes, encabezados por el personaje Marcos.

No hay necesariamente arrojo, y menos profesionalismo, en la toma de posición que, más o menos explícitamente, asumieron distintos informadores en beneficio del EZLN. Tampoco los hay en el ocultamiento de información, o en la dependencia de fuentes exclusivamente oficiales que mantuvieron otros medios, especialmente los noticieros de la televisión privada. En el manejo informativo sobre el conflicto de Chiapas, se pusieron en tensión todas las contradicciones, y todas las insuficiencias, de los medios de comunicación mexicanos. Así son las crisis: develan lo que ya no funciona y lo que todavía no acaba de ser construído, o reconstruído. Esta es, en tales parámetros, una crónica de cómo se comportaron los medios mexicanos (con algunas presencias del extranjero) en la crisis de Chiapas, a comienzos de 1994.

Curiosamente una imagen falseada, como la que hemos mencionado, podía tener diferentes consecuencias interpretativas. El muchacho muerto junto al rifle de madera, para algunos simbolizó la prepotencia del gobierno federal, que era capaz de enfrentarse a campesinos indígenas débiles de por sí pero, por añadidura, desarmados. Pero también, aquella famosa escena podía ser entendida como muestra del desprecio que los dirigentes del EZLN tenían con sus adeptos más desprotegidos, a los que mandaban a la guerra con armas de juguete.

De hecho, la versión de dos grupos completamente diferenciados dentro del EZ, el de los comandantes (uniformados, con metralletas y granadas, resguardados lejos de las líneas de fuego) y el de las tropas de base desharrapadas, sin entrenamiento militar y con armas de bajo calibre o incluso falsas, corrió ampliamente durante los primeros días del conflicto. Es decir, si al fabricar la escena del muerto junto al rifle de madera hubo quienes pensaron ofrecer una imagen distorsionada de la guerra en Chiapas, le pudieron haber hecho el juego, deliberadamente o no, a cualquiera de las dos fuerzas en conflicto.

Los falsos riflecitos, apuntalaban diversas imágenes de la guerra en Chiapas. El 14 de enero, a su retorno de la zona del conflicto, el reportero Rafael Flores Martínez, enviado de la emisora El Fonógrafo 790, de la cadena Radio Centro, decía en un programa: "Platicamos con algunos rebeldes que bajaban de la sierra y creo que los embarcaron. Algunos bajaban con rifles de madera, de plástico".

Era imperdonable, desde diversos puntos de vista. Pero hacia la tercera semana de enero, a partir de varias frases parecidas del llamado subcomandante Marcos y del comisionado Manuel Camacho, en diversos medios se especula sobre quiénes tienen qué ofrecer perdón a quiénes, para ajustar cuentas por el conflicto chiapaneco. Por esas fechas, la mañana del 21 de enero el conductor de La Ciudad, de Radio Mil, Rubén González Luengas, decía lo siguiente:

"Bueno, yo creo que los primeros que los tienen que perdonar son aquellas personas que, con supuestas armas, se enfrentaron al gobierno mexicano. No es posible que en una organización que se hace llamar 'ejército', como es el caso de los zapatistas, sólo los de arriba estén perfectamente bien armados y manden como carne de cañón a gente con riflitos de madera, con riflitos de juguete. Entonces, ¿quiénes, en principio, a la luz de los derechos humanos van a juzgar a los integrantes de este Ejército Zapatista de Liberación Nacional por engañar a unos indígenas y mandarlos a enfrentarse al Ejército Mexicano? Yo creo que este 'perdón', primero, debería empezar en el interior de esa organización. Nosotros, cuando estuvimos allá en Chiapas, vimos a hombres tirados con el rifle de madera... Ahora que, salvo que pensando un poquito mal, alguien les haya puesto estos rifles para la foto, o para la escenografía..."



 

Autorrestricciones y embelesos. La fabulación de la información

Así también, las distorsiones informativas sirvieron para propósitos equívocos, pero no al interés de los lectores o los televidentes, en diversos episodios del conflicto. Una de las grandes mentiras en los inicios de la guerra en Chiapas fue la especie de que el Ejército Mexicano había empleado bombas para devastar territorio ocupado por civiles. En contra de tales afirmaciones, ni siquiera pudo comprobarse que aviones de la Fuerza Aérea hubieran arrojado bombas sobre zona alguna en la región del conflicto. Sin embargo, la versión de las bombas corrió con velocidad electrónica dentro y fuera del país. En México se organizaron movilizaciones contra la masacre de indígenas campesinos aunque, por fortuna para todos, ella no llegó a ocurrir. En el extranjero se produjeron protestas naturalmente indignadas pues en los diarios --sobre todo europeos-- en la primera semana de enero se daba de Chiapas una imagen como de Sarajevo en llamas.

Pero ni los manifestantes de la ciudad de México, ni intelectuales como los airados firmantes de protestas (en España2 incluso destacados profesores de ética no fueron capaces de corroborar sus informaciones antes de protestar por algo que no había sucedido) tomaron en cuenta que las versiones periodísticas de bombardeos se debían al afán de espectacularidad de algunos muy importantes medios de comunicación. En el capítulo segundo de este libro, se describe cómo avanzó la versión de los "bombardeos", lo mismo en medios impresos que en electrónicos y tanto en publicaciones con simpatías que en una idea geométrica de la política pueden ser consideradas como de izquierda, que hacia la derecha del panorama editorial.

Los medios, tomados por sorpresa, no estaban preparados --nadie lo estaba en México, hay que reconocerlo-- ante la crisis de Chiapas. Sin normas profesionales explícitas, pero sobre todo sin exigencias suficientes por parte de los lectores, radioescuchas y televidentes, algunos de ellos ofrecieron versiones contradictorias y, por lo general, parciales e incompletas de lo que estaba ocurriendo en la inusitada --al menos plausiblemente breve-- guerra chiapaneca. La Jornada y Televisa fueron, cada uno de estos medios en un extremo del espectro ideológico, los casos más paradigmáticos, pero no los únicos, de ese manejo informativo parcial. Por ello, en los capítulos segundo y tercero de este libro, se pone especial atención a las maneras como la guerra chiapaneca fue vista, o soslayada, en esos medios.

El de los supuestos bombardeos fue el caso más notorio, por la gravedad que implicaba. Pero el manejo noticioso que atendía a versiones parciales, no siempre comprobadas y sometido a la subjetividad, el susto o el interés específico de los informadores, se repitió en cada uno de los días del conflicto en Chiapas, al menos hasta que las negociaciones entre el gobierno y el EZLN llegaron al término de su primera fase. Ese es el periodo revisado en nuestro capítulo siguiente. El ataque a una camioneta combi en donde murieron varios pasajeros, fue atribuído al Ejército Mexicano con una notoriedad que no tuvieron las rectificaciones hechas más tarde y que sugieren otras responsabilidades en ese hecho. La ejecución de varios presuntos miembros del EZLN en Ocosingo no fue seguida con tanto detenimiento, en sus posteriores averiguaciones, como la noticia inicial de la muerte de esos combatientes. La historia de los indígenas tan desprotegidos que se lanzaban a la aventura del todo o nada con sus patéticos rifles de madera, dio la pauta para que dentro y sobre todo fuera de México se documentara la desigualdad de la guerra, aunque la versión de que el armamento de juguete había sido en realidad parte de un montaje, pasó desapercibida. De hecho, excepto en Proceso, en la información que citamos antes, ningún medio mexicano se detuvo en el asunto de aquella triste y célebre fotografía.

Las notas informativas se volvieron crónicas y las crónicas, artículos de opinión. En sus encabezados intencionados ("En la selva aún no hay tregua" decía algún titular, dando la impresión de que el cese al fuego dispuesto por el gobierno había sido un fracaso) e incluso en sus espacios para las posiciones de la casa editorial (en nuestro capítulo cuarto recordamos cómo La Jornada elogió y mitificó a "los hombres verdaderos", como si el resto de los involucrados en el conflicto, o el resto de los mexicanos, no fueran tales) un segmento de la prensa, sobre todo de la ciudad de México, asumió una postura de abierta simpatía con el EZLN. El hecho de que una parte de una prensa tan habitualmente anodina como en otras condiciones suelen ser los diarios y los medios mexicanos --una prensa casi siempre allanada a posiciones gubernamentales-- adquiriera posiciones así de parciales, da cuenta de una nueva intencionalidad del periodismo de nuestro país, pero que no necesariamente ocurría en beneficio de la claridad informativa.

No puede afirmarse que nuestra prensa haya salido bien librada de la crisis en Chiapas, por mucho que sus tirajes hayan aumentado y que, en busca de respuestas, los lectores acudieran a ella con un interés sin precedentes. Los ejemplos que mencionamos remiten a la simpatía por el neozapatismo, que no deja de ser una no siempre reflexiva simpatía por las balas y que desde luego, no es exclusiva de reporteros, comentaristas y órganos de prensa, sino de un segmento de la sociedad mexicana.3

Habría otros ejemplos posibles, de la otra prensa: aquella que reaccionó al conflicto con los viejos reflejos, tratando de reproducir sin más investigación las posiciones oficiales y aferrándose, cuando los había, a los boletines y las declaraciones de funcionarios. Sin embargo la sorpresa ante el levantamiento del primero de enero fue tan contundente, que los recursos tradicionales de la propaganda del poder político tardaron en emerger. Por parte del Ejército Mexicano, hubo una lentitud informativa que revelaba desconcierto, o ausencia de decisiones o de convicciones, y que ya no pudo remontar las versiones sobre presuntos excesos de algunos de sus integrantes.

La televisión privada, especialmente el consorcio Televisa, respondió también mal, siempre a su modo, a la emergencia chiapaneca. Después de la sorpresa de los primeros días, cuando aún sin parámetros políticos claros se les dio espacio a los dirigentes neozapatistas que habían ocupado San Cristóbal, se trató de minimizar los alcances del conflicto, insistiendo en que estaba reducido a media docena de municipios. Sin embargo las imágenes de chiapanecos asustados ante las cámaras no eran suficientes para persuadir de que todo estaba bajo control. Porque no era así.

Se pudo apreciar la imposición de un estorboso velo, quizá más de autorestricción que de censura explícita, que además de ocultar las imágenes de los encapuchados omitía el nombre del grupo armado. "Los transgresores", "los infractores", se comenzó a decir después de 6 o 7 de enero, acentuándose la desconfianza del público de la televisión y de la mayoría de los medios radiofónicos. Pronto, los concesionarios que así adjetivaban al EZLN rectificaron y cuando incluso el enviado presidencial Manuel Camacho le decía por su nombre a ese grupo, se comprobó que la nación no se desmoronaba si en la radio y la TV se repetía la denominación del Ejército Zapatista.

En toda clase de medios, neo-zapatistas o pro-oficialistas, se alimentó la versión de un conflicto polarizado, en donde había exclusivamente dos bandos, sin que se tomara en cuenta a otros actores de la crisis en Chiapas. Los grupos de desplazados por la guerra no fueron actores en los medios sino hasta casi un mes de iniciado el conflicto. Las posiciones de la ARIC-Unión de Uniones, que reune a miles de campesinos que no rompieron con el EZLN pero que se opusieron a la vía armada, apenas fueron tomadas en cuenta en un par de diarios. Los que nunca perdieron presencia fueron los dirigentes y candidatos presidenciales de los partidos políticos aunque, con pocas excepciones, sus declaraciones se repetían una y otra vez, sin iniciativas ni siquiera retóricas ante el conflicto.

Allanados unos a la fascinación por los nuevos zapatistas y sumergidos otros en la tarea de restarle importancia a la rebelión, en los medios mexicanos había poco de donde escoger. Reporteros embelesados con la críptica personalidad del subcomandante Marcos, que incluso se daba el lujo de discriminarlos y regañarlos, contribuyeron a la mitificación de ese curioso personaje. La publicación de farragosos y reiterados comunicados del subcomandante, cual epístolas neoevangelistas, habitualmente fue presentada sin contexto crítico.

El fenómeno de fabulación presentada como noticia no ha sido, desde luego, únicamente responsabilidad de informadores mexicanos. De él, han participado medios de todo el mundo y sobre todo, ha sido copartícipe un sector de la sociedad mexicana. En la prensa diaria de Italia, por ejemplo, casi no se publicaron fotografías de los acontecimientos en Chiapas pero sí, en cambio, numerosas efigies de Emiliano Zapata, a partir de lo cual no extraña que, en ese tráfico de confusiones, allá surgiera un "partido zapatista" que ya forma parte de la pulverización política italiana. La portada de The Economist, relativa a nuestro conflicto en Chiapas, mostraba en una de las primeras semanas de enero a unas vistosas y coloridas chinas poblanas posando para algún turista y en una imagen completamente distante de la guerra, o de la pobreza chiapanecas. El folclore más paternalista se mezcló con un aprovechamiento publicitario del tema Chiapas, en un proceso donde la imagen del EZLN adquiría una extraordinaria fuerza dramática, poco propicia a la confrontación de ideas pero muy compatible con las tendencias mitificadoras. La nobleza de las reivindicaciones sociales llegó a ser confundida con la exaltación de la violencia.

La sociedad mexicana (sociedad civil está de moda llamarle, aunque en la nueva acepción de ese término también hay afán peyorativo) en algunos de sus segmentos ha sido, a la vez, receptora, partícipe y propulsora de una cultura de la complacencia, mezcla de antiautoritarismo catártico junto con voluntarismo culposo, que alentó y consumió los mensajes apologéticos en torno a la insurrección de Chiapas. Los medios, así, han sido actores pero no han dejado de ser, parcialmente, vehículos de un sentimiento de gusto, denuncia, deslumbramiento y encanto, de algunas áreas de esa sociedad de la que son integrantes.



 

Habilidad propagandística del Ejército Zapatista

Pero de la misma manera que, en el centro de una de las zonas más pobres de México, había un constante dejo de premodernidad en la apariencia de los zapatistas (rifles de madera, armamento de bajo calibre, discurso que apelaba a las miserias lo mismo que a los derechos ancestrales) en ese grupo también existía una notable capacidad propagandística que le permitía erigirse como interlocutor de los principales medios de comunicación dentro y fuera de México. Los mismos recursos que se emplearon en Chiapas, por parte de diversas empresas de comunicación, fueron de lo más moderno. Cuando el general Absalón Castellanos fue liberado, después de un secuestro de medio centenar de días, la ceremonia en donde lo entregaron fue transmitida en vivo, desde uno de los vericuetos de la selva Lacandona, gracias a la instalación de varias antenas parabólicas. Los zapatistas mismos, demostraron tener y saber usar equipos de comunicación nada atrasados tecnológicamente, primero en la red de radio que tenían, posiblemente desde varios años atrás y luego, en la decisión para ocupar radiodifusoras comerciales en las poblaciones que ocuparon al comenzar enero.

El segundo día del año, la XEOCH de Ocosingo, Chiapas, transmitía la que parece haber sido la única declaración de guerra que el Ejército Mexicano haya recibido en este siglo (más allá de numerosas confrontaciones de hecho) y que, por añadidura, se difundía electrónicamente. La radioemisora, propiedad del gobierno del estado, había sido tomada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y de esa manera, se reiteraba un intencionado manejo de medios por parte de este grupo. Un par de días más tarde, un individuo que se dijo enviado del EZLN entregó un comunicado en la redacción del famoso diario Le Monde, en París, la capital francesa. Poco después, cuando indicaron a qué medios de información invitaban especialmente para cubrir las pláticas de paz que se realizarían a fines de febrero, los dirigentes neozapatistas reiteraron su vocación cosmopolita (al menos para saber aprovechar espacios en la prensa y la televisión de todo el mundo) al incluir entre ellos a empresas estadunidenses y europeas. Había una vocación del EZLN, con habilidades específicas, para librar la guerra de Chiapas a través de los medios de comunicación. No en balde, el martes 11 de enero a las 6 de la mañana José Gutiérrez Vivó, el experimentado conductor y director de Monitor, de Radio Red, expresaba su sorpresa al relatar: "Anoche nos llegó un comunicado, vía fax, del EZLN. Los señores de este ejército están bastante organizados en materia de comunicación".


 

La guerra ante sus publicos. La compulsión por no desconectarse

Chiapas, antes que nada, fue una enorme sorpresa para México. Y no porque no se recordara la acuciante miseria de los mexicanos indígenas en aquella entidad; incluso ni siquiera porque se haya comprobado la existencia de un grupo armado, del cual ya desde mediados de 1993 había indicios en algunos medios de comunicación. Chiapas fue sorpresa por la forma como se quebraron certidumbres que muchos pensaban afianzadas: la paz social, la estabilidad, la convivencia con discrepancias pero sin rupturas, valores todos ellos que los mexicanos, en una gran mayoría, considerábamos, a pesar de todo, inconmovibles.

Chiapas recordó que incluso las tradiciones y las instituciones más sólidas podían cuartearse y gran parte de esa sensación se originó en la falta de claridad que, sobre el conflicto mismo, propagaron los medios de comunicación. La saturación informativa llegó a producir en los ciudadanos más ávidos de noticias un efecto de intoxicación: conforme más noticias recibíamos, más queríamos saber --y no siempre nos dábamos cuenta de que abundancia no era necesariamente calidad en la información--. Esa ansiedad informativa, que nos llevaba a sintonizar la radio todo el día, a hacer frenético zapping a la hora de los noticieros de televisión y a consumir hasta una docena de periódicos cada día, nos permitía quizá tener la ilusión de que estábamos enterados, aunque pronto caímos en la cuenta de que sólo sabíamos que sabíamos poco.

Así ocurre, en las sociedades participativas y fuertemente influídas por los medios (hay autores que hablan ya de una mediocracia, o telecracia en el mundo contemporáneo) siempre que hay situaciones de crisis. En la medida en que los grandes acontecimientos, que por añadidura suelen ser trágicos, son amplificados por los medios --especialmente los de carácter electrónico, con toda su carga de intensidad cuando transmiten en directo--, los individuos que componen a las sociedades modernas llegan a estar condicionados, en su vida pública y en la privada, por la omnipresencia de los hechos drásticos: hoy un crimen callejero, mañana una guerra lejana, pasado un magnicidio... El espectáculo que siempre son los medios, y particularmente la espectacularización de las noticias, nunca termina. De esa manera nos habituamos, en una dependencia parecida a otras de carácter físico, a estar sometidos al constante bombardeo de acontecimientos. La cadena internacional CNN es el ejemplo y la fuente más claros de esa necesidad, creada por los medios pero aceptada frenéticamente por todos nosotros, para estar al tanto, al instante, en vivo y en directo, de lo que sucede en el mundo.

En el caso de Chiapas, el gran matiz era que se trataba de un conflicto nuestro, de y en México. La mexicaneidad, además de la sorpresa y los ragos de incertidumbre que tenía la crisis chiapaneca, avivaban la compulsión para seguir atados a lo que se dice en la radio o se ve en la tele, todo el día, todos los días. Esa fascinada dependencia que experimentamos muchos de quienes seguimos (o pensábamos que seguíamos) paso a paso, la guerra de Chiapas, ha sido reconocida y descrita en situaciones internacionales parecidas. El investigador francés Dominique Wolton escribió, sobre la mezcla de compulsión y confusión que manifestaba el público europeo cuando la guerra en el Golfo Pérsico, que había una suerte de movilización permanente de los ciudadanos --aunque se tratara de un acto finalmente desmovilizador en términos políticos-- en torno a los medios. Incluso cuando no había nada más que informar, en algunos de los impasses de la guerra, uno de los enviados de prensa se limitaba a transmitir: "por razones de seguridad no les podemos decir dónde estamos, pero nos encontramos en los puestos de avanzada de los combates". Nada se sabía y nada se decía, pero era transmitida la sensación de que el televidente o el radioescucha estaba al pie de los cañones. Wolton, a partir de ese episodio, comenta:

"... Uno se sentía casi culpable de no quedarse más tiempo viendo el puesto, hasta tal punto los periodistas se tomaban la molestia de informarnos en continuo. El directo creaba la sensación de que no había que desconectarse, no fuera que se produjera algo importante entonces. El reino del directo como sistema de movilización permanente del ciudadano, al que se conminaba a permanecer a la escucha so pena de perderse algo esencial, se convirtió en un verdadero mecanismo de enajenación. Cuando más se estaba en directo, más se tenía la sensación de estar en condiciones de 'ver directamente algo', siempre que sucediera algo importante, pero con la contrapartida de no separarse del televisor... Era Esperando a Godot, en simultáneo y a escala planetaria".4

En el caso mexicano, casi podríamos decir que después de los días de sorpresa inicial, había millares de ciudadanos pendientes de los medios, esperando a Marcos. Y, junto con ellos, serían muchos más los que no se apartaban de la sintonía radiofónica o televisiva, o que devoraban las páginas de la prensa en un ejercicio que, supuestamente de información, llegaba a ser de saturación y empacho.



 

Amagos anónimos, informadores intolerantes, tráfico de noticias

El de Chiapas, por su mismo carácter de espectacularidad y sorpresa, fue un asunto público desde el primer día de la insurrección zapatista. El tráfico intenso y el fárrago de noticias dominó a los medios electrónicos desde el primer día de enero y, a los impresos, desde el domingo 2, tal y como se aprecia en la crónica que presentamos en el siguiente capítulo. Otro de los rasgos de esa abundancia (que no necesariamente claridad) informativa, fue la falta de censura sobre los materiales que aparecerían en los medios de comunicación. Incluso, a diferencia de otros momentos de dificultad política, hasta donde se sabe, no existieron indicaciones, de parte del gobierno sobre qué decir y cómo decirlo, respecto de la crisis chiapaneca, en los medios electrónicos e impresos.

No hubo injerencia oficial sobre la información en torno a Chiapas. No hubo censura. A propósito de la tensión informativa y las restricciones presentes en otro conflicto en donde ante las balas los medios quedaron (o casi) pasmados, la Guerra del Golfo, el ya citado profesor Wolton ha dicho que:

"La prensa llegó a organizar hasta mesas redondas para discutir el problema de la censura, a las que no fueron invitados ni los militares ni los políticos... Estas mesas terminaban con una vibrante y unánime condena de la censura, aunque en una democracia hubiera sido interesante oír los demás puntos de vista.

"Hubo un riesgo evidente de boomerang de la palabra censura contra la prensa del que desafortunadamente ésta no tuvo conciencia. Daban ganas de responderle: 'Deja de tomar al público como testigo. La censura en tiempo de guerra es normal. No seas ingenua, arréglatelas con ella. Haz tu trabajo. La censura forma parte de las condiciones de trabajo de la prensa en tiempos de guerra'".5

Por eso no es descabellado reconocer que, en un conflicto armado, hay restricciones a la información. Esta, que para muchos iniciados a la libertad informativa apenas en la crisis de enero de 1994, es una realidad en casi todos los conflictos en donde la circulación de noticias, desde el punto de vista del poder (el cual que puede ser discutible pero que sobre todo en épocas de crisis llega a resultar inconmovible) puede parecer una herejía, llega a ser costumbre para los corresponsales más experimentados. El hecho de que se impongan restricciones tanto para llegar a los sitios del conflicto armado como para la difusión de noticias, es algo ordinario en muchos episodios bélicos. Lo sorprendente en la crisis chiapaneca, es que prácticamente no existió esa forma de censura.

Tampoco parece haberla existido en la difusión, por parte de los medios, de las noticias que ya les habían enviado sus corresponsales. Aunque, como señalamos antes, en el transcurso del conflicto se conocieron algunas informaciones que sugerían actitudes rígidas en la transmisión de notas sobre el EZLN, no hay evidencias de que tales presiones hayan surgido del gobierno.

Una forma adicional de restricciones posibles sobre los medios, en busca de controlar la información, se encuentra en las presiones ilegítimas contra aquellos órganos de prensa que hubieran difundido versiones capaces de causar molestia. Nos referimos a presiones no oficiales y que pueden ser atribuídas a distintos actores, sobre todo aquellos interesados en confundir, más que difundir informaciones. En este sentido, sí se pudieron conocer amenazas contra algunos medios de información impresa, especialmente cuando el diario La Jornada, como se explica más adelante, recibió libelos anónimos que iban específicamente destinados a su director y otros trabajadores del diario; tales amagos, tuvieron en todo caso un efecto contrario a la intimidación, porque de inmediato fueron descalificados por fuerzas políticas de todos los signos, comenzando por el gobierno federal. El diario unomásuno también se quejó de amagos contra dos de sus directivos y, por otra parte, las oficinas del Centro Nacional de Comunicación Social y del Canal Seis de Julio fueron allanadas, al parecer por agentes policiacos, en una serie de episodios que no fueron aclarados.

En ausencia de censura explítica, o capaz de distorsionar la vocación informativa que con sus respectivos matices ejerce cada medio, las verdaderas limitaciones que se experimentaron durante la crisis de Chiapas fueron las que resultaban, sobre todo, de autorrestricciones por parte de las empresas de información o de los periodistas mismos. Un periodista que no acostumbra ser complaciente con las fuentes oficiales, Raymundo Riva Palacio, reconocía este panorama al escribir, el domingo 20 de febrero:

"La libertad y la independencia no han sido puestas a prueba. El gobierno no ha hecho uso de la censura ni se ha comprobado que haya tomado represalias contra algún medio. Lo desigual en la cobertura de medios responde más bien a los intereses particulares de los dueños, o a posiciones políticas o ideológicas de quienes trabajan en ellos".

Más aún, añadía Riva Palacio:

"Ni siquiera las rutinarias prácticas de los celosos veladores de las buenas costumbres en la Secretaría de Gobernación han logrado poner freno a numerosos comentaristas de radio y televisión, que en muchos casos son más extremistas, radicales e intolerantes que las autoridades mismas".6

No había censura y tampoco indicaciones expresas del gobierno a los informadores. Esta nueva actitud, que si bien ya existía por parte del gobierno, nunca se había manifestado en un momento tan crítico y tendría que haber sido considerada como plausible por los informadores. Sin embargo, en una más de las paradojas de esta crisis

hubo quienes se han quejaron de la falta de una línea gubernamental explítica. El periodista René Delgado escribió en la revista Signos, de la ciudad de Guadalajara, que:

"En estricto rigor, en el gremio periodístico se cotizó mucho mejor un comunicado guerrillero que un boletín o una declaración oficial del gobierno".

Pero ese desprecio por la información oficial luego, en la interpretación del mismo reportero, se convierte en queja, cuando escribe que:

"Esa ausencia de una política informativa gubernamental revela que, al interior del aparato, no hay consenso en cuanto al proceder y, con atenuantes menores, deja entrever una crisis en el gabinete".7

Es decir, en la ausencia deliberada de una política que le impusiera a los medios contenidos informativos explícitos, hubo quienes encontraron una omisión cuestionable, en vez de una actitud que dejaba a la prensa (impresa o electrónica) en libertad de elegir sus fuentes y desplegar sus contenidos como su sentido periodístico, sus cálculos empresariales o su responsabilidad informativa les indicaran. Se podría reconocer que, con o sin censura, con o sin libertad, nunca se deja contento a nadie. Pero además, la apreciación del periodista Delgado (que citamos en este libro como un ejemplo más de la confusión informativa traducida en obnubilación analítica en los días del conflicto chiapaneco) parece exagerada. Por otro lado, esa idea de que la ausencia de una política que impusiera una información determinada puede ser sintomática de una crisis al interior del gobierno, parece por lo menos aventurada.

En cualquier medición de los medios, en conjunto, es evidente que en la crisis de Chiapas, las declaraciones y comunicados del gobierno tuvieron más peso que los comunicados del EZLN y no necesariamente por vocación gobiernista de los medios (aunque los hubo, como Televisa y El Heraldo, para citar sólo dos ejemplos, que intencionada y ostensiblemente privilegiaban, hasta considerar que era la única, la información oficial). Además, la estrategia de propaganda de los zapatistas decidió enviar sus comunicados a unos cuantos medios, a los que consideraban más receptivos, o más simpatizantes, respecto de sus posiciones. Al final de este libro incluímos, como Apéndice, el comunicado en donde el EZ explica su política de comunicación, estableciendo algunas rectificaciones: cuando advierte que sus comunicados, aunque no los transcriben completos porque no los habían recibido directamente, interesan a otros medios impresos y electrónicos, entonces deciden dejar de discriminarlos.

Es preciso reconocer la diversidad, abundancia y sobre todo, la heterogeneidad y presencia regionales de los medios, que no son sólo aquellos que en ocasiones, desde nuestros observatorios defeños, somos capaces de mirar.


 

Actores y protagonistas. Los partidos. El Ejército

Los enviados a la zona en guerra pudieron incursionar en ella, sin más limitación que aquella impuesta por la necesidad de atender a medidas de seguridad. Pronto, sin embargo, varios reporteros de quejaron de presuntas presiones del Ejército Mexicano e incluso de disparos cerca de ellos, aunque nunca se pudo probar si las balaceras en las que estuvieron involucrados resultaron de intentos claros de amago, o de la poca responsabilidad de algunos informadores.

En contraste con la política de propaganda intencionada, con claros objetivos para impresionar y ocupar espacios que desplegó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional la otra fuerza armada, el Ejército Mexicano, buscó un perfil modesto. Los militares mexicanos, no quisieron ser los villanos de este conflicto ni buscaron un papel protagónico, a diferencia de otras fuerzas y personajes involucrados en la crisis de Chiapas. Pudiendo haber buscado en los medios una presencia que, debido a la gravedad del conflicto, nadie les iba a regatear, los mandos más altos del Ejército e incluso los funcionarios de esa corporación a cargo de las zonas militares en Chiapas, tuvieron una presencia discreta. Esta posición, no puede haber sido más que deliberada: para no restarle presencia pública a las autoridades civiles y en primer lugar al Presidente de la República.

Pero una de las consecuencias de la en términos políticos plausible discreción del Ejército Mexicano, fue su escasa habilidad para responder, en el terreno de los medios, a numerosas versiones e imputaciones que se ofrecían sobre el desempeño de esa corporación. Todas las extensas e intensas dos primeras semanas del conflicto, estuvieron salpicadas de versiones distorsionadas y acusaciones falsas que llegaron a conformar, en algunos sectores de opinión, una imagen de abuso y prepotencia por parte del Ejército. Aunque las transgresiones a los derechos humanos no se comprobaran, el hecho de que tampoco fuesen aclaradas o rechazadas con el mismo énfasis con el que se daba informaba respecto de ellas, dejaba a muchos lectores y radioescuchas con una sola versión, la de quienes impugnaban el desempeño del Ejército. La intencionalidad de algunos medios, o la clara simpatía de algunos reporteros e informadores con el EZLN, se añadió para conformar un panorama propagandísticamente desfavorable al Ejército Mexicano y, así, indirectamente, al gobierno federal. No fue sino hasta fines de enero y comienzos de febrero, cuando desde esa corporación armada se levantó una política de comunicación que, si bien respetuosa de la libertad informativa de los medios, procuraban aclarar confusiones y mentiras. De todo ello se da cuenta en el tercer capítulo de este libro.

Otros actores, indirectos ellos, son los partidos políticos y sus dirigentes. La crisis chiapaneca los rebasó a todos ellos de manera dramática. Los primeros días del conflicto, fuera de expresiones de sorpresa y numerosos lugares comunes, la mayoría de los dirigentes de los partidos y de sus candidatos a la Presidencia de la República (como se recordará, las campañas rumbo a las elecciones de agosto apenas habían comenzado) no acertaron a ofrecer salidas ni a encabezar una respuesta social a los acontecimientos de Chiapas. Los medios de comunicación dedicaban espacio abundante (aunque subordinado a las notas procedentes del escenario del conflicto) a todas estas declaraciones, pero frente a la densidad de la guerra y sus acontecimientos (primero los episodios armados y luego el camino a la paz) aparecían como contexto pálido y prescindible.


 

En busca del acontecimiento. Si no hay noticias, las inventamos

El gobierno, como fuente informativa, no tuvo, entonces, una política de intencionada presión. Eso no significa que no hubiera notas. De hecho, toda la primera quincena del conflicto se producen, primero, declaraciones de funcionarios de la Secretaría de Gobernación que buscaban minimizar las dimensiones del conflicto o atribuirlo a fuerzas extranacionales. Luego la presencia del Presidente Carlos Salinas, al exhortar al diálogo, decidir el cese unilateral del fuego o al ofrecer la amnistía, entre otros momentos, llega a ocupar espacios significativos en los medios. Al mismo tiempo, aunque con la timidez que ya señalamos, el Ejército Mexicano proporciona datos, boletines y, a veces, aclaraciones.

Pero del frente de batalla, en donde se encontraba lo más espectacular, las noticias que surgen son escasas. Como señalaremos en otra parte de este libro, en los primeros días del conflicto hay una compulsiva y avasalladora abundancia de noticias y después, nada o casi nada. Particularmente, entre la última semana de enero y las dos primeras de febrero, una vez que la suspensión de hostilidades era un hecho, no existían balaceras, ni ataques aéreos, ni emboscadas, ni hallazgos macabros, capaces de satisfacer el ansia de espectacularidad de los medios y de sus audiencias. De la avalancha de asuntos, de pronto, demasiado pronto para el gusto de quienes, en su papel de corresponsales, buscaban más espacio en las primeras planas o mayor protagonismo como actores del conflicto, transitamos a un moroso, incluso tedioso silencio. El EZLN, replegado a sus posiciones en la selva chiapaneca, evaluaba las condiciones para el diálogo con el enviado del gobierno mexicano. En los circuitos oficiales, a su vez, se aguardaban las negociaciones de Manuel Camacho, Samuel Ruiz y la consiguiente respuesta zapatista. Entonces, es el momento de los rumores e, incluso, de las voladas, como en la jerga periodística se denomina a las noticias falsas.

La desesperación de los reporteros, que propicia que cualquier versión o cualquier movimiento parezca noticia, fue magistralmente relatada por Guillermo Ochoa, en su Informativo Panorama de Radio ACIR, que el lunes 7 de febrero transmitía desde Chiapas:

"Alejandro Cotes es un joven alto y delgado, al cual le sienta con esplendidez la filipina blanca de mesero del Hotel Diego de Mazariegos, en donde ha sido establecida la oficina de prensa para tratar los puntos relacionados con el conflicto de Chiapas.

"Pues bien, el mediodía del viernes pasado, Alejandro notó que uno de los cables para los micrófonos que se usan para las conferencias de prensa, estaba suelto. Se dirigió a la administración del hotel, volvió con un rollo de papel engomado y arrodillándose comenzó a unir el cable con el piso de mosaico para evitar que alguien tropezara.

"Fue un acto simple, trivial, sin embargo dos periodistas lo notaron y de inmediato le encontraron un significado: si arreglan los cables, es que van a usar los micrófonos; esos micrófonos los utiliza por lo general Manuel Camacho Solís, entonces, si habla Camacho Solís habrá comunicado y si hay comunicado, habrá información.

"Entonces, los dos periodistas ocuparon una de las doce mesas de alambrón que hay en el precioso patio cuadrado y se pusieron a esperar, sólo que otros dos periodistas los vieron y se unieron a la espera.

"Al grupo de 4 periodistas se unieron otros 4 y al poco tiempo, llegaron los fotógrafos y montaron sus tripiés. La gente de la televisión montó sus cámaras y los reporteros de radio comprobaron la vida útil de las pilas de sus grabadoras. En 15 minutos, el patio adjunto a la sala de prensa estaba repleto y Alejandro Cotes, ignorante de su poder de convocatoria sobre la prensa mundial, iba de aquí para allá trabajosamente para preguntar con cortesía: ¿les puedo servir algo?

"Fue un hecho trivial. Sin embargo me sirve para explicar el grado de tensión, de desesperación --de histeria, dijo una reportera-- en lo que han caído los 300 periodistas que, muy a su pesar, se han convertido en los soldados de una guerra que ya no se da ni en las montañas ni en la sierra de los Altos de Chiapas, sino en los espacios informativos de México y de muchos países.

"Desde luego, no intento minimizar un conflicto que ha dejado más de cien muertes, no sé cuántos heridos y que ha desplazado de sus hogares a unas 14 mil personas, no. La guerra es un hecho innegable. Me parece que se encuentra en un estado latente y pienso que cualquier imprudencia podría recrudecerla.

"Me parece también que, en el mejor de los casos, pasarán muchos años antes de que se borren las huellas trágicas que ha dejado el conflicto en esta región. Hay deudos, hay viudas, hay huérfanos. Hay personas que han perdido el fruto de su trabajo, pero aún así no deja de resultar extraordinario que ningún hecho, que yo recuerde, ocurrido la segunda mitad de este siglo, incluído el terremoto de 1985, haya merecido tanto espacio en los medios informativos como esta guerra del año nuevo, cuya fase armada y violenta duró por fortuna sólo 4 días.

"¿Por qué? No lo sé. Eso sería motivo de otro análisis. Por lo pronto, para mí, es un hecho que hoy la guerra verdadera se da en los medios informativos, que los periodistas están convertidos en soldados, o por lo menos en correos y que la metralla haya sido sustituida por los comunicados públicos que emite el EZLN, por una parte, y el Comisionado para la Paz Manuel Camacho Solís, por la otra. Y hablo de comunicados públicos, porque es evidente que existe otra comunicación privada que se da presuntamente a través del obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz.

"¿Qué hacen los periodistas? Esperar, francamente esperar. ¿Esperar qué? Esperar a que salga un comunicado, que haya una conferencia de prensa, que se diga cuándo se inician por fin las pláticas de paz, en fin... esperar. Por eso les decía: los periodistas están tensos, a veces desesperados, a veces unidos en una especie de letargo del cual los rescata cualquier rumor, cualquier señal, cualquier signo que merezca o no ser interpretado y cuando esto ocurre, saltan como impulsados por un elástico y se ponen a indagar, a preguntar, a reportear.

"El resultado es a veces una buena nota. Con frecuencia, la nada... Todos ellos se han propuesto firmemente vestir con desaliño, lo cual les da una especie de excentricidad uniforme, pero eso sí, en su inmensa mayoría son profesionales y trabajan de firme; pegados a sus faxes, a sus computadoras y algunos todavía a sus máquinas de escribir, y forman una tropilla muy diferente a aquellas que hace años crearon la leyenda negra del periodismo mexicano y cuyos integrantes ganaban su fama no a base de trabajo, sino inventando un coctel, trapándose ebrios a la estatua del Caballito, o entrando a horcajadas sobre brioso corcel al cabaret Capri."

Hemos citado en extenso el relato de Ochoa que, ofrecido en radio, recuperaba la frescura de las crónicas que ese periodista publicaba en Excélsior hace dos décadas, no sólo por lo descriptivo que resulta de la preocupación de los informadores ante la falta de noticias sino, también, por el sabroso y puntual dibujo, crítico pero no exento de autocrítica, que allí se ofrece.

Y si no hay noticias, entonces hay reproches. Rosaura Ruz, enviada de un noticiero de radio, se quejaba apenas el 10 de enero:

"Los periodistas nos retroalimentamos de los propios periodistas, todos intentan penetrar a esa zona y todos estamos inquietos, inconformes y ávidos de información. Pero por todos lados hay retenes... No podemos ser testigos. Existe un hermetismo total de las autoridades y sólo tenemos versiones de segunda, tercera o cuarta mano".8

En realidad, no dejaban de ocurrir asuntos, pero menos vistosos que los de los primeros días del conflicto. Entonces, sucede que los periodistas mismos se convierten, por vocación protagónica de algunos o por necesidad profesional de otros, en actores del conflicto chiapaneco. Algunos informadores, son personajes de la breve guerra cuando son atacados, intencionada o accidentalmente. Esta conducta no pasa sin ser evaluada por sus colegas. Incluso el camarógrafo Epigmenio Ibarra, quien luego deploraría que el conflicto hubiera sido tan breve, escribía el domingo 16 de enero para La Jornada:

"La mala fortuna y el protagonismo excesivo y también poco ético de algunos periodistas amplifica el error. Asustados por el ruido, un grupo de colegas argumenta haber sido agredido por un avión militar".9

El reportero (para singularizar la actitud, en plural, de algunos de los enviados a Chiapas) asume un papel distorsionado de su función como periodista: se vuelve (o busca volverse) actor, no solo testigo o transmisor de los hechos. Sobre tal asunto, se ofrecen diversos episodios al final del segundo y en todo el tercer capítulos de este libro.

Los reporteros: entre la competencia y la insolidaridad

La cobertura de los acontecimientos de Chiapas requirió de gran profesionalismo, no exento de valor personal y de solidaridad gremial, entre la mayoría de los reporteros que acudieron a ese estado del sureste mexicano. En términos generales, los televidentes, radioescuchas y lectores se beneficiaron de una actitud responsable (en unos cuantos casos incluso humilde, a pesar del riesgo y de la importancia de su desempeño) por parte de los enviados. Pero las excepciones respecto de tales actitudes, no fueron pocas. En todas las guerras, y a pesar de su corta duración la de Chiapas no rompió con esa costumbre, hay una tendencia a la sobreactuación de los periodistas.

Estar en el sitio del conflicto, poder transmitir en directo en el caso de los medios electrónicos o con un tono de sacrificio y riesgo en todos los medios, son circunstancias que acentúan el papel protagónico de muchos informadores. Esto ocurre en todas las guerras y les sucede incluso a enviados con experiencia bélica. En el caso que nos ocupa, prácticamente todos los reporteros mexicanos que acudieron a Chiapas estaban acostumbrados a otro tipo de tareas informativas, en donde la exigencia para buscar y confrontar hechos es poca.

El periodismo mexicano, todavía en una gran porción, suele ser de declaraciones y de boletines más que de exploración y de investigación. La irrupción de la guerra en Chiapas agarró desprevenidos a los medios mexicanos, que no suelen tener reporteros entrenados para cubrir acciones bélicas. Una de las circunstancias que le permitió a La Jornada tener información amplia sobre el EZLN, además de la simpatía de ese diario y de sus reporteros hacia los neozapatistas, fue el hecho de que algunos de los miembros de su redacción habían tenido alguna experiencia en la cobertura de conflictos armados en Centroamérica. También Excélsior, aunque con una vocación ideológica distinta, contaba con reporteros avezados en informar enmedio de las balas.

Pero por lo general, los periodistas mexicanos que son enviados a Chiapas llegan sin estar pertrechados ni profesional, ni materialmente. Por eso unos cuantos entre ellos, pero en actitudes que fueron también noticia, asumieron posturas de rivalidad e incluso de agresividad, enmedio de la guerra y en el escenario de ella, contra sus propios colegas. Parecía, en momentos, que los enviados no se hacían cargo de que se encontraban en una guerra y de que el EZLN, más allá de las simpatías que suscitara entre ellos, era un grupo armado. El enviado Antonio López, de Radio Mil, en charla con Rubén González Luengas, llegó a comentar así uno de los momentos de más tensión durante su presencia en Chiapas: el 24 de enero:

"Algunos reporteros fueron en una pequeña caravana a entrevistar a los grupos armados y entonces, concretamente un fotógrafo de un conocido medio de prensa escrita, con cierta introducción a la Universidad (sic) y que casi casi se siente ya dueño del Ejército Zapatista y dueño de la comunicación, se le ocurrió decirles a los miembros del EZLN que todos los que venían detrás de él eran de la Secretaría de Gobernación. Esto causó un gravísimo problema a un compañero nuestro de Canal 13. A punto estuvo de que este asunto se transformara en un verdadero disgusto. (Yo) quería denunciar esto, porque es importante que todo mundo sepa que desde el principio del conflicto hubo un compañerismo muy notable. En cambio, ese enviado especial de un medio de información escrito, de la prensa, puso en riesgo la vida de todos los demás reporteros que estábamos ahí, diciéndoles a los miembros del EZLN que todos los que venían detrás eran de Gobernación. Eso provocó que a nuestro compañero de Canal 13 lo sacaran a punta de rifle, apuntándole a la cabeza tanto a él como a su ayudante de cámara".10

Rafael Flores Martínez, enviado de Organización Radio Centro a Chiapas, describía el viernes 14 de enero, a su regreso a la ciudad de México, las condiciones de rivalidad y consiguiente competencia en las que se recababa la información del conflicto armado. Al comienzo del conflicto, dijo, había un "gran compañerismo":

"Sin embargo también se dio en muchas ocasiones la competencia por ganar la nota. Finalmente, poco antes de que el Presidente decretara el cese al fuego, ya cada uno de los reporteros que cubrían la zona trabajaba por su lado".11

El mismo Flores Martínez, en conversación radiofónica con Juan María Naveja, Paco Prieto y Carlos Aparicio, hacía una clara y patética descripción de la falta de entrenamiento para cubrir un conflicto bélico cuando recordaba que las muy comentadas agresiones que sufrieron algunos informadores:

"... a veces fueron causadas por la misma inexperiencia, porque en México no es común una guerra de guerrillas; no estamos acostumbrados a cubrir las notas de confrontaciones militares... Al grupo de reporteros en el que yo me encontraba comúnmente, lo guiaban los reporteros centroamericanos, porque era gente que sí sabía qué hacer, porque ya habían vivido situaciones similares.

"Por ejemplo, en una ocasión íbamos (en) dos vehículos hacia Ocosingo, cuando empezamos a escuchar disparos. Yo, la verdad me asusté muchísimo y sólo se me ocurrió prender la grabadora. En cambio un reportero rubio, alto, que venía en el otro vehículo, se salió de éste y se empezó a internar en la selva.

"Yo me preocupé mucho y aunque no domino el inglés, empecé a gritarle para que regresara, pero no me entendía. Entonces opté por hacerle señas para que se agachara o para que se tirara al suelo. Sí me entendió, a pesar de que luego me dijeron que era yugoeslavo, y se fue avanzando pecho a tierra. En eso estaba, cuando de repente una vara se le atoró en la camisa y me dí cuenta de que traía chaleco antibalas y un equipo similar cubriéndole el cuerpo. Me dije entonces: 'aaah, éste ya le sabe'.

"Son personas que ya conocen hechos similares. Los de más experiencia nos decían: 'si salen a la zona del conflicto no salgan armados, no salgan solos, vayan en convoyes...' Lo que pasaba es que en el afán de ganar la nota a veces éramos imprudentes. En una ocasión me enfrenté con un militar, porque no me dejaba pasar. Me dijo 'qué es lo que quieres', a lo que le contesté que lo que quería era la nota. Entonces me dijo: 'pues pásale a la nota y por ahí me saludas a mi comadre la muerte'. Me metí a la suburban que traíamos, nos internamos en la zona del conflicto unos metros y de repente empezaron a volar helicópetros con metralletas apuntando hacia nuestro vehículo. Nos dimos cuenta de que no podríamos avanzar más, y decidí que no quería conocer a la comadre del militar que nos había advertido del peligro".12

La competencia, es consustancial al periodismo --pelear por la noticia es síntoma de profesionalismo--. Las acusaciones gratuitas, riesgosas como en el caso descrito varias páginas atrás, nunca lo son. Tampoco puede considerarse como profesional la actitud de quienes, en busca de aparentes exclusivas, fomentaron el comercio de entrevistas o de imágenes. En varios casos, los enviados de medios, mexicanos y extranjeros, fueron víctimas de engaños, o de abusos, cuando aceptaban ofrecer dinero a supuestos intermediarios del EZLN.

En algún momento del conflicto, las declaraciones llegaron a ser cotizadas de acuerdo con la intensidad de aquellos días. Juan Carlos Santoyo, reportero de Radio Acir, relataba el 21 de enero desde San Cristóbal:

"Dicen que en la guerra y en el amor todo se vale, pero resulta que aquí esto ya entró en práctica: ya tenemos una agencia de viajes que se denomina Los Anfitriones, que ofrece tours que cuestan entre 2 mil y 5 mil pesos para ir a la zona de guerra. Pero resulta que a los compañeros extranjeros, también se les ofrecen conferencias de prensa con los representantes del EZLN. Eso fue lo que nos contaron y comprobamos.

"Aquí, en las afueras del hotel, hay dos camionetas de esta agencia de viajes que están tapizadas con letreros como 'prensa', 'televisión', etcétera, las cuales salen a las 10 de la mañana con un grupo de reporteros, principalmente extranjeros, que son los que han mordido el anzuelo. Se los llevan y luego los regresan un poco tarde. Garantizan, repito, la foto con los guerrilleros y entrevistas en las que sólo se puede escuchar, a la pregunta de cuántos son, que son muchos pero con una grosería.

"Sus respuestas no son largas. Al parecer, los supuestos entrevistados no conocen, pues cuando hay una pregunta comprometedora dicen que eso lo va a resolver la Comandancia General. De esta forma, regresan a eso de las 7 u 8 de la noche sin haberse ensuciado los tenis o el pantalón. Pero no los llevan muy lejos. Se nos ha dicho que los llevan a unos 30 o 40 kilómetros de San Cristóbal, donde supuestamente están los miembros del EZLN.

"Como dije, en la guerra todo se vale. Y aquí el ingenio mexicano ha comenzado a salir".13

Las tarifas de quienes aprovecharon el conflicto y la urgencia periodística para hacer negocio, eran establecidas en pesos o en dólares, según se apreciaba en la crónica que, por esas mismas fechas, ofrecía, también en una radiodifusora, Rubén González Luengas, el 24 de enero por la mañana:

"Este fin de semana que tuve la oportunidad nuevamente de estar haciendo algunos reportajes especiales en San Cristóbal de Las Casas, en Ocosingo y en otras partes, resulta que también hay la mercadotecnia de la guerrilla. Es decir: 'déme usted mil dólares y lo llevo con los guerrilleros'. Hay ofertas de algunas personas para guiar hasta donde están los guerrilleros y lo curioso del caso es que sí lo hacen. Incluso, hay periodistas que sí pagan. Es una especie de heroicidad que se está creando; por ejemplo, hay una cadena de televisión mexicana muy famosa que ha dicho: 'hasta fulana de tal llegó con la guerrilla'. Ja, ja, ja".14


 

De la información, a la imaginación. El frío y las señales del subcomandante

La risa que la candidez profesional o la búsqueda de notas causaba a otros de sus colegas, podría ser extensiva a los intentos de informadores para, en ausencia de hechos, adentrarse en la especulación. En un conflicto que propiciaba tanto despliegue de imaginación entre los analistas políticos y en general, entre los mexicanos, los reporteros no sólo no fueron ajenos a ese ejercicio nacional sino que, ellos mismos, propiciaban y reforzaban la especulación.

De la información, a la imaginación y de ésta, a la simplificación del conflicto en las anécdotas más inmediatas, hubo un frecuente devaneo de algunos reporteros. Las versiones sobre la identidad del personaje Marcos, dieron lugar lo mismo a revelaciones que acababan por ser desmentidas que a suposiciones, disfrazadas de noticias, entre cómicas y patéticas. El ya citado Juan Carlos Santoyo, enviado de Vector XXI de Radio Acir, imaginaba y comentaba, al terminar la tercera semana del conflicto, sobre el paradero del subcomandante:

"Muchos de los reporteros que nos encontramos aquí hemos llegado a la conclusión de que cuando el subcomandante Marcos habla de 'este frío', quiere decir que él no se encuentra en la selva lacandona, como se había estado especulando durante mucho tiempo. ¿Por qué? Porque el clima de San Cristóbal de Las Casas es muy diferente al de Ocosingo, por ejemplo. Aquí en San Cristóbal las temperaturas descienden mucho, son de 6 o 7 grados. Entonces, si el subcomandante Marcos habla de 'frío', esto nos lleva a la deducción de que no se encuentra en la selva, sino que está por alguna región boscosa en la zona de Los Altos y que podría detectarse en un momento dado. Con esta deducción de todos los reporteros que nos encontramos aquí cubriendo la información, imaginamos que el subcomandante Marcos se encuentra muy cerca de la ciudad de San Cristóbal".15

Por lo visto, el personaje Marcos no sólo se burlaba, dando pistas falsas, de los cuerpos de seguridad que trataban de ubicar su paradero. También encontraba credibilidad entre los periodistas quienes, a su vez, involuntariamente desinformaban a los públicos de sus medios de comunicación.

Quitarle el pasamontañas a Marcos, aunque fuera metafóricamente, se vuelve obsesión de muchos informadores, lo mismo que llegar hasta los alzados. Así había quienes, con emoción, explicaban sus vicisitudes para encontrarse con los neozapatistas, en relatos no exentos de alguna casi candorosa autogloroficación. Daniel Ruiz, reportero de Canal 11:

"Verles la cara. Esa era una necesidad. Esa idea permeó a todos y salimos como nuestra conciencia nos mandaba, a cualquier lado, a ver a los protagonistas de cerca. En la persecución del guerrillero se gastaron días de caminata, noches en brechas, arriesgando todo para poder filmar 'desde algún lugar de la selva', consultas a comunidades enteras pidiendo permiso 'para poder grabar para la tele', organizando caravanas que devinieron en tours hasta donde el taxi llegaba. Muchos invirtieron billetes pagando a guías y otros derramaron lágrimas en súplicas por autorizaciones para poder captar unos minutos para la televisión mundial".16

De la emoción, a la glorificación. La pluma y la vocación imaginativa

Pero además, en la ausencia de noticias auténticas no sólo vuelan las especulaciones sino, entonces, también las exaltaciones. A lo largo de los siguientes dos capítulos y, con énfasis en el diario La Jornada en la última parte de este libro, se describen las actitudes de emoción, nada diferenciadas de la glorificación, que algunos informadores y medios asumen respecto de una sola parte de los actores del conflicto chiapaneco, es decir, de los neozapatistas.

Esa postura, era registrada por el público de cada medio. No estaba lejana, además, de la búsqueda de audiencias más amplias, en una competencia si bien profesionalmente poco escrupulosa, en cambio comercialmente redituable. Era la batalla por el rating, o por una mayor circulación en el caso de los medios impresos. Sobre ella, el ya mencionado Riva Palacio escribió en El Financiero del 20 de febrero:

"El camino seguido (por los periodistas) fue el impresionista, dejando suelta la decodificación de los símbolos para sus lectores. Por eso, al bajar la tensión y acabarse los balazos, la originalidad y la búsqueda de ángulos interesantes e iluminadores se han cedido a la pluma de Marcos, el subcomandante guerrillero".17

Marcos, aún dentro de su chantaje cursi a las emociones exaltadas, manifiesta mayor búsqueda, más originalidad incluso, que la mayoría de sus promotores y defensores. Por lo menos, en su variedad de comunicados y ocurrencias expresa alguna imaginación, aunque no deja de ser chocante la actitud de arrogancia, disfrazada de humor pesado y de benevolencia envalentonada --no en balde se trataba de un personaje armado de una metralleta--.

La mitificación, marcha paralela a la desorientación. Y esta se produce desde diversas intenciones. Tanto o más que el asombro voluntarista de algunos reporteros ante Marcos y el EZ, llega a tener presencia el intento para, sin pruebas, tratar de descalificar la imagen de ese personaje y de ese grupo, o para rodearlos de vituperios a partir de mentiras.

Había informaciones falsas cuando se decía que la Fuerza Aérea Mexicana estaba arrojando bombas y, peor aún, sobre civiles indefensos. No era cierto. También las había, en las numerosas versiones que circularon sobre la identidad del llamado subcomandante Marcos, algunas de las cuales, en el intento para desprestigiarlo, llegan a la difamación.

Varias publicaciones, especialmente semanarios, ofrecieron espacio a versiones escandalosas, y a la postre desmentidas, que aseguraban que Marcos era extranjero y que le encontraban cómplices también de origen no mexicano. Semanas más tarde el sacerdote jesuita Carlos Bravo, director de la revista Christus publicó, en un suplemento del diario Reforma, un recuento sobre las versiones que circularon en torno a la presunta responsabilidad de un sacerdote y una religiosa, ambos de origen alemán, en la creación y la dirección del grupo armado.

La revista Impacto, llegó a presentar como estruendosa revelación la presencia en el grupo armado de Carlos Lenden Voll, aparentemente identificado como organizador y que, se decía, tenía una amante llamada Janina Archimbaum. Más tarde, la revista Epoca corrige el nombre de quien, así, se llamaría Carlos Lenkersdorf, del cual dice que es sacerdote jesuita "y le atribuye la misma responsabilidad". El diario Reforma, el 19 de enero, también se refirió a Lenkensdorf y a Jeanine Archimbaud, como dos de los "personajes claves" en la insurrección: uno sería el instructor principal y la otra, responsable del reclutamiento femenino. Tres días después, El Heraldo menciona supuestos informes militares en los que aparecerían "el clérigo alemán Karl Lenkensdorf Schmidt y la monja canadiense Janine Pauline Archinvand Biazot". Ante esta maraña de versiones y distracciones, el sacerdote Bravo presentaba las siguientes aclaraciones:

"Karl Lenkensdorf, alemán, no es sacerdote. Está casado desde hace 52 años con Godrun Lohmeyer y tiene 67 años. Fue luterano hasta hace 27 años y es católico desde hace unos 12 años; ha colaborado con la diócesis desde 1973. Desde 1983 vive en el Distrito Federal por causa de la enfermedad de su mujer y trabaja en la traducción de la Biblia al tojolabal".

En tanto, "Jeanine Archimbaud, francesa, tiene más de 65 años. No es religiosa, como se le atribuye. Vino hace unos dos años a trabajar a Chiapas, donde pensaba morir. Vivía muy modestamente, con su pensión y su trabajo era conseguir fondos para conseguir medicinas e implementos médicos para el hospital de San Carlos, en Altamirano. Desde mayo de 1993 regresó a Canadá. Quien es acusada de reclutar mujeres para la guerrilla sufre una enfermedad ósea, artritis anquilosante y sufre de fuertes dolores en la columna. Vivía muy sencillamente con su pensión".18

Las publicaciones que dieron a conocer la feria de falsedades (a juzgar por las contundentes aclaraciones que hemos citado) no ofrecieron rectificaciones, y menos disculpas, aunque llama la atención que una de ellas, el diario Reforma, en aparente aunque no confesado acto de contrición, haya dado cabida al ensayo del sacerdote Bravo. Todo eso, no soslaya la intensa presencia de la iglesia, y no sólo de la facción encabezada por el obispo Samuel Ruiz, a lo largo de todo el conflicto en Chiapas. Pero una cosa es reconocer (y discutir, y cuestionar incluso) el protagonismo de la iglesia católica y sus dirigentes. Y otra, es la fabricación de versiones falsas, que no hacen más que meter más ruido a un conflicto de por sí lleno de estridencias retóricas, informativas y desde luego políticas.

TELEVISION:

Credibilidad a la baja, rating todavía inmenso

Si hubiéramos dependido solamente de la televisión privada, los mexicanos nunca habríamos sabido las dimensiones de la guerra en Chiapas. Es más: si hubiérmos atendido sólo algunos días (ya avanzada la primera semana de enero) a cualquiera de los dos principales noticieros televisivos, tendríamos que haber creído que la guerra ya no era tal, o quizá que nunca había existido.

El intento para minimizar o soslayar el tamaño y la extensión geográfica y política de los acontecimientos de Chiapas, así como la dependencia exclusiva, o casi, de las fuentes oficiales más rígidas y escuetas, llevó a que en los principales noticieros de la TV la guerra de enero apareciera como un asunto aislado, disminuído y prácticamente resuelto. Pero la permanencia del tema Chiapas en esos espacios, día tras día o casi, indicaba a los televidentes que el problema continuaba.

No hubo guerra o la hubo disminuída en la TV, pero los mexicanos buscábamos todas las noches las informaciones de un conflicto que sabíamos, o adivinábamos, maquillado para su presentación en la caja electrónica, pero que queríamos ver en imágenes y a todo color. Si bien las versiones de los reporteros y conductores, tanto en 24 Horas de Televisa como en Hechos de Televisión Azteca (y, en menor medida, en Enlace de Canal 11) eran intencionadamente parciales, de cualquier manera retrataban algo del dramatismo y la tristeza del conflicto en Chiapas.

En varias ocasiones, las escenas de dolor y muerte son aprovechadas (y entonces sí, exageradas) con propósitos propagandísticos: hubo quien incluso entrevistó a un muchacho moribundo en las calles de Ocosingo y luego, simplemente lo dejó tirado, para que se acabara de morir (este y otros episodios del manejo unilateral, tramposo y amarillista en la televisión, aparecen detallados en el siguiente capítulo).

Pero por muy espeluznantes o desconsoladoras que resultasen las escenas televisivas de la guerra en Chiapas, no siempre indicaban lo mismo. Las que para una vertiente de interpretación podían ser imágenes de manipulación o clientelismo, para otros lo eran de compromiso y heroicidad. Esto sucedía también con las fotografías como ocurrió con la gráfica, antes comentada, del muchacho muerto junto a un rifle de madera. También fueron frecuentes las diferencias entre lo que decían los reporteros y lo que veía el televidente. El comentarista Ariel González Jiménez encontró, con ojo analítico:

"Hay tantas visiones del conflicto como medios y públicos en el país. Los que ven televisión tienen una imagen muy fragmentaria y hasta artificial de lo que pasa. Televisa llegó a utilizar, por ejemplo, escenas absurdas donde los soldados del Ejército mexicano corren, supuestamente en plena acción y se colocan, ni más ni menos, detrás de unos valientes e impasibles camarógrafos de dicha empresa".19

Preocupada por enfatizar el protagonismo de sus reporteros, Televisa --especialmente en el noticiero 24 Horas-- descuida la búsqueda de informaciones auténticas, que dieran cuenta de lo que sucedía en Chipas. La televisión mexicana en general, pero de manera muy especial esa empresa, abdicaron del derecho a investigar y así, del deber de informar. Sus principales y casi exclusivas fuentes, en el transcurso de toda esta fase del conflicto, son las oficiales.

Esa unilateralidad, que no es rara en los medios electrónicos y sobre todo en la televisión mexicana, sí resultó contrastante con la variedad de fuentes informativas de las que dispone (y ofrece) la prensa escrita y, en menor medida, la radio. Los comunicados del EZLN, incluso con el exceso que suponía publicar en extenso y cotidianamente las sensibleras epístolas del subcomandante Marcos, conforman un acercamiento diferente, no sólo complementario sino incluso contradictorio respecto de aquél que únicamente depende de las fuentes gubernamentales.

Ante la diversidad de la prensa escrita, los noticieros de Televisa aparecen planos, repetitivos, sin noticias. Gracias a ello, es posible que 24 Horas y su conductor dejen la sensación de que más que asumir una actitud de imparcialidad, toman parte del lado de los duros en el conflicto chiapaneco. Incluso una observadora de los medios tan acuciosa como suele ser la profesora Florence Toussaint, columnista de medios de la revista Proceso, llegaría a escribir, en un recuento sobre el papel de la comunicación en este asunto, que:

"Mientras tanto, Jacobo Zabludovsky se convertía en el mejor vocero de la SEDENA. El noticiario de la noche, luego de una andanada de declaraciones oficiales, difundía montajes con testimonios arreglados, editados, con cifras falsas. Hacía votos por la guerra y se declaraba sin ambages, como Fidel Velázquez, partidario del exterminio aunque sin decirlo con esa crudeza".20

En realidad, no puede demostrarse que Zabludovsky y su noticiero estuvieran del lado de los exterminadores en el conflicto de Chiapas. La posición editorial, cuando la había en 24 Horas, era de respaldo a las soluciones negociadas y, cuando más, de defensa del Ejército Mexicano, lo cual no significaba que apoyase la solución armada. Sí, en cambio, puede reconocerse que la parcialidad en sus fuentes informativas llega a configurar una opinión adversa, en amplios sectores de la sociedad, respecto de los noticieros de Televisa. Aunque, como se advierte más adelante en la síntesis de resultados de algunas encuestas sobre los medios en esta coyuntura, la mayoría de los ciudadanos reconoce haberse enterado de los incidentes del conflicto en Chiapas a través de la televisión y sobre todo en los noticieros de esa empresa, también se puede apreciar un nuevo rechazo, al menos en zonas urbanas como la ciudad de México, a la política informativa de Televisa.

No puede decirse que la política informativa de Televisa, respecto de Chiapas, haya sido de distorsión. No dijo mentiras. Si acaso, dejó de decir muchas cosas aunque en ejercicio de su libertad para elegir qué comunica y qué deja de incluir en sus espacios de noticias.

Pero no fue precisamente por los vacíos de información que se desarrolló una reacción adversa, en distintos sectores de la sociedad, respecto de la empresa del señor Emilio Azcárraga. Fundamentalmente, sucedió que ya existía una disposición en tales sectores para desconfiar de Televisa y de sus informadores. La unilateralidad en las fuentes para dar cuenta de lo que ocurría en Chiapas y la insistencia por aparentar que las cosas no eran tan graves como se decía en otros medios, fortaleció la impresión de que en 24 Horas y en otros noticieros de esa empresa se decían las cosas a medias. Más que tergiversaciones, en Televisa existieron omisiones. En la crisis chiapaneca Televisa cosechó en la animosidad social, en la desconfianza, que había sembrado durante largos años.

Luego de la sorpresa de las primeras horas, cuando dio un espacio inusitadamente amplio a las escenas que llegaban de San Cristóbal --y en las que aparecían los extraños encapuchados del paliacate rojo, encabezados por el que luego se sabría se hacía llamar subcomandante Marcos--, la televisión se cerró para sólo difundir, entonces, la imagen de unos cuantos actores del conflicto. Sólo por excepción, en los primeros días se mencionaba el nombre del EZLN. Sólo por necesidad, para que la información fuese comprensible, se daba espacio a alguna de las declaraciones de ese grupo, hasta que, ya en la segunda mitad de febrero, las conversaciones en la catedral de San Cristóbal le dieron alguna institucionalidad reconocida a los nuevos zapatistas.

La TV, más por costumbre que por intención expresa, resultó, así, el más oficialista de los medios. El columnista Víctor Blanco Fornieles, se ocupaba de esta situación, en un texto aparecido el 17 de enero:

"Por un lado (están) los medios electrónicos que por sí mismos y un poco empujados por el pastoreo de la autoridad, se han convertido virtualmente en voceros oficiales. Hay diferencias de matiz, es cierto, es mucho más claro el alineamiento oficialista de la televisión, que llegó a extremos insufribles; pero en la radio, no se pudieron encontrar líneas institucionales de verdadera independencia, de crítica y análisis, a lo más la valiente acción de los reporteros que están en el campo de batalla y sostienen un mayor compromiso con la verdad y el derecho de los mexicanos a estar informados".21

Ese compromiso y esa valentía, como hemos visto, no eran unánimes. Pero el contraste entre la televisión y la radio fue notorio, como nunca antes, en el desempeño informativo en ocasión del tema Chiapas. Sin embargo, por mucha variedad que hubiera en la prensa y por mucha audacia que a pesar de sus autorrestricciones se invirtiera en la radio, las grandes audiencias siguieron estando delante de la caja audiovisual. La televisión, con todo y críticos, fue la fuente principal de informaciones (y de omisiones, en su caso) sobre la crisis chiapaneca. Un observador profesional de los medios, Francisco Báez Rodríguez, comentó al respecto que, no en balde, los operadores de Televisa no se mostraban apurados por atender a los cuestionamientos que desde la sociedad crítica, pero minoritaria, se les formularon de nueva cuenta:

"Es lugar común decir que en este conflicto los medios impresos le han dado hasta por las orejas a la televisión, con la radio ubicada en el limbo, al no poder ser ni tan analítica ni tan espectacular. Es cierto, pero hay que relativizarlo: por más que hayan subido los tirajes y la venta de varios diarios y semanarios, por más bajo que haya caído el prestigio de '24 Horas', no hay todavía comparación entre lo que significan un día de ventas de cualquier medio impreso y un punto de rating en televisión abierta. Esta certidumbre y la de su ventaja original en público, es la que mantiene impertérrito a Zabludovsky y son las proporciones en los ratings, más que cualquier otra cosa, lo que determina el cauteloso zigzagueo de Televisión Azteca, la apertura de Enlace y la agresividad competitiva de Multivisión."22

Televisa, así, se encerró en las fórmulas tradicionales. Televisión Azteca pareció querer imitarla pero más que público, compartió los cuestionamientos contra la empresa de Avenida Chapultepec. El Canal 11, del Instituto Politécnico, en algunos momentos mostró cierta autonomía respecto de los esquemas de sus competidoras comerciales, aunque por limitaciones técnicas o indecisiones políticas, perdió la oportunidad de perfilarse como una televisora auténticamente pública. Multivisión, el sistema de televisión codificada que gana adeptos en contraste con la televisión por cable propiedad de Televisa, desplegó contenidos originales sobre todo cuando a comienzos de febrero transmitió en varias partes una entrevista que el realizador Epigmenio Ibarra le había hecho al subcomandante Marcos.

No puede decirse que la televisión, como medio, haya ganado audiencias con el asunto de Chiapas. Ya tenía a los espectadores. Simplemente les ofreció un espectáculo nuevo, aunque de manera tan intencionadamente anticlimática que, si alguna intensidad tuvo la guerra chiapaneca para los televidentes, fue en ocasión de las escenas más dramáticas, que no conformaban un panorama complejo ni coherente.

Por otro lado, los espectadores de vocación más crítica, al menos en algún segmento de ellos, aparte de la televisión tenían acceso a otros medios: allí se encuentra una buena porción de quienes, siendo minoría, consumen la prensa escrita. Incluso en el campo de la TV, hay una creciente aunque proporcionalmente pequeña cantidad de ciudadanos que a través de antenas parabólicas o por alguno de los servicios de televisión de paga, reciben señales del extranjero. Todo ello les permitió comprobar, comparándola, la pobreza informativa de la televisión mexicana (aunque en el asunto Chiapas, los medios del extranjero, entre ellos la televisión de Estados Unidos, pocas veces fueron profesionales: informaban del conflicto pero a menudo con matices folclóricos, o de gran desconocimiento sobre la situación de México).

La televisión, en términos generales, si bien fue el medio con más opciones técnicas y posibilidad de propagación, eligió la ensimismante comodidad de los boletines, antes que la arriesgada audacia de la investigación. Se autorrestringió, editó imágenes, recortó versiones, pospuso informaciones. Le ganó la radio.


 

LA RADIO

En el caudal noticioso: no todo lo que se oye es cierto

Sin las autolimitaciones de la televisión y sin la lentitud de la prensa escrita, la radio tuvo más versatilidad para informar, para crear sensaciones y respuestas, para ofrecer el pulso del conflicto cuando ése se encontraba en su apogeo armado... también tuvo más grandes y más frecuentes ocasiones para distorsionar, para propagar el rumor antes que la versión confirmada (o para enfrentar rumores, ocasionalmente) para perturbar, para confundir.

El rumor, puede decirse, igual que la confusión es consustancial a las crisis y, desde luego, a las situaciones de enfrentamiento bélico. Dominique Wolton ha considerado, a partir de la experiencia del conflicto en El Pérsico, que la abundancia de informaciones no es necesariamente dique, sino a veces cauce, para la propagación de versiones infundadas, pero socialmente exitosas.

"No hay informaciones sin rumores, ésta es sin duda la gran lección de esta guerra. 'Cuanta más información hay, más rumores hay' es una de las leyes más paradójicas de las mutaciones actuales. No obstante, la historia de la prensa, y mucho más la teoría de la democracia pluralista y hasta del recionalismo occidental, atestiguan que la información es el medio de hacer retroceder el secreto y el rumor. La ecuación es simple: el secreto y el rumor son patrimonio de una situación sin publicidad, en el sentido etimológico del término. La constitución de un espacio público, el reconocimiento de la libertad de prensa y de expresión, la existencia de una prensa libre y contradictoria y la discusión pública aseguran progresivamente la victoria de la información contra la ignorancia, los prejuicios, el secreto y los rumores".23

La radio mexicana en el asunto Chiapas, si bien con más flexibilidad y así con mayor posibilidad de búsqueda y creatividad que la televisión, no dejó de estar libre de rumores. Cuando, hacia el 8 de enero, ocurrió un atentado en la ciudad de México, a muchas radiodifusoras les fue difícil actuar con responsabilidad ante la oleada de versiones, malintencionadas o no, que llovieron a través de sus teléfonos. Como ya había ocurrido una explosión, en el estacionamiento de un centro comercial, era sencillo suponer que habría otras más y en diversos espacios informativos proliferaron las noticias sobre supuestas bombas en las más variadas instalaciones públicas. Pero también sucedió que algunos informadores, como se indica más adelante, decidieron no transmitir notas que no estuvieran plenamente comprobadas. Quizá no hubo informador en la radio que no estuviera a salvo de la improvisación y la confusión, caminos ambos que suelen llevar a la distorsión. Pero hubo de todo.

Sobre todo, aún en los noticieros más exitosos, las descripciones de la situación en Chiapas son caóticas, sin elementos orientadores, porque no tienen marcos de referencia claros. No hay un solo noticiero radiofónico absolutamente comprometido con el gobierno y el Ejército mexicanos --cada uno busca su dosis o su momento de autonomía-- y desde luego no lo hay que sea incondicional del EZLN. Pero tampoco hay un contexto de autorresponsabilidad explícita, de tal forma que son el criterio personal de cada conductor, o sus intuiciones, lo que van orientando el desarrollo de la información.

El ya mencionado Ariel González Jiménez, consideró sobre este medio que junto con estilos propios de otros momentos, había una intensa disputa por el auditorio, más allá de consideraciones sociales o de interés público:

"La radio no tiene pierde. Algunos locutores y comentaristas simplemente han subido de tono, creyendo que en los tiempos de crisis eso es lo que viene bien y lo que es más fácilmente asimilado por los radioescuchas. Y si enmedio de esta excitación radiofómica se cuela un comentario irresponsable, ni modo, el rating es el rating. En esta lógica, el precio por minuto de comercialización resulta más importante que la veracidad".24


 

LA PRENSA heterogénea: Cuando cada portada es un mundo

La mayor diversidad que, en términos empresariales e ideológicos, hay en la prensa escrita, permitió que en comparación con los medios electrónicos los diarios mostraran un tratamiento informativo más heterogéneo en la crisis chiapaneca. En los diarios hubo indudablemente más información, tan sólo porque en una plana, por ejemplo, de Excélsior, cabe una cantidad de noticias mayor que en media hora de transmisiones por radio o TV. No siempre la abundancia de espacio significó --igual que hemos visto con la radio-- más exactitud o responsabilidad. Sin embargo, quienes quisieron estar al menos medianamente enterados de lo que sucedía en Chiapas, igual que en otros asuntos, tuvieron que acudir a las páginas de la prensa.

El hecho de que haya muchos diarios en la ciudad de México, aparentemente significaría que, así, puede contarse con mayor versatilidad editorial. Pero ello también implica que los lectores no puedan bastarse con uno solo diario y que, en consecuencia, tengan que acudir a varios, cotidianamente, para tener un panorama medianamente confiable de lo que ocurre.

Con todo, en el conflicto de Chiapas hubo tratamientos informativos radicalmente diferentes: desde la exigencia de represión al EZLN que pudo apreciarse, por ejemplo, en algunos textos de El Heraldo de México o en varios diarios de provincia, hasta el aplauso virtualmente incondicional que ese grupo armado llegó a suscitar en los editores de La Jornada. No nos referimos únicamente a las posiciones editoriales ni a las de quienes, bajo su responsabilidad, opinan en los diarios. En este sentido, el conflicto en Chiapas confirmó la posibilidad de opinión libre que hace tiempo existe en México, en la prensa escrita (con excepciones que suelen ser denunciadas o señaladas). Los articulistas, ante la crisis chiapaneca, pudieron desplegar textos inquisitivos, imaginativos, críticos en todos los sentidos e incluso asumiendo las más diversas adhesiones. Hubo quienes aplaudieron el surgimiento, la causa y los métodos del EZLN, en una apología de la violencia que nunca se había visto en la historia contemporánea del país pero que no tuvo obstáculo alguno para manifestarse. Otros, contribuyeron a entender el conflicto señalando antecedentes, implicaciones y posibles escenarios. Otros más, condenaron a tal grado al neozapatismo que, distantes de la cautela que singularizó a las posiciones del gobierno en este asunto, incluso demandaron soluciones de fuerza. Las opiniones en favor del EZLN fueron tan notables, que en algunos círculos de opinión llegaron a crear la impresión de que había un respaldo amplio a ese grupo. Las opiniones discrepantes, sin suficientes puntos de convergencia, aparecieron aisladas aunque eran numerosas. Un recuento de los puntos de vista que, independientemente de otras simpatías, coincidían en la preocupación e incluso en la condena respecto de la violencia, apareció publicado en el ya mencionado libro Chiapas, la guerra de las ideas.25

Así, cuando apuntamos que la diversidad de la prensa mexicana (también incluímos en esta revisión a varios diarios del interior del país) coincidió con posiciones editoriales distintas respecto del conflicto en Chiapas, no nos referimos únicamente a los puntos de vista, institucionales o personales, sino al manejo mismo de la información. Lejos de cualquier objetividad, el conjunto de los principales diarios nos ofrecía tal colección de panoramas que parecía que, en algunos de ellos, estábamos ante un acontecimiento diferente del que narraban otros. Si hubiésemos dependido sólo de la prensa escrita, hubiéramos tenido varias guerras en Chiapas. Una, en la que no pasaba nada, o casi nada. Otra, en la que parecía que estaba ocurriendo una masacre de campesinos indígenas, término que fue empleado en la presentación de varias noticias. Otra más, en donde no había mas que medidas de responsabilidad profesional y abnegación patriótica por parte de los funcionarios locales y federales. Varios de los principales diarios fungieron como receptáculos, y a la vez nuevos propagadores, de las versiones incompletas, o distorsionadas, que sobre el conflicto armado se daban en los medios electrónicos, o en los despachos de agencias de prensa.

La exageración, que siempre es una forma de manipulación informativa y, de allí, la distorsión de lo que sucedía en Chiapas, ampliamente documentada en los siguientes capítulos de este libro, no era exclusiva de la prensa mexicana. Numerosos medios del exterior, tanto impresos como electrónicos, dieron cabida a las versiones de mayor alarma, o que al describir el conflicto como asunto antropológico o folclórico lo minimizaban o presentaban sin contexto alguno. En los Estados Unidos, la prensa desplegó versiones tan exageradas, en los primeros días de enero, que bien podía pensarse que en México estaba ocurriendo una crisis nacional. El corresponsal Rodolfo Medina, llegó a escribir desde Washington: "Uno aquí podría creer que de veras es 'la revolución' si se fiara de los medios de comunicación estadunidenses".26 El asunto no era menor, pero tampoco tenía las dimensiones que inicialmente le atribuyeron incluso los diarios considerados como más serios en aquél país.

En Europa, el desconocimiento de lo que es México, y por tanto de lo que sucedía en nuestro país, tomó dimensiones como las que señalamos en las primeras páginas de este capítulo. A propósito de esa conducta informativa, especialmente en los medios de Italia, la profesora Luisa Pranzetti, de la Universidad de Roma, declaró a Jorge Gutiérrez Chávez, de El Nacional:

"Dejando claro que las reivindicaciones del Ejército Zapatista, no la violencia, son inobjetables, creo que en Italia sigue existiendo una gran ignorancia frente a los problemas de América Latina. Los diarios, entrando en el tema, hablaron... de México como Sudamérica. En razón de esta ignorancia y de la visión folclórica que daban al país, se escribieron artículos sobre México donde se confundían los perfiles y sus diferentes planos políticos, étnicos e ideológicos. Se equiparó el número de la población indígena mexicana con la guatemalteca... se volvió a reproducir una visión maniquea cargada de folclor a la cual ustedes (los periodistas) también contribuyen. En una transmisión televisiva (el "Maurizio Constanzo Show", uno de los programas de mayor difusión en Italia) un periodista mexicano apareció vestido con un 'poncho' para informar y 'analizar' lo ocurrido en Chiapas. Esta imagen folclórica, que no corresponde a la realidad mexicana, esconde una visión maniquea del problema ya que sugiere 'veladamente' que o se está con los indios y en contra del gobierno o viceversa, subrayando así ideologías que este movimiento, creo, no tiene".27

Tales conductas, discutibles en la prensa de un país que se presume culto como es Italia, fueron todavía más perjudiciales, o distorsionadoras, dentro de México. Pero además, la prensa mexicana, tan dada a la autocomplacencia, prácticamente para nada ejerció, consigo misma, las posiciones críticas que suele tener respecto de otros actores sociales, o del poder político. En México, con la prensa que, ya fuera en la derecha o en la izquierda --o en lo que queda de esos referentes ideológicos-- presentó imágenes poco escrupulosas del conflicto chiapaneco, ha existido poco rigor crítico. Esto se debe entre otras cosas a que, en la prensa, suelen ser pocas las actitudes analíticas respecto de ella misma. Igual que en la situación francesa, descrita con tanto rigor por Wolton, en México sucede que:

"La prensa ha adquirido muy malas costumbres: no aprecia para nada que la critiquen, a pesar de que se arroga cotidianamente este derecho con respecto a todos. Considerando que se beneficia de una especie de inmunidad, está pronta a denunciar en las críticas de las que es objeto un atentado a la libertad de prensa y finalmente a la democracia".28

¿Cuántas publicaciones, o periodistas mexicanos, reaccionan de manera parecida a los detentadores de esa aparente inmunidad que, para el caso francés, se describe en las anteriores líneas? Pero también hay excepciones respecto de la mencionada autocomplacencia. Uno de los diarios que buscaron mayor cuidado en el tratamiento de la información respecto de Chiapas (y que desgraciadamente, por motivos técnicos, no pudimos incluir en la revisión puntual de diarios de la ciudad de México que hicimos para este libro) fue El Día. En una de sus posiciones editoriales, este periódico llegó a advertir, en los excesos de otros medios, una desfiguración de la cultura política ciudadana:

"Desafortunadamente, en algunos casos, el manejo informativo pareciera estar conducido por una especie de amarillismo político que busca aumentar las ventas de un público ávido de periódicos como en pocas ocasiones anteriores. Si bien, hay que reconocer que todos los diarios han visto aumentar sus ventas a lo largo de estos días... La prensa escrita ha jugado un importante papel, con aciertos y en ocasiones desaciertos. El esfuerzo por mantener informada a la opinión pública ha sido extraordinario".29

Y en efecto, todas las publicaciones de información política, pero especialmente aquellas que hicieron del asunto de Chiapas una causa propia, editorial, aumentaron sus ventas en los primeros días de enero. El caso más conocido fue el del diario La Jornada que, teniendo en circunstancias normales una edición diaria de, posiblemente, 50 mil ejemplares, el jueves 13 de enero manifiesta, en primera plana: "esta edición consta de 164 mil ejemplares". Fue evidente que la guerra chiapaneca ayudó a que los diarios circularan más, aunque hay que advertir que las cifras sobre tiraje no significan que esos sean los ejemplares que se venden, o que se leen (de ellas, hay que descontar la devolución de ejemplares no vendidos, que suele ser alta). En todo caso, La Jornada y otros medios aumentaron sus lectores, al menos en aquellos días. Pero más tiraje no es sinónimo (incluso llega a ser lo contrario) de mayor claridad. Con razón, el periodista Raymundo Riva Palacio consideraba, al respecto:

"Es cierto que los periódicos y las revistas aumentaron significativamente su circulación, pero es de preverse que la mayoría de los nuevos lectores serán efímeros y regresarán a sus canales habituales para informarse, porque la prensa no les está ofreciendo alternativas de lectura. Los periódicos se leyeron más en el mes de enero por el interés natural del acontecimiento y en la medida que éste se apague, disminuirá la circulación de los diarios".30

Así --siempre, pero sobre todo en situaciones límite como la que propició la guerra en Chiapas-- hay medios y fines. Y nadie se queda en medio. Los diarios, más incluso que los medios electrónicos, asumen posiciones tanto en sus énfasis como en sus omisiones. Lo mismo en sus insistencias que en sus amnesias. Varios diarios y revistas, expresan simpatía o descalificación abiertas por el EZLN, lo mismo en la célebre definición editorial de La Jornada que llegó a considerar que los indígenas de Chiapas son "los hombres verdaderos", que en la sugerencia del diario Ocho Columnas de Guadalajara para que el gobierno y el Ejército mexicanos asumieran una línea dura, de exterminio sobre el EZLN. Sobre esta polarización en los medios, la politóloga Soledad Loaeza escribía, el 14 de febrero, en Reforma:

"En estas semanas el talante oposicionista de una proporción muy importante de la prensa evoca los excesos en que incurrieron los periódicos durante la presidencia de Madero, y su responsabilidad en la creación de una atmósfera irrespirable, cargada de antipatías personales y antagonismos irreconciliables... El imperio de la opinión pública es sobre todo temible hoy en México porque las instituciones existentes están muy desacreditadas, muy débiles, o no funcionan, mientras que partidos y gobierno buscan mimetizarse con la opinión, y las reglas del juego político aún no se han definido...".31

Tales excesos y antagonismos, a veces surgían de las definiciones explícitas, políticas, de medios de información que decidían allanarse a una u otra posiciones en el conflicto. Pero tampoco estuvo ausente, como se relataba antes, la búsqueda de centralidad de diversos informadores que, en el afán de proporcionar exclusivas o de presentarse a sí mismos como copartícipes del acontecimiento histórico que relataban tratan de convertirse, de reporteros y cronistas, en protagonistas. Un caso al respecto, fue narrado por Rubén Alvarez Mendiola, periodista de ya larga experiencia con todo y su juventud y ahora director general de la agencia de noticias Notimex y que describió, con ironía, la situación de un colega suyo que, de pronto, se consideró actor y no sólo testigo de la guerra en Chiapas:

"Un periodista y ex compañero de redacción, se hizo publicar una fotografía al lado del llamado mayor Mario, quien posó de frente con su fusil AK-47 (o el que haya sido). El periodista junto al neozapatista parecía decirnos que después de tres años de intensa cobertura de esa Guerra Popular Prolongada chiapaneca, de tardes y noches de hastío, de complicidades con 'orejas' y 'soplones', de hambres y penurias a las que todo periodista debe estar siempre dispuesto con tal de ganar la nota, de simpatía con la causa de los rebeldes y tras haber caminado semanas enteras con la frágil promesa de que sería recibido por la alta comandancia del Vietcong, finalmente pudo ver y entrevistar a Ho-Chi-Min.

"Pero no. El mayor Mario se dedicó a dar entrevistas a cuanto pelado se le puso enfrente y a posar para las cámaras de cuanto fotógrafo se le cruzó en su camino. La 'exclusiva' con Mario se convirtió así en una pachanga de varios periodistas que no cayeron en la cuenta de que ese mayor, como más tarde se vería, estaba compitiendo con el subcomandante Marcos por los reflectores".32

Objetividad debilitada, sociedad aún así atenta

Medios e informadores que propagaron una atmósfera cargada de enconos, reporteros que buscaban el reflector más que la noticia, versiones exageradas, trabajo apresurado, fotografías trucadas, formaron parte de la cobertura de los acontecimientos a comienzos de 1994 en Chiapas. Este recuento, como señalamos antes, no pretende que todo el comportamiento de los medios y los informadores, mexicanos y extranjeros, padeciera tantas cojeras respecto de su profesionalismo, acuciosidad y ética. Ciertamente hubo centenares, quizá millares de reporteros, fotógrafos, cronistas, camarógrafos, sonidistas, editores y otros enviados, que hicieron su trabajo sin espectacularidad artificial y sin protagonismo desinformador.

Los medios, en el conflicto chiapaneco, no dejaron de ser, como son siempre, ecos, o espejos de reaciones, temores, sorpresas, adhesiones y contracciones y contradicciones en la sociedad. Pero también, en una conducta que no es exclusiva del caso Chiapas pero que en esta oportunidad se manifestó con una intensidad deformadora pocas veces vista en México, los medios propiciaron algunas de esas conductas: no sólo las transmitieron mecánicamente.

El ya varias veces citado Raymundo Riva Palacio escribía, sobre la mezcla de confusiones y errores en los medios, al terminar la tercera semana del conflicto:

"Medios electrónicos e impresos han volcado intereses e ideologías en contra de la objetividad. Botones de muestra abundan:

"-El articulista de un periódico capitalino aseguró que la rebelión en Chiapas era, indiscutiblemente, promovida por fuerzas extranjeras porque, argumentó, los indígenas eran genéticamente incapaces de rebelarse.

"-El columnista de otro periódico, en flaco favor al gobierno, dijo que pecaban de románticos aquellos que se atrevían a proponerle al gobierno un cese al fuego unilateral, el mismísimo día que el presidente Carlos Salinas de Gortari anunciaba la medida. Al día siguiente, bajo la misma técnica de borrón y cuenta nueva, el mismo columnista aplaudió la iniciativa tras un acto de desmemoria intempestiva.

"-El comentarista de un noticierio de radio, increpó a un candidato a la Presidencia que llamó guerrilla al Ejército Zapatista de Liberación Nacional y le cuestionó que los identificara de esa manera. Hasta hoy en día, ese comentarista sigue considerando al movimiento insurgente como un grupo de "alzados".33

Estas pifias, que son algo más que errores resultado de la intensidad informativa, curiosamente no parecieron afectar la credibilidad de los medios, en términos generales. Pero el manejo periodístico (los manejos, es mejor decir, en plural) durante el conflicto de Chiapas, permitió apreciar lo mismo contradicciones y errores en la información, que la dependencia de los públicos respecto de los medios de mayores audiencias. Es curioso, y sintomático: la mayoría de los ciudadanos, de acuerdo con diversos estudios de opinión, consideró que los medios se desempeñaban con parcialidad al informar sobre la crisis en Chiapas. Sin embargo, la mayoría también, estuvieron conformes en depender de esos mismos medios.

El suplemento "Enfoque", del diario Reforma, a partir de una encuesta conformada por mil entrevistas levantadas a domicilio en el Distrito Federal, señalaba el 20 de marzo que entre los capitalinos había la impresión de que las noticias sobre Chiapas eran alteradas y mostraban una reacción en general desfavorable a los medios.34 A la pregunta "¿Considera que la información sobre Chiapas ha sido transmitida por los medios de comunicación de manera objetiva o manipulada?", se registraban las siguientes respuestas:

 

 

Objetiva....................................29%

Manipulada...............................66%

No sabe......................................5%

 

Pero más adelante, cuando les preguntaban "¿Considera que la información sobre Chiapas ha sido transmitida por los medios de comunicación de manera verdadera o falsa?", los encuestados por ofrecían las siguientes respuestas:

 

Verdadera...................................39%

Falsa...........................................56%

No sabe........................................6%

 

Al mismo tiempo, se reconocía una enorme supremacía de la televisión como medio preferido por los capitalinos para enterarse. A la interrogante "¿Por qué medio de comunicación se informó usted del conflicto en Chiapas?", la encuesta de Reforma confirmó la amplia preponderancia televisva, aunque también dio cuenta de un porcentaje ligera pero extrañamente más alto para la lectura de diarios, en comparación con la atención a la radio:

 

Televisión....................................................82%

Radio..........................................................32%

Prensa........................................................34%

Conversación con parientes y amigos.........7%

No se enteró................................................1%

 

Desde luego, hubo entrevistados que eligieron más de una opción y así aparecen en el cuadro anterior. Por lo que respecta a la TV, la misma encuesta preguntó de cada una de las siguientes cadenas (Televisa, Azteca y Multivisión) "¿cómo juzga el papel informativo en el conflicto de Chiapas?". Este es el cuadro de resultados que ofreció Reforma:

 

 

  Televisa Televisión Azteca Multivisión
Adecuado 43% 49% 27%
Inadecuado 53% 24% 8%
No la vio 1% 22% 50%
No sabe 2% 5% 16%

 

 

La representatividad precisa de la encuesta de Reforma es difícil de evaluar, porque no ofrece precisiones metodológicas suficientes. Pero en las tendencias que muestra puede resultar significativa, primero, del amplio conocimiento que entre los habitantes de la capital del país hubo sobre los acontecimientos de Chiapas y, en segundo lugar, del consumo diferenciado de medios que ocurrió para informarse de ese acontecimiento. Allí se reitera la preponderancia de la televisión (el 82%, según tales resultados) sobre otros medios, como recurso más empleado. Al mismo tiempo llama la atención la baja credibilidad que, a pesar de ser tan atendida, les merece la misma televisión a los encuestados: el 66% considera que manipula las noticias y, el 56%, que dice mentiras.

En la apreciación en donde se distingue a una y otra empresas de televisión, aparece una posición especialmente crítica respecto de Televisa (más de la mitad consideró inadecuado su manejo informativo, en comparación con el apenas 24% que asigna ese calificativo a los noticieros de Televisión Azteca). Los sesgos de la encuesta pueden advertirse en la gran cantidad de entrevistados que manifiestan alguna opinión sobre Multivisión, que es un servicio de televisión codificada, que sólo puede recibirse mediante suscripción y que, a pesar de su vertiginoso crecimiento en pocos años, a comienzos de 1994 no llegaba siquiera a 200 mil hogares en el Valle de México; no obstante, las respuestas que dicen conocer a ese sistema sugieren que entre los entrevistados hubo quienes respondieron sin contar con tal servicio, o quizá confundiéndola con Imevisión --que es el nombre que antes de ser privatizada, cuando todavía era propiedad del gobierno, tenía la actual Televisión Azteca--. Con todo, la encuesta de Reforma es la única, de entre las publicadas en el periodo que hemos revisado, en donde se manifiesta alguna información sobre la apreciación de medios en torno a la crisis en Chiapas.

 


 

Entre decir lo que es y decir lo que queremos que sea

En el conflicto de Chiapas, que fue también conflicto en los medios, pudo reiterarse que en materia de información, la claridad va hermanada de la ética, y viceversa. No queremos decir que la acuciosidad informativa sea la única garantía de comportamiento profesional escrupuloso pero sí que en el episodio chiapaneco, de la misma manera que cada vez más en la relación entre medios, sociedad y política, es deseable, aunque no siempre identificable, una conducta que parta de criterios plenamente claros para la sociedad. A este respecto, el ya citado editorial de El Día, señalaba que:

"En las actuales circunstancias, el periodismo nacional tiene un compromiso ético en primer lugar de decir lo que es y no lo que queremos que sea. Es decir, en primerísimo lugar, de informar".

En otros términos, como dice la conocida publicidad del diario El Heraldo de México, sería deseable, y exigible, que los medios transmitieran la realidad tal como es, aunque por cierto ese periódico no fue precisamente el más escrupuloso en su cobertura informativa de los acontecimientos de Chiapas.

El balance del desempeño de los medios en Chiapas no puede, claro, limitarse a la revisión de conductas como las que hemos señalado. Numerosos informadores y medios, tuvieron un desempeño profesional y cuidadoso. Pero esa no fue una actitud unánime, en un panorama en donde los prejuicios ideológicos, las simpatías prestablecidas o repentinas y la competencia no siempre del todo profesional para dar las noticias antes que otros, fueron algunos de los factores que contribuyeron para que, en la confusión de hechos, los medios, por lo general, estuvieran distantes de procurar claridad para la sociedad. Hubo una enorme complejidad de reacciones e inflexiones que son motivo de la parte principal de este libro.

A partir de esas conductas, puede pensarse que cada vez resulta más necesario que, junto con la reforma legal tanto tiempo postergada para modernizar y democratizar el desempeño de los medios de comunicación de masas, en México tengamos una reforma ética para los propios medios. Esta reforma ética, no dependería de los ordenamientos jurídicos, sino de los compromisos explíticos que los informadores y sus empresas de comunicación fueran capaces de asumir con sus respectivos públicos y, de manera más amplia, con la sociedad toda. Mecanismos, hay varios en esa dirección. La creación de códigos de ética es el más importante y puede estar complementado con la existencia de defensores de los lectores, de los radioescuchas o los televidentes, entre otros recursos que no son novedosos en distintos países pero que, en México, han tardado en establecerse y sobre todo en ser aceptados y extenderse. Los medios pueden ser formidables palancas para la democracia mexicana. Pero si no asumen actidudes de autocrítica y, consiguientemente, de autocorrección de sus desempeños profesionales (o ante las carencias de ellos) lejos de propagar una cultura democrática, pueden llegar a ser nuevos diques para ella.

En Chiapas, importantes e influyentes medios mexicanos --y como hemos visto también del extranjero-- buscaron el ángulo novedoso y prefirieron favorecer, beneficiándose, el escándalo ante un conflicto que ya era de por sí incendiario. Medios y públicos, padecieron una saturación de noticias (o de versiones que aparecían como noticias) enmedio de la cual era terriblemente difícil discriminar, para saber en dónde terminaban los hechos y dónde comenzaban las versiones no comprobadas. Hubo, en palabras de El Hassan Achabbar, dirigente de los corresponsales extranjeros en nuestro país, un peculiar problema de hiperinformación:

"Durante los primeros dos meses del conflicto chiapaneco no hubo el tipo de censura tradicional u ortodoxa. Sin embargo si se presentó otro lastre más útil, más eficaz y efectivo: la hiperinformación. A ello contribuyeron todos: los medios locales, el gobierno y los protagonistas. Hiperinformación para ahogar los acontecimientos del sur y para que nadie, en cierta medida, pudiera seguir el hilo conductor... En la Guerra del Golfo no había manera de conseguir información. En Chiapas había todo tipo de informaciones al grado de llegar a una hiperinformación".36

Paradójicamente, la falta de controles sobre la información, reconocida incluso por los nada condescendientes corresponsales extranjeros, no significó necesariamente mayor despliegue de profesionalismo, sino en ocasiones confusión. Mucha información, no es garantía de buena información. Abundancia de hechos, no significa forzosamente claridad en la propagación ni en la interpretación de ellos. La guerra de Chiapas --guerra en los medios-- ha sido, para México, una experiencia inédita en muchos sentidos. También en el plano de la comunicación, en donde se pudieron advertir logros y contribuciones, junto con acciones y omisiones que, en una revisión panorámica, se presentan en el resto de este libro.


 

Notas

1 La historia del truco, de donde hemos tomado los datos anteriores, fue escrita por Carlos Marín para Proceso núm. 904, del 28 de febrero de 1994.

2 "Respeto a los derechos humanos en Chiapas, piden intelectuales españoles a CSG", carta firmada en primer término por Fernando Savater y, entre otros, Rosa Montero, Pedro Almodóvar, Elías Querejeta, Francisco Umbral, Rafael Alberti, Manuel Vázquez Montalbán y Victoria Camps. En La Jornada, 11 de enero de 1994.

3 Nos hemos ocupado de la simpatía por las balas como un síndrome que entusiasmó a un segmento significativo del mundo cultural y periodístico, en nuestra Presentación al libro Chiapas, la guerra de las ideas, Ed. Diana, México, 1994.

4 Dominique Wolton, War Game. La Información y la Guerra. Traducción de Isabel Vericat Núñez. Siglo XXI, México, 1992, p. 29.

5 Ibid., p. 93.

6 Raymundo Riva Palacio, "Entremés Dominical. La prensa en Chiapas", en El Financiero, 20 de febrero de 1994.

7 René Delgado, "Chiapas: el frente de la información", en Signos, núm. 2, Guadalajara, abril de 1994.

8 Rosaura Ruz, en Para Empezar, de Stereorey, el 10 de enero de 1994.

9 Epigmenio Ibarra, "Chiapas otra vez", en La Jornada, 16 de enero de 1994.

10 Antonio López, en conversación con Rubén González Luengas, en La Ciudad, de Radio Mil, el 24 de enero.

11 Rafael Flores Martínez, en Perfiles de la Noticia de El Fonógrafo 790, el viernes 14 de enero de 1994.

12 Ibid.

13 Juan Carlos Santoyo en Informativo Panorama, de Radio Acir, el 21 de enero de 1994.

14 Rubén González Luengas en La Ciudad, de Radio Mil, el 24 de enero de 1994.

15 Juan Carlos Santoyo, en Vector XXI de Radio Acir, el 21 de enero de 1994.

16 Daniel Ruiz, "La Guerra de la Imagen", en "Enfoque", suplemento de Reforma, 20 de marzo de 1994.

17 Riva Palacio, op cit.

18 Carlos Bravo, "Chiapas, don Samuel y las brujas", en "Enfoque", suplemento de Reforma, 20 de febrero de 1994.

19 Ariel González Jiménez, "Chiapas, mentiras y video", en etcétera núm. 51, 20 de enero de 1994.

20 Florence Toussaint, "De testigos a protagonistas", en Revista Mexicana de Comunicación, núm. 34, abril-mayo de 1994.

21 Víctor Blanco Fornieles, "Punto Crítico. La sombra o Prometeo encadenado", en El Economista, 17 de enero de 1994.

22 Francisco Báez Rodríguez, "Semiótica del EZLN", en etcétera núm. 55, 17 de febrero de 1994.

23 Wolton, op. cit., pp. 95-96.

24 González Jiménez, art. cit.

25 R. Trejo, compilador, Chiapas, la guerra de las ideas, Diana, México, 1994, 447 pp.

26 Rodolfo Medina, "Amarillismo en la prensa de EU: califica de 'revolución' lo ocurrido en Chiapas". En unomásuno, 7 de enero de 1994.

27 Jorge Gutiérrez Chávez, "Visión maniquea y folclórica del caso Chiapas en Italia", en El Nacional, 23 de enero de 1994.

28 Wolton, cit., p. 18.

29 "Chiapas, la responsabilidad de los medios de información". Editorial de El Día, 18 de enero de 1994.

30 Riva Palacio, cit.

31 Soledad Loaeza, "La opinión pública es como la luna", en Reforma, 14 de febrero de 1994.

32 Rubén Alvarez Mendiola, "Chiapas: Medios, a medias", en etcétera núm. 58, 10 de marzo de 1994.

33 Raymundo Riva Palacio, "Estrictamente Personal. Otras Víctimas", en El Financiero, 21 de enero de 1994.

34 "Manipulada la información televisiva sobre Chiapas", en "Enfoque", suplemento de Reforma, 20 de marzo de 1994. La encuesta, del Departamento de Investigación de ese diario fue realizada, según su ficha metodológica, del 24 de febrero al 7 de marzo entee mil entrevistados en viviendas de 16 delegaciones.

35 El Día, cit.

36 El Hassan Achabbar, presidente de la Asociación de Corresponsales Extranjeros en México, "Hubo hiperinformación", en Revista Mexicana de Comunicación, núm. 34, abril-mayo de 1994.