La fotografía le dio la vuelta al mundo. No era para menos. El cadáver
de un hombre joven, presuntamente miembro del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional, aparecía sobre un charco de sangre, tirado en el
suelo del mercado de Ocosingo que el 4 de enero, cuando la gráfica fue
tomada, había sido recuperado por el Ejército Mexicano. Camisa a
cuadros, la cabeza descansando para siempre sobre el brazo derecho
extendido, el hombre yacía junto a un arma. Un rifle de juguete, de
madera, aparecía como si lo hubiera dejado caer al momento de ser
victimado. La foto, era elocuentemente dramática: esa sola escena, que
según la usanza clásica valía más que millares de palabras, sugería que
el muerto, como quizá otros de sus compañeros, había perecido sin tener
cómo defender su vida. Un riflecito de madera, habría tratado de
disimular la falta de un arma auténtica. La escena, sugería también esa
foto, era consecuencia de una guerra desigual, en donde indígenas tan
pobres que no contaban con armamento suficiente peleaban ante un
ejército nacional con amplios recursos. La fotografía era terrible y,
como documento periodístico, muy impresionante.
Pero era falsa.
Tiempo después se supo que cuando los primeros
periodistas llegaron a Ocosingo, la tarde de aquél martes 4 de enero, el
cadáver yacía tal y como fue fotografiado, pero sin el rifle de
madera. Así se comprueba en las primeras gráficas de tal escena. Más
tarde, entre las 2 y las 4 y media de la tarde, alguien consiguió el
rifle (había varios tirados cerca del mercado) y lo colocó para que
pareciera que con esa inútil arma había querido pertrecharse el joven
muerto.
Damián Dovagernes, fotógrafo de The Associated Press,
tomó las gráficas en donde el difunto aparece sin arma alguna. Más
tarde, fotógrafos como José Manuel de Jesús Carvallo, de varios medios
de Veracruz, se encontraron con el cuerpo acompañado del rifle de madera
en una escena que, desde luego, a su vez retrataron. Alguien, no se sabe
quién, colocó el rifle para hacer una composición más dramática.
El efecto se consiguió. La foto del joven caído junto
al rifle hechizo e inútil apareció en varias publicaciones mexicanas y,
en el extranjero, en revistas como Newsweek, cuyos editores al
saber que se trataba de una imagen trucada exigieron explicaciones que
nadie pudo ofrecerles a satisfacción. Los autores de las fotos con el
rifle de madera aseguran que cuando ellos se acercaron al mercado, el
cadáver ya aparecía así. Como en el caso de muchas otras fotografías
espectaculares, tomadas en momentos de crisis bélicas, posiblemente
nunca se sepa quién añadió un elemento falso al de por sí terrible
espectáculo del joven muerto para hacer más sensacional la imagen. Quien
haya llevado el famoso rifle de madera para colocarlo junto al cadáver y
sugerir que la víctima había salido a pelear sin más recurso que esa
ingenua arma, sabía que es más fotografiable un occiso junto al juguete
guerrero, que sólo con su propia muerte.1
La ética maltratada y las imágenes según el filtro de
cada informador
En la escena alterada que dio lugar a esa fotografía
de Ocosinsgo, hubo una falta de ética que no se sabe a quién atribuir,
pero que fue una más, entre tantas otras, de las muchas exageraciones,
distorsiones o verdades a medias que se proporcionaron en los medios de
comunicación, dentro y fuera de México, con motivo del conflicto armado
en Chiapas.
Entre enero y febrero de 1994, docenas de versiones
falsas, o cuya veracidad no era comprobada por los reporteros, pasaron
como informaciones auténticas y contribuyeron a incrementar la confusión
que, ya de por sí, existía tanto en el país como en el extranjero sobre
las dimensiones, los alcances, la situación y desde luego los motivos de
la crisis en Chiapas. En este conflicto el misterio era uno de los
recursos de su protagonista principal: el EZLN apostó a desarrollarse en
el secreto y, luego, a mantener una imagen de hermetismo que enfatizaba
con los seudónimos y los pasamontañas. Gracias a ello cumplía con
necesidades tácticas, pero también de consecuencias propagandísticas. En
los medios de comunicación, el misterio llega a ser más atractivo que
las verdades palmarias.
El llamado subcomandante Marcos tenía un perfil más
intenso con su disfraz, que si hubiera prescindido de él. Los medios de
comunicación, en términos generales aunque con excepciones y matices,
llegaron a cumplir un papel de mitificación adicional respecto de lo que
sucedía en Chiapas, al menos durante todo el conflicto bélico que duró
algo menos de dos semanas y, luego, en el largo mes que hubo entre la
declaración de tregua y el establecimiento de las primeras pláticas de
paz, períodos ambos que se cubren en los dos siguientes capítulos de
este libro.
En esa fase, singularizada por el desconcierto de los
medios, de sus informadores y operadores, se pudieron advertir conductas
periodísticas muy diversas: desde las posiciones afianzadas en la
responsabilidad y la cautela, hasta el protagonismo más abierto
imbricado con el sensacionalismo menos disimulado. También se conoció
cómo varios medios e informadores tomaron partido por alguno de los
actores en conflicto. Esto no es nuevo, en un panorama periodístico en
donde informadores y medios de comunicación suelen allanarse a las
políticas informativas oficiales, convirtiéndose a veces en acríticos
voceros del poder gubernamental o empresarial. Lo novedoso, en esta
ocasión, fue que la simpatía de algunos medios, pocos pero destacados e
influyentes, se orientó específica y abiertamente en beneficio de un
actor social que desafiaba militarmente al Estado mexicano, es decir, el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional y sus líderes, encabezados por
el personaje Marcos.
No hay necesariamente arrojo, y menos
profesionalismo, en la toma de posición que, más o menos explícitamente,
asumieron distintos informadores en beneficio del EZLN. Tampoco los hay
en el ocultamiento de información, o en la dependencia de fuentes
exclusivamente oficiales que mantuvieron otros medios, especialmente los
noticieros de la televisión privada. En el manejo informativo sobre el
conflicto de Chiapas, se pusieron en tensión todas las contradicciones,
y todas las insuficiencias, de los medios de comunicación mexicanos. Así
son las crisis: develan lo que ya no funciona y lo que todavía no acaba
de ser construído, o reconstruído. Esta es, en tales parámetros, una
crónica de cómo se comportaron los medios mexicanos (con algunas
presencias del extranjero) en la crisis de Chiapas, a comienzos de 1994.
Curiosamente una imagen falseada, como la que hemos
mencionado, podía tener diferentes consecuencias interpretativas. El
muchacho muerto junto al rifle de madera, para algunos simbolizó la
prepotencia del gobierno federal, que era capaz de enfrentarse a
campesinos indígenas débiles de por sí pero, por añadidura, desarmados.
Pero también, aquella famosa escena podía ser entendida como muestra del
desprecio que los dirigentes del EZLN tenían con sus adeptos más
desprotegidos, a los que mandaban a la guerra con armas de juguete.
De hecho, la versión de dos grupos completamente
diferenciados dentro del EZ, el de los comandantes (uniformados, con
metralletas y granadas, resguardados lejos de las líneas de fuego) y el
de las tropas de base desharrapadas, sin entrenamiento militar y con
armas de bajo calibre o incluso falsas, corrió ampliamente durante los
primeros días del conflicto. Es decir, si al fabricar la escena del
muerto junto al rifle de madera hubo quienes pensaron ofrecer una imagen
distorsionada de la guerra en Chiapas, le pudieron haber hecho el juego,
deliberadamente o no, a cualquiera de las dos fuerzas en conflicto.
Los falsos riflecitos, apuntalaban diversas imágenes
de la guerra en Chiapas. El 14 de enero, a su retorno de la zona del
conflicto, el reportero Rafael Flores Martínez, enviado de la emisora El
Fonógrafo 790, de la cadena Radio Centro, decía en un programa:
"Platicamos con algunos rebeldes que bajaban de la sierra y creo que los
embarcaron. Algunos bajaban con rifles de madera, de plástico".
Era imperdonable, desde diversos puntos de vista.
Pero hacia la tercera semana de enero, a partir de varias frases
parecidas del llamado subcomandante Marcos y del comisionado Manuel
Camacho, en diversos medios se especula sobre quiénes tienen qué ofrecer
perdón a quiénes, para ajustar cuentas por el conflicto chiapaneco. Por
esas fechas, la mañana del 21 de enero el conductor de La Ciudad,
de Radio Mil, Rubén González Luengas, decía lo siguiente:
"Bueno, yo creo que los primeros que los tienen que
perdonar son aquellas personas que, con supuestas armas, se enfrentaron
al gobierno mexicano. No es posible que en una organización que se hace
llamar 'ejército', como es el caso de los zapatistas, sólo los de arriba
estén perfectamente bien armados y manden como carne de cañón a gente
con riflitos de madera, con riflitos de juguete. Entonces, ¿quiénes, en
principio, a la luz de los derechos humanos van a juzgar a los
integrantes de este Ejército Zapatista de Liberación Nacional por
engañar a unos indígenas y mandarlos a enfrentarse al Ejército Mexicano?
Yo creo que este 'perdón', primero, debería empezar en el interior de
esa organización. Nosotros, cuando estuvimos allá en Chiapas, vimos a
hombres tirados con el rifle de madera... Ahora que, salvo que pensando
un poquito mal, alguien les haya puesto estos rifles para la foto, o
para la escenografía..."
Autorrestricciones y embelesos. La fabulación de la
información
Así también, las distorsiones informativas sirvieron
para propósitos equívocos, pero no al interés de los lectores o los
televidentes, en diversos episodios del conflicto. Una de las grandes
mentiras en los inicios de la guerra en Chiapas fue la especie de que el
Ejército Mexicano había empleado bombas para devastar territorio ocupado
por civiles. En contra de tales afirmaciones, ni siquiera pudo
comprobarse que aviones de la Fuerza Aérea hubieran arrojado bombas
sobre zona alguna en la región del conflicto. Sin embargo, la versión de
las bombas corrió con velocidad electrónica dentro y fuera del país. En
México se organizaron movilizaciones contra la masacre de
indígenas campesinos aunque, por fortuna para todos, ella no llegó a
ocurrir. En el extranjero se produjeron protestas naturalmente
indignadas pues en los diarios --sobre todo europeos-- en la primera
semana de enero se daba de Chiapas una imagen como de Sarajevo en
llamas.
Pero ni los manifestantes de la ciudad de México, ni
intelectuales como los airados firmantes de protestas (en España2
incluso destacados profesores de ética no fueron capaces de corroborar
sus informaciones antes de protestar por algo que no había sucedido)
tomaron en cuenta que las versiones periodísticas de bombardeos
se debían al afán de espectacularidad de algunos muy importantes medios
de comunicación. En el capítulo segundo de este libro, se describe cómo
avanzó la versión de los "bombardeos", lo mismo en medios impresos que
en electrónicos y tanto en publicaciones con simpatías que en una idea
geométrica de la política pueden ser consideradas como de izquierda, que
hacia la derecha del panorama editorial.
Los medios, tomados por sorpresa, no estaban
preparados --nadie lo estaba en México, hay que reconocerlo-- ante la
crisis de Chiapas. Sin normas profesionales explícitas, pero sobre todo
sin exigencias suficientes por parte de los lectores, radioescuchas y
televidentes, algunos de ellos ofrecieron versiones contradictorias y,
por lo general, parciales e incompletas de lo que estaba ocurriendo en
la inusitada --al menos plausiblemente breve-- guerra chiapaneca. La
Jornada y Televisa fueron, cada uno de estos medios en un extremo
del espectro ideológico, los casos más paradigmáticos, pero no los
únicos, de ese manejo informativo parcial. Por ello, en los capítulos
segundo y tercero de este libro, se pone especial atención a las maneras
como la guerra chiapaneca fue vista, o soslayada, en esos medios.
El de los supuestos bombardeos fue el caso más
notorio, por la gravedad que implicaba. Pero el manejo noticioso que
atendía a versiones parciales, no siempre comprobadas y sometido a la
subjetividad, el susto o el interés específico de los informadores, se
repitió en cada uno de los días del conflicto en Chiapas, al menos hasta
que las negociaciones entre el gobierno y el EZLN llegaron al término de
su primera fase. Ese es el periodo revisado en nuestro capítulo
siguiente. El ataque a una camioneta combi en donde murieron varios
pasajeros, fue atribuído al Ejército Mexicano con una notoriedad que no
tuvieron las rectificaciones hechas más tarde y que sugieren otras
responsabilidades en ese hecho. La ejecución de varios presuntos
miembros del EZLN en Ocosingo no fue seguida con tanto detenimiento, en
sus posteriores averiguaciones, como la noticia inicial de la muerte de
esos combatientes. La historia de los indígenas tan desprotegidos que se
lanzaban a la aventura del todo o nada con sus patéticos rifles de
madera, dio la pauta para que dentro y sobre todo fuera de México se
documentara la desigualdad de la guerra, aunque la versión de que el
armamento de juguete había sido en realidad parte de un montaje, pasó
desapercibida. De hecho, excepto en Proceso, en la información
que citamos antes, ningún medio mexicano se detuvo en el asunto de
aquella triste y célebre fotografía.
Las notas informativas se volvieron crónicas y las
crónicas, artículos de opinión. En sus encabezados intencionados ("En la
selva aún no hay tregua" decía algún titular, dando la impresión de que
el cese al fuego dispuesto por el gobierno había sido un fracaso) e
incluso en sus espacios para las posiciones de la casa editorial (en
nuestro capítulo cuarto recordamos cómo La Jornada elogió y
mitificó a "los hombres verdaderos", como si el resto de los
involucrados en el conflicto, o el resto de los mexicanos, no fueran
tales) un segmento de la prensa, sobre todo de la ciudad de México,
asumió una postura de abierta simpatía con el EZLN. El hecho de que una
parte de una prensa tan habitualmente anodina como en otras condiciones
suelen ser los diarios y los medios mexicanos --una prensa casi siempre
allanada a posiciones gubernamentales-- adquiriera posiciones así de
parciales, da cuenta de una nueva intencionalidad del periodismo de
nuestro país, pero que no necesariamente ocurría en beneficio de la
claridad informativa.
No puede afirmarse que nuestra prensa haya salido
bien librada de la crisis en Chiapas, por mucho que sus tirajes hayan
aumentado y que, en busca de respuestas, los lectores acudieran a ella
con un interés sin precedentes. Los ejemplos que mencionamos remiten a
la simpatía por el neozapatismo, que no deja de ser una no siempre
reflexiva simpatía por las balas y que desde luego, no es exclusiva de
reporteros, comentaristas y órganos de prensa, sino de un segmento de la
sociedad mexicana.3
Habría otros ejemplos posibles, de la otra prensa:
aquella que reaccionó al conflicto con los viejos reflejos, tratando de
reproducir sin más investigación las posiciones oficiales y aferrándose,
cuando los había, a los boletines y las declaraciones de funcionarios.
Sin embargo la sorpresa ante el levantamiento del primero de enero fue
tan contundente, que los recursos tradicionales de la propaganda del
poder político tardaron en emerger. Por parte del Ejército Mexicano,
hubo una lentitud informativa que revelaba desconcierto, o ausencia de
decisiones o de convicciones, y que ya no pudo remontar las versiones
sobre presuntos excesos de algunos de sus integrantes.
La televisión privada, especialmente el consorcio
Televisa, respondió también mal, siempre a su modo, a la emergencia
chiapaneca. Después de la sorpresa de los primeros días, cuando aún sin
parámetros políticos claros se les dio espacio a los dirigentes
neozapatistas que habían ocupado San Cristóbal, se trató de minimizar
los alcances del conflicto, insistiendo en que estaba reducido a media
docena de municipios. Sin embargo las imágenes de chiapanecos asustados
ante las cámaras no eran suficientes para persuadir de que todo estaba
bajo control. Porque no era así.
Se pudo apreciar la imposición de un estorboso velo,
quizá más de autorestricción que de censura explícita, que además de
ocultar las imágenes de los encapuchados omitía el nombre del grupo
armado. "Los transgresores", "los infractores", se comenzó a decir
después de 6 o 7 de enero, acentuándose la desconfianza del público de
la televisión y de la mayoría de los medios radiofónicos. Pronto, los
concesionarios que así adjetivaban al EZLN rectificaron y cuando incluso
el enviado presidencial Manuel Camacho le decía por su nombre a ese
grupo, se comprobó que la nación no se desmoronaba si en la radio y la
TV se repetía la denominación del Ejército Zapatista.
En toda clase de medios, neo-zapatistas o
pro-oficialistas, se alimentó la versión de un conflicto polarizado, en
donde había exclusivamente dos bandos, sin que se tomara en cuenta a
otros actores de la crisis en Chiapas. Los grupos de desplazados por la
guerra no fueron actores en los medios sino hasta casi un mes de
iniciado el conflicto. Las posiciones de la ARIC-Unión de Uniones, que
reune a miles de campesinos que no rompieron con el EZLN pero que se
opusieron a la vía armada, apenas fueron tomadas en cuenta en un par de
diarios. Los que nunca perdieron presencia fueron los dirigentes y
candidatos presidenciales de los partidos políticos aunque, con pocas
excepciones, sus declaraciones se repetían una y otra vez, sin
iniciativas ni siquiera retóricas ante el conflicto.
Allanados unos a la fascinación por los nuevos
zapatistas y sumergidos otros en la tarea de restarle importancia a la
rebelión, en los medios mexicanos había poco de donde escoger.
Reporteros embelesados con la críptica personalidad del subcomandante
Marcos, que incluso se daba el lujo de discriminarlos y regañarlos,
contribuyeron a la mitificación de ese curioso personaje. La publicación
de farragosos y reiterados comunicados del subcomandante,
cual epístolas neoevangelistas, habitualmente fue presentada sin
contexto crítico.
El fenómeno de fabulación presentada como noticia no
ha sido, desde luego, únicamente responsabilidad de informadores
mexicanos. De él, han participado medios de todo el mundo y sobre todo,
ha sido copartícipe un sector de la sociedad mexicana. En la prensa
diaria de Italia, por ejemplo, casi no se publicaron fotografías de los
acontecimientos en Chiapas pero sí, en cambio, numerosas efigies de
Emiliano Zapata, a partir de lo cual no extraña que, en ese tráfico de
confusiones, allá surgiera un "partido zapatista" que ya forma parte de
la pulverización política italiana. La portada de The Economist,
relativa a nuestro conflicto en Chiapas, mostraba en una de las primeras
semanas de enero a unas vistosas y coloridas chinas poblanas posando
para algún turista y en una imagen completamente distante de la guerra,
o de la pobreza chiapanecas. El folclore más paternalista se mezcló con
un aprovechamiento publicitario del tema Chiapas, en un proceso donde la
imagen del EZLN adquiría una extraordinaria fuerza dramática, poco
propicia a la confrontación de ideas pero muy compatible con las
tendencias mitificadoras. La nobleza de las reivindicaciones sociales
llegó a ser confundida con la exaltación de la violencia.
La sociedad mexicana (sociedad civil está de
moda llamarle, aunque en la nueva acepción de ese término también hay
afán peyorativo) en algunos de sus segmentos ha sido, a la vez,
receptora, partícipe y propulsora de una cultura de la complacencia,
mezcla de antiautoritarismo catártico junto con voluntarismo culposo,
que alentó y consumió los mensajes apologéticos en torno a la
insurrección de Chiapas. Los medios, así, han sido actores pero no han
dejado de ser, parcialmente, vehículos de un sentimiento de gusto,
denuncia, deslumbramiento y encanto, de algunas áreas de esa sociedad de
la que son integrantes.
Habilidad propagandística del Ejército Zapatista
Pero de la misma manera que, en el centro de una de
las zonas más pobres de México, había un constante dejo de premodernidad
en la apariencia de los zapatistas (rifles de madera, armamento de bajo
calibre, discurso que apelaba a las miserias lo mismo que a los derechos
ancestrales) en ese grupo también existía una notable capacidad
propagandística que le permitía erigirse como interlocutor de los
principales medios de comunicación dentro y fuera de México. Los mismos
recursos que se emplearon en Chiapas, por parte de diversas empresas de
comunicación, fueron de lo más moderno. Cuando el general Absalón
Castellanos fue liberado, después de un secuestro de medio centenar de
días, la ceremonia en donde lo entregaron fue transmitida en vivo, desde
uno de los vericuetos de la selva Lacandona, gracias a la instalación de
varias antenas parabólicas. Los zapatistas mismos, demostraron tener y
saber usar equipos de comunicación nada atrasados tecnológicamente,
primero en la red de radio que tenían, posiblemente desde varios años
atrás y luego, en la decisión para ocupar radiodifusoras comerciales en
las poblaciones que ocuparon al comenzar enero.
El segundo día del año, la XEOCH de Ocosingo,
Chiapas, transmitía la que parece haber sido la única declaración de
guerra que el Ejército Mexicano haya recibido en este siglo (más allá de
numerosas confrontaciones de hecho) y que, por añadidura, se difundía
electrónicamente. La radioemisora, propiedad del gobierno del estado,
había sido tomada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y de
esa manera, se reiteraba un intencionado manejo de medios por parte de
este grupo. Un par de días más tarde, un individuo que se dijo enviado
del EZLN entregó un comunicado en la redacción del famoso diario Le
Monde, en París, la capital francesa. Poco después, cuando indicaron
a qué medios de información invitaban especialmente para cubrir las
pláticas de paz que se realizarían a fines de febrero, los dirigentes
neozapatistas reiteraron su vocación cosmopolita (al menos para saber
aprovechar espacios en la prensa y la televisión de todo el mundo) al
incluir entre ellos a empresas estadunidenses y europeas. Había una
vocación del EZLN, con habilidades específicas, para librar la guerra de
Chiapas a través de los medios de comunicación. No en balde, el martes
11 de enero a las 6 de la mañana José Gutiérrez Vivó, el experimentado
conductor y director de Monitor, de Radio Red, expresaba su
sorpresa al relatar: "Anoche nos llegó un comunicado, vía fax, del EZLN.
Los señores de este ejército están bastante organizados en materia de
comunicación".
La guerra ante sus publicos. La compulsión por no
desconectarse
Chiapas, antes que nada, fue una enorme sorpresa para
México. Y no porque no se recordara la acuciante miseria de los
mexicanos indígenas en aquella entidad; incluso ni siquiera porque se
haya comprobado la existencia de un grupo armado, del cual ya desde
mediados de 1993 había indicios en algunos medios de comunicación.
Chiapas fue sorpresa por la forma como se quebraron certidumbres que
muchos pensaban afianzadas: la paz social, la estabilidad, la
convivencia con discrepancias pero sin rupturas, valores todos ellos que
los mexicanos, en una gran mayoría, considerábamos, a pesar de todo,
inconmovibles.
Chiapas recordó que incluso las tradiciones y las
instituciones más sólidas podían cuartearse y gran parte de esa
sensación se originó en la falta de claridad que, sobre el conflicto
mismo, propagaron los medios de comunicación. La saturación informativa
llegó a producir en los ciudadanos más ávidos de noticias un efecto de
intoxicación: conforme más noticias recibíamos, más queríamos saber --y
no siempre nos dábamos cuenta de que abundancia no era necesariamente
calidad en la información--. Esa ansiedad informativa, que nos llevaba a
sintonizar la radio todo el día, a hacer frenético zapping a la
hora de los noticieros de televisión y a consumir hasta una docena de
periódicos cada día, nos permitía quizá tener la ilusión de que
estábamos enterados, aunque pronto caímos en la cuenta de que sólo
sabíamos que sabíamos poco.
Así ocurre, en las sociedades participativas y
fuertemente influídas por los medios (hay autores que hablan ya de una
mediocracia, o telecracia en el mundo contemporáneo)
siempre que hay situaciones de crisis. En la medida en que los grandes
acontecimientos, que por añadidura suelen ser trágicos, son amplificados
por los medios --especialmente los de carácter electrónico, con toda su
carga de intensidad cuando transmiten en directo--, los individuos que
componen a las sociedades modernas llegan a estar condicionados, en su
vida pública y en la privada, por la omnipresencia de los hechos
drásticos: hoy un crimen callejero, mañana una guerra lejana, pasado un
magnicidio... El espectáculo que siempre son los medios, y
particularmente la espectacularización de las noticias, nunca termina.
De esa manera nos habituamos, en una dependencia parecida a otras de
carácter físico, a estar sometidos al constante bombardeo de
acontecimientos. La cadena internacional CNN es el ejemplo y la fuente
más claros de esa necesidad, creada por los medios pero aceptada
frenéticamente por todos nosotros, para estar al tanto, al instante, en
vivo y en directo, de lo que sucede en el mundo.
En el caso de Chiapas, el gran matiz era que se
trataba de un conflicto nuestro, de y en México. La mexicaneidad, además
de la sorpresa y los ragos de incertidumbre que tenía la crisis
chiapaneca, avivaban la compulsión para seguir atados a lo que se dice
en la radio o se ve en la tele, todo el día, todos los días. Esa
fascinada dependencia que experimentamos muchos de quienes seguimos (o
pensábamos que seguíamos) paso a paso, la guerra de Chiapas, ha sido
reconocida y descrita en situaciones internacionales parecidas. El
investigador francés Dominique Wolton escribió, sobre la mezcla de
compulsión y confusión que manifestaba el público europeo cuando la
guerra en el Golfo Pérsico, que había una suerte de movilización
permanente de los ciudadanos --aunque se tratara de un acto finalmente
desmovilizador en términos políticos-- en torno a los medios. Incluso
cuando no había nada más que informar, en algunos de los impasses
de la guerra, uno de los enviados de prensa se limitaba a transmitir:
"por razones de seguridad no les podemos decir dónde estamos, pero nos
encontramos en los puestos de avanzada de los combates". Nada se sabía y
nada se decía, pero era transmitida la sensación de que el televidente o
el radioescucha estaba al pie de los cañones. Wolton, a partir de ese
episodio, comenta:
"... Uno se sentía casi culpable de no quedarse más
tiempo viendo el puesto, hasta tal punto los periodistas se tomaban la
molestia de informarnos en continuo. El directo creaba la sensación de
que no había que desconectarse, no fuera que se produjera algo
importante entonces. El reino del directo como sistema de movilización
permanente del ciudadano, al que se conminaba a permanecer a la escucha
so pena de perderse algo esencial, se convirtió en un verdadero
mecanismo de enajenación. Cuando más se estaba en directo, más se tenía
la sensación de estar en condiciones de 'ver directamente algo', siempre
que sucediera algo importante, pero con la contrapartida de no separarse
del televisor... Era Esperando a Godot, en simultáneo y a escala
planetaria".4
En el caso mexicano, casi podríamos decir que después
de los días de sorpresa inicial, había millares de ciudadanos pendientes
de los medios, esperando a Marcos. Y, junto con ellos, serían
muchos más los que no se apartaban de la sintonía radiofónica o
televisiva, o que devoraban las páginas de la prensa en un ejercicio
que, supuestamente de información, llegaba a ser de saturación y
empacho.
Amagos anónimos, informadores intolerantes, tráfico
de noticias
El de Chiapas, por su mismo carácter de
espectacularidad y sorpresa, fue un asunto público desde el primer día
de la insurrección zapatista. El tráfico intenso y el fárrago de
noticias dominó a los medios electrónicos desde el primer día de enero
y, a los impresos, desde el domingo 2, tal y como se aprecia en la
crónica que presentamos en el siguiente capítulo. Otro de los rasgos de
esa abundancia (que no necesariamente claridad) informativa, fue la
falta de censura sobre los materiales que aparecerían en los medios de
comunicación. Incluso, a diferencia de otros momentos de dificultad
política, hasta donde se sabe, no existieron indicaciones, de parte del
gobierno sobre qué decir y cómo decirlo, respecto de la crisis
chiapaneca, en los medios electrónicos e impresos.
No hubo injerencia oficial sobre la información en
torno a Chiapas. No hubo censura. A propósito de la tensión informativa
y las restricciones presentes en otro conflicto en donde ante las balas
los medios quedaron (o casi) pasmados, la Guerra del Golfo, el ya citado
profesor Wolton ha dicho que:
"La prensa llegó a organizar hasta mesas redondas
para discutir el problema de la censura, a las que no fueron invitados
ni los militares ni los políticos... Estas mesas terminaban con una
vibrante y unánime condena de la censura, aunque en una democracia
hubiera sido interesante oír los demás puntos de vista.
"Hubo un riesgo evidente de boomerang de la
palabra censura contra la prensa del que desafortunadamente ésta no tuvo
conciencia. Daban ganas de responderle: 'Deja de tomar al público como
testigo. La censura en tiempo de guerra es normal. No seas ingenua,
arréglatelas con ella. Haz tu trabajo. La censura forma parte de las
condiciones de trabajo de la prensa en tiempos de guerra'".5
Por eso no es descabellado reconocer que, en un
conflicto armado, hay restricciones a la información. Esta, que para
muchos iniciados a la libertad informativa apenas en la crisis de enero
de 1994, es una realidad en casi todos los conflictos en donde la
circulación de noticias, desde el punto de vista del poder (el cual que
puede ser discutible pero que sobre todo en épocas de crisis llega a
resultar inconmovible) puede parecer una herejía, llega a ser costumbre
para los corresponsales más experimentados. El hecho de que se impongan
restricciones tanto para llegar a los sitios del conflicto armado como
para la difusión de noticias, es algo ordinario en muchos episodios
bélicos. Lo sorprendente en la crisis chiapaneca, es que prácticamente
no existió esa forma de censura.
Tampoco parece haberla existido en la difusión, por
parte de los medios, de las noticias que ya les habían enviado sus
corresponsales. Aunque, como señalamos antes, en el transcurso del
conflicto se conocieron algunas informaciones que sugerían actitudes
rígidas en la transmisión de notas sobre el EZLN, no hay evidencias de
que tales presiones hayan surgido del gobierno.
Una forma adicional de restricciones posibles sobre
los medios, en busca de controlar la información, se encuentra en las
presiones ilegítimas contra aquellos órganos de prensa que hubieran
difundido versiones capaces de causar molestia. Nos referimos a
presiones no oficiales y que pueden ser atribuídas a distintos actores,
sobre todo aquellos interesados en confundir, más que difundir
informaciones. En este sentido, sí se pudieron conocer amenazas contra
algunos medios de información impresa, especialmente cuando el diario
La Jornada, como se explica más adelante, recibió libelos anónimos
que iban específicamente destinados a su director y otros trabajadores
del diario; tales amagos, tuvieron en todo caso un efecto contrario a la
intimidación, porque de inmediato fueron descalificados por fuerzas
políticas de todos los signos, comenzando por el gobierno federal. El
diario unomásuno también se quejó de amagos contra dos de sus
directivos y, por otra parte, las oficinas del Centro Nacional de
Comunicación Social y del Canal Seis de Julio fueron allanadas, al
parecer por agentes policiacos, en una serie de episodios que no fueron
aclarados.
En ausencia de censura explítica, o capaz de
distorsionar la vocación informativa que con sus respectivos matices
ejerce cada medio, las verdaderas limitaciones que se experimentaron
durante la crisis de Chiapas fueron las que resultaban, sobre todo, de
autorrestricciones por parte de las empresas de información o de los
periodistas mismos. Un periodista que no acostumbra ser complaciente con
las fuentes oficiales, Raymundo Riva Palacio, reconocía este panorama al
escribir, el domingo 20 de febrero:
"La libertad y la independencia no han sido puestas a
prueba. El gobierno no ha hecho uso de la censura ni se ha comprobado
que haya tomado represalias contra algún medio. Lo desigual en la
cobertura de medios responde más bien a los intereses particulares de
los dueños, o a posiciones políticas o ideológicas de quienes trabajan
en ellos".
Más aún, añadía Riva Palacio:
"Ni siquiera las rutinarias prácticas de los celosos
veladores de las buenas costumbres en la Secretaría de Gobernación han
logrado poner freno a numerosos comentaristas de radio y televisión, que
en muchos casos son más extremistas, radicales e intolerantes que las
autoridades mismas".6
No había censura y tampoco indicaciones expresas del
gobierno a los informadores. Esta nueva actitud, que si bien ya existía
por parte del gobierno, nunca se había manifestado en un momento tan
crítico y tendría que haber sido considerada como plausible por los
informadores. Sin embargo, en una más de las paradojas de esta crisis
hubo quienes se han quejaron de la falta de una línea
gubernamental explítica. El periodista René Delgado escribió en la
revista Signos, de la ciudad de Guadalajara, que:
"En estricto rigor, en el gremio periodístico se
cotizó mucho mejor un comunicado guerrillero que un boletín o una
declaración oficial del gobierno".
Pero ese desprecio por la información oficial luego,
en la interpretación del mismo reportero, se convierte en queja, cuando
escribe que:
"Esa ausencia de una política informativa
gubernamental revela que, al interior del aparato, no hay consenso en
cuanto al proceder y, con atenuantes menores, deja entrever una crisis
en el gabinete".7
Es decir, en la ausencia deliberada de una política
que le impusiera a los medios contenidos informativos explícitos, hubo
quienes encontraron una omisión cuestionable, en vez de una actitud que
dejaba a la prensa (impresa o electrónica) en libertad de elegir sus
fuentes y desplegar sus contenidos como su sentido periodístico, sus
cálculos empresariales o su responsabilidad informativa les indicaran.
Se podría reconocer que, con o sin censura, con o sin libertad, nunca se
deja contento a nadie. Pero además, la apreciación del periodista
Delgado (que citamos en este libro como un ejemplo más de la confusión
informativa traducida en obnubilación analítica en los días del
conflicto chiapaneco) parece exagerada. Por otro lado, esa idea de que
la ausencia de una política que impusiera una información determinada
puede ser sintomática de una crisis al interior del gobierno, parece por
lo menos aventurada.
En cualquier medición de los medios, en conjunto, es
evidente que en la crisis de Chiapas, las declaraciones y comunicados
del gobierno tuvieron más peso que los comunicados del EZLN y no
necesariamente por vocación gobiernista de los medios (aunque los hubo,
como Televisa y El Heraldo, para citar sólo dos ejemplos, que
intencionada y ostensiblemente privilegiaban, hasta considerar que era
la única, la información oficial). Además, la estrategia de propaganda
de los zapatistas decidió enviar sus comunicados a unos cuantos medios,
a los que consideraban más receptivos, o más simpatizantes, respecto de
sus posiciones. Al final de este libro incluímos, como Apéndice, el
comunicado en donde el EZ explica su política de comunicación,
estableciendo algunas rectificaciones: cuando advierte que sus
comunicados, aunque no los transcriben completos porque no los habían
recibido directamente, interesan a otros medios impresos y electrónicos,
entonces deciden dejar de discriminarlos.
Es preciso reconocer la diversidad, abundancia y
sobre todo, la heterogeneidad y presencia regionales de los medios, que
no son sólo aquellos que en ocasiones, desde nuestros observatorios
defeños, somos capaces de mirar.
Actores y protagonistas. Los partidos. El Ejército
Los enviados a la zona en guerra pudieron incursionar
en ella, sin más limitación que aquella impuesta por la necesidad de
atender a medidas de seguridad. Pronto, sin embargo, varios reporteros
de quejaron de presuntas presiones del Ejército Mexicano e incluso de
disparos cerca de ellos, aunque nunca se pudo probar si las balaceras en
las que estuvieron involucrados resultaron de intentos claros de amago,
o de la poca responsabilidad de algunos informadores.
En contraste con la política de propaganda
intencionada, con claros objetivos para impresionar y ocupar espacios
que desplegó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional la otra fuerza
armada, el Ejército Mexicano, buscó un perfil modesto. Los militares
mexicanos, no quisieron ser los villanos de este conflicto ni buscaron
un papel protagónico, a diferencia de otras fuerzas y personajes
involucrados en la crisis de Chiapas. Pudiendo haber buscado en los
medios una presencia que, debido a la gravedad del conflicto, nadie les
iba a regatear, los mandos más altos del Ejército e incluso los
funcionarios de esa corporación a cargo de las zonas militares en
Chiapas, tuvieron una presencia discreta. Esta posición, no puede haber
sido más que deliberada: para no restarle presencia pública a las
autoridades civiles y en primer lugar al Presidente de la República.
Pero una de las consecuencias de la en términos
políticos plausible discreción del Ejército Mexicano, fue su escasa
habilidad para responder, en el terreno de los medios, a numerosas
versiones e imputaciones que se ofrecían sobre el desempeño de esa
corporación. Todas las extensas e intensas dos primeras semanas del
conflicto, estuvieron salpicadas de versiones distorsionadas y
acusaciones falsas que llegaron a conformar, en algunos sectores de
opinión, una imagen de abuso y prepotencia por parte del Ejército.
Aunque las transgresiones a los derechos humanos no se comprobaran, el
hecho de que tampoco fuesen aclaradas o rechazadas con el mismo énfasis
con el que se daba informaba respecto de ellas, dejaba a muchos lectores
y radioescuchas con una sola versión, la de quienes impugnaban el
desempeño del Ejército. La intencionalidad de algunos medios, o la clara
simpatía de algunos reporteros e informadores con el EZLN, se añadió
para conformar un panorama propagandísticamente desfavorable al Ejército
Mexicano y, así, indirectamente, al gobierno federal. No fue sino hasta
fines de enero y comienzos de febrero, cuando desde esa corporación
armada se levantó una política de comunicación que, si bien respetuosa
de la libertad informativa de los medios, procuraban aclarar confusiones
y mentiras. De todo ello se da cuenta en el tercer capítulo de este
libro.
Otros actores, indirectos ellos, son los partidos
políticos y sus dirigentes. La crisis chiapaneca los rebasó a todos
ellos de manera dramática. Los primeros días del conflicto, fuera de
expresiones de sorpresa y numerosos lugares comunes, la mayoría de los
dirigentes de los partidos y de sus candidatos a la Presidencia de la
República (como se recordará, las campañas rumbo a las elecciones de
agosto apenas habían comenzado) no acertaron a ofrecer salidas ni a
encabezar una respuesta social a los acontecimientos de Chiapas. Los
medios de comunicación dedicaban espacio abundante (aunque subordinado a
las notas procedentes del escenario del conflicto) a todas estas
declaraciones, pero frente a la densidad de la guerra y sus
acontecimientos (primero los episodios armados y luego el camino a la
paz) aparecían como contexto pálido y prescindible.
En busca del acontecimiento. Si no hay noticias, las
inventamos
El gobierno, como fuente informativa, no tuvo,
entonces, una política de intencionada presión. Eso no significa que no
hubiera notas. De hecho, toda la primera quincena del conflicto se
producen, primero, declaraciones de funcionarios de la Secretaría de
Gobernación que buscaban minimizar las dimensiones del conflicto o
atribuirlo a fuerzas extranacionales. Luego la presencia del Presidente
Carlos Salinas, al exhortar al diálogo, decidir el cese unilateral del
fuego o al ofrecer la amnistía, entre otros momentos, llega a ocupar
espacios significativos en los medios. Al mismo tiempo, aunque con la
timidez que ya señalamos, el Ejército Mexicano proporciona datos,
boletines y, a veces, aclaraciones.
Pero del frente de batalla, en donde se encontraba lo
más espectacular, las noticias que surgen son escasas. Como señalaremos
en otra parte de este libro, en los primeros días del conflicto hay una
compulsiva y avasalladora abundancia de noticias y después, nada o casi
nada. Particularmente, entre la última semana de enero y las dos
primeras de febrero, una vez que la suspensión de hostilidades era un
hecho, no existían balaceras, ni ataques aéreos, ni emboscadas, ni
hallazgos macabros, capaces de satisfacer el ansia de espectacularidad
de los medios y de sus audiencias. De la avalancha de asuntos, de
pronto, demasiado pronto para el gusto de quienes, en su papel de
corresponsales, buscaban más espacio en las primeras planas o mayor
protagonismo como actores del conflicto, transitamos a un moroso,
incluso tedioso silencio. El EZLN, replegado a sus posiciones en la
selva chiapaneca, evaluaba las condiciones para el diálogo con el
enviado del gobierno mexicano. En los circuitos oficiales, a su vez, se
aguardaban las negociaciones de Manuel Camacho, Samuel Ruiz y la
consiguiente respuesta zapatista. Entonces, es el momento de los rumores
e, incluso, de las voladas, como en la jerga periodística se
denomina a las noticias falsas.
La desesperación de los reporteros, que propicia que
cualquier versión o cualquier movimiento parezca noticia, fue
magistralmente relatada por Guillermo Ochoa, en su Informativo
Panorama de Radio ACIR, que el lunes 7 de febrero transmitía desde
Chiapas:
"Alejandro Cotes es un joven alto y delgado, al cual
le sienta con esplendidez la filipina blanca de mesero del Hotel Diego
de Mazariegos, en donde ha sido establecida la oficina de prensa para
tratar los puntos relacionados con el conflicto de Chiapas.
"Pues bien, el mediodía del viernes pasado, Alejandro
notó que uno de los cables para los micrófonos que se usan para las
conferencias de prensa, estaba suelto. Se dirigió a la administración
del hotel, volvió con un rollo de papel engomado y arrodillándose
comenzó a unir el cable con el piso de mosaico para evitar que alguien
tropezara.
"Fue un acto simple, trivial, sin embargo dos
periodistas lo notaron y de inmediato le encontraron un significado: si
arreglan los cables, es que van a usar los micrófonos; esos micrófonos
los utiliza por lo general Manuel Camacho Solís, entonces, si habla
Camacho Solís habrá comunicado y si hay comunicado, habrá información.
"Entonces, los dos periodistas ocuparon una de las
doce mesas de alambrón que hay en el precioso patio cuadrado y se
pusieron a esperar, sólo que otros dos periodistas los vieron y se
unieron a la espera.
"Al grupo de 4 periodistas se unieron otros 4 y al
poco tiempo, llegaron los fotógrafos y montaron sus tripiés. La gente de
la televisión montó sus cámaras y los reporteros de radio comprobaron la
vida útil de las pilas de sus grabadoras. En 15 minutos, el patio
adjunto a la sala de prensa estaba repleto y Alejandro Cotes, ignorante
de su poder de convocatoria sobre la prensa mundial, iba de aquí para
allá trabajosamente para preguntar con cortesía: ¿les puedo servir algo?
"Fue un hecho trivial. Sin embargo me sirve para
explicar el grado de tensión, de desesperación --de histeria, dijo una
reportera-- en lo que han caído los 300 periodistas que, muy a su pesar,
se han convertido en los soldados de una guerra que ya no se da ni en
las montañas ni en la sierra de los Altos de Chiapas, sino en los
espacios informativos de México y de muchos países.
"Desde luego, no intento minimizar un conflicto que
ha dejado más de cien muertes, no sé cuántos heridos y que ha desplazado
de sus hogares a unas 14 mil personas, no. La guerra es un hecho
innegable. Me parece que se encuentra en un estado latente y pienso que
cualquier imprudencia podría recrudecerla.
"Me parece también que, en el mejor de los casos,
pasarán muchos años antes de que se borren las huellas trágicas que ha
dejado el conflicto en esta región. Hay deudos, hay viudas, hay
huérfanos. Hay personas que han perdido el fruto de su trabajo, pero aún
así no deja de resultar extraordinario que ningún hecho, que yo
recuerde, ocurrido la segunda mitad de este siglo, incluído el terremoto
de 1985, haya merecido tanto espacio en los medios informativos como
esta guerra del año nuevo, cuya fase armada y violenta duró por fortuna
sólo 4 días.
"¿Por qué? No lo sé. Eso sería motivo de otro
análisis. Por lo pronto, para mí, es un hecho que hoy la guerra
verdadera se da en los medios informativos, que los periodistas están
convertidos en soldados, o por lo menos en correos y que la metralla
haya sido sustituida por los comunicados públicos que emite el EZLN, por
una parte, y el Comisionado para la Paz Manuel Camacho Solís, por la
otra. Y hablo de comunicados públicos, porque es evidente que existe
otra comunicación privada que se da presuntamente a través del obispo de
San Cristóbal, Samuel Ruiz.
"¿Qué hacen los periodistas? Esperar, francamente
esperar. ¿Esperar qué? Esperar a que salga un comunicado, que haya una
conferencia de prensa, que se diga cuándo se inician por fin las
pláticas de paz, en fin... esperar. Por eso les decía: los periodistas
están tensos, a veces desesperados, a veces unidos en una especie de
letargo del cual los rescata cualquier rumor, cualquier señal, cualquier
signo que merezca o no ser interpretado y cuando esto ocurre, saltan
como impulsados por un elástico y se ponen a indagar, a preguntar, a
reportear.
"El resultado es a veces una buena nota. Con
frecuencia, la nada... Todos ellos se han propuesto firmemente vestir
con desaliño, lo cual les da una especie de excentricidad uniforme, pero
eso sí, en su inmensa mayoría son profesionales y trabajan de firme;
pegados a sus faxes, a sus computadoras y algunos todavía a sus máquinas
de escribir, y forman una tropilla muy diferente a aquellas que hace
años crearon la leyenda negra del periodismo mexicano y cuyos
integrantes ganaban su fama no a base de trabajo, sino inventando un
coctel, trapándose ebrios a la estatua del Caballito, o entrando a
horcajadas sobre brioso corcel al cabaret Capri."
Hemos citado en extenso el relato de Ochoa que,
ofrecido en radio, recuperaba la frescura de las crónicas que ese
periodista publicaba en Excélsior hace dos décadas, no sólo por
lo descriptivo que resulta de la preocupación de los informadores ante
la falta de noticias sino, también, por el sabroso y puntual dibujo,
crítico pero no exento de autocrítica, que allí se ofrece.
Y si no hay noticias, entonces hay reproches. Rosaura
Ruz, enviada de un noticiero de radio, se quejaba apenas el 10 de enero:
"Los periodistas nos retroalimentamos de los propios
periodistas, todos intentan penetrar a esa zona y todos estamos
inquietos, inconformes y ávidos de información. Pero por todos lados hay
retenes... No podemos ser testigos. Existe un hermetismo total de las
autoridades y sólo tenemos versiones de segunda, tercera o cuarta mano".8
En realidad, no dejaban de ocurrir asuntos, pero
menos vistosos que los de los primeros días del conflicto. Entonces,
sucede que los periodistas mismos se convierten, por vocación
protagónica de algunos o por necesidad profesional de otros, en actores
del conflicto chiapaneco. Algunos informadores, son personajes de la
breve guerra cuando son atacados, intencionada o accidentalmente. Esta
conducta no pasa sin ser evaluada por sus colegas. Incluso el
camarógrafo Epigmenio Ibarra, quien luego deploraría que el conflicto
hubiera sido tan breve, escribía el domingo 16 de enero para La
Jornada:
"La mala fortuna y el protagonismo excesivo y también
poco ético de algunos periodistas amplifica el error. Asustados por el
ruido, un grupo de colegas argumenta haber sido agredido por un avión
militar".9
El reportero (para singularizar la actitud, en
plural, de algunos de los enviados a Chiapas) asume un papel
distorsionado de su función como periodista: se vuelve (o busca
volverse) actor, no solo testigo o transmisor de los hechos. Sobre tal
asunto, se ofrecen diversos episodios al final del segundo y en todo el
tercer capítulos de este libro.
Los reporteros: entre la competencia y la
insolidaridad
La cobertura de los acontecimientos de Chiapas
requirió de gran profesionalismo, no exento de valor personal y de
solidaridad gremial, entre la mayoría de los reporteros que acudieron a
ese estado del sureste mexicano. En términos generales, los
televidentes, radioescuchas y lectores se beneficiaron de una actitud
responsable (en unos cuantos casos incluso humilde, a pesar del riesgo y
de la importancia de su desempeño) por parte de los enviados. Pero las
excepciones respecto de tales actitudes, no fueron pocas. En todas las
guerras, y a pesar de su corta duración la de Chiapas no rompió con esa
costumbre, hay una tendencia a la sobreactuación de los periodistas.
Estar en el sitio del conflicto, poder transmitir en
directo en el caso de los medios electrónicos o con un tono de
sacrificio y riesgo en todos los medios, son circunstancias que acentúan
el papel protagónico de muchos informadores. Esto ocurre en todas las
guerras y les sucede incluso a enviados con experiencia bélica. En el
caso que nos ocupa, prácticamente todos los reporteros mexicanos que
acudieron a Chiapas estaban acostumbrados a otro tipo de tareas
informativas, en donde la exigencia para buscar y confrontar hechos es
poca.
El periodismo mexicano, todavía en una gran porción,
suele ser de declaraciones y de boletines más que de exploración y de
investigación. La irrupción de la guerra en Chiapas agarró desprevenidos
a los medios mexicanos, que no suelen tener reporteros entrenados para
cubrir acciones bélicas. Una de las circunstancias que le permitió a
La Jornada tener información amplia sobre el EZLN, además de la
simpatía de ese diario y de sus reporteros hacia los neozapatistas, fue
el hecho de que algunos de los miembros de su redacción habían tenido
alguna experiencia en la cobertura de conflictos armados en
Centroamérica. También Excélsior, aunque con una vocación
ideológica distinta, contaba con reporteros avezados en informar enmedio
de las balas.
Pero por lo general, los periodistas mexicanos que
son enviados a Chiapas llegan sin estar pertrechados ni profesional, ni
materialmente. Por eso unos cuantos entre ellos, pero en actitudes que
fueron también noticia, asumieron posturas de rivalidad e incluso de
agresividad, enmedio de la guerra y en el escenario de ella, contra sus
propios colegas. Parecía, en momentos, que los enviados no se hacían
cargo de que se encontraban en una guerra y de que el EZLN, más allá de
las simpatías que suscitara entre ellos, era un grupo armado. El enviado
Antonio López, de Radio Mil, en charla con Rubén González Luengas, llegó
a comentar así uno de los momentos de más tensión durante su presencia
en Chiapas: el 24 de enero:
"Algunos reporteros fueron en una pequeña caravana a
entrevistar a los grupos armados y entonces, concretamente un fotógrafo
de un conocido medio de prensa escrita, con cierta introducción a la
Universidad (sic) y que casi casi se siente ya dueño del Ejército
Zapatista y dueño de la comunicación, se le ocurrió decirles a los
miembros del EZLN que todos los que venían detrás de él eran de la
Secretaría de Gobernación. Esto causó un gravísimo problema a un
compañero nuestro de Canal 13. A punto estuvo de que este asunto se
transformara en un verdadero disgusto. (Yo) quería denunciar esto,
porque es importante que todo mundo sepa que desde el principio del
conflicto hubo un compañerismo muy notable. En cambio, ese enviado
especial de un medio de información escrito, de la prensa, puso en
riesgo la vida de todos los demás reporteros que estábamos ahí,
diciéndoles a los miembros del EZLN que todos los que venían detrás eran
de Gobernación. Eso provocó que a nuestro compañero de Canal 13 lo
sacaran a punta de rifle, apuntándole a la cabeza tanto a él como a su
ayudante de cámara".10
Rafael Flores Martínez, enviado de Organización Radio
Centro a Chiapas, describía el viernes 14 de enero, a su regreso a la
ciudad de México, las condiciones de rivalidad y consiguiente
competencia en las que se recababa la información del conflicto armado.
Al comienzo del conflicto, dijo, había un "gran compañerismo":
"Sin embargo también se dio en muchas ocasiones la
competencia por ganar la nota. Finalmente, poco antes de que el
Presidente decretara el cese al fuego, ya cada uno de los reporteros que
cubrían la zona trabajaba por su lado".11
El mismo Flores Martínez, en conversación radiofónica
con Juan María Naveja, Paco Prieto y Carlos Aparicio, hacía una clara y
patética descripción de la falta de entrenamiento para cubrir un
conflicto bélico cuando recordaba que las muy comentadas agresiones que
sufrieron algunos informadores:
"... a veces fueron causadas por la misma
inexperiencia, porque en México no es común una guerra de guerrillas; no
estamos acostumbrados a cubrir las notas de confrontaciones militares...
Al grupo de reporteros en el que yo me encontraba comúnmente, lo guiaban
los reporteros centroamericanos, porque era gente que sí sabía qué
hacer, porque ya habían vivido situaciones similares.
"Por ejemplo, en una ocasión íbamos (en) dos
vehículos hacia Ocosingo, cuando empezamos a escuchar disparos. Yo, la
verdad me asusté muchísimo y sólo se me ocurrió prender la grabadora. En
cambio un reportero rubio, alto, que venía en el otro vehículo, se salió
de éste y se empezó a internar en la selva.
"Yo me preocupé mucho y aunque no domino el inglés,
empecé a gritarle para que regresara, pero no me entendía. Entonces opté
por hacerle señas para que se agachara o para que se tirara al suelo. Sí
me entendió, a pesar de que luego me dijeron que era yugoeslavo, y se
fue avanzando pecho a tierra. En eso estaba, cuando de repente una vara
se le atoró en la camisa y me dí cuenta de que traía chaleco antibalas y
un equipo similar cubriéndole el cuerpo. Me dije entonces: 'aaah, éste
ya le sabe'.
"Son personas que ya conocen hechos similares. Los de
más experiencia nos decían: 'si salen a la zona del conflicto no salgan
armados, no salgan solos, vayan en convoyes...' Lo que pasaba es que en
el afán de ganar la nota a veces éramos imprudentes. En una ocasión me
enfrenté con un militar, porque no me dejaba pasar. Me dijo 'qué es lo
que quieres', a lo que le contesté que lo que quería era la nota.
Entonces me dijo: 'pues pásale a la nota y por ahí me saludas a mi
comadre la muerte'. Me metí a la suburban que traíamos, nos internamos
en la zona del conflicto unos metros y de repente empezaron a volar
helicópetros con metralletas apuntando hacia nuestro vehículo. Nos dimos
cuenta de que no podríamos avanzar más, y decidí que no quería conocer a
la comadre del militar que nos había advertido del peligro".12
La competencia, es consustancial al periodismo
--pelear por la noticia es síntoma de profesionalismo--. Las acusaciones
gratuitas, riesgosas como en el caso descrito varias páginas atrás,
nunca lo son. Tampoco puede considerarse como profesional la actitud de
quienes, en busca de aparentes exclusivas, fomentaron el comercio de
entrevistas o de imágenes. En varios casos, los enviados de medios,
mexicanos y extranjeros, fueron víctimas de engaños, o de abusos, cuando
aceptaban ofrecer dinero a supuestos intermediarios del EZLN.
En algún momento del conflicto, las declaraciones
llegaron a ser cotizadas de acuerdo con la intensidad de aquellos días.
Juan Carlos Santoyo, reportero de Radio Acir, relataba el 21 de enero
desde San Cristóbal:
"Dicen que en la guerra y en el amor todo se vale,
pero resulta que aquí esto ya entró en práctica: ya tenemos una agencia
de viajes que se denomina Los Anfitriones, que ofrece tours que
cuestan entre 2 mil y 5 mil pesos para ir a la zona de guerra. Pero
resulta que a los compañeros extranjeros, también se les ofrecen
conferencias de prensa con los representantes del EZLN. Eso fue lo que
nos contaron y comprobamos.
"Aquí, en las afueras del hotel, hay dos camionetas
de esta agencia de viajes que están tapizadas con letreros como
'prensa', 'televisión', etcétera, las cuales salen a las 10 de la mañana
con un grupo de reporteros, principalmente extranjeros, que son los que
han mordido el anzuelo. Se los llevan y luego los regresan un poco
tarde. Garantizan, repito, la foto con los guerrilleros y entrevistas en
las que sólo se puede escuchar, a la pregunta de cuántos son, que son
muchos pero con una grosería.
"Sus respuestas no son largas. Al parecer, los
supuestos entrevistados no conocen, pues cuando hay una pregunta
comprometedora dicen que eso lo va a resolver la Comandancia General. De
esta forma, regresan a eso de las 7 u 8 de la noche sin haberse
ensuciado los tenis o el pantalón. Pero no los llevan muy lejos. Se nos
ha dicho que los llevan a unos 30 o 40 kilómetros de San Cristóbal,
donde supuestamente están los miembros del EZLN.
"Como dije, en la guerra todo se vale. Y aquí el
ingenio mexicano ha comenzado a salir".13
Las tarifas de quienes aprovecharon el conflicto y la
urgencia periodística para hacer negocio, eran establecidas en pesos o
en dólares, según se apreciaba en la crónica que, por esas mismas
fechas, ofrecía, también en una radiodifusora, Rubén González Luengas,
el 24 de enero por la mañana:
"Este fin de semana que tuve la oportunidad
nuevamente de estar haciendo algunos reportajes especiales en San
Cristóbal de Las Casas, en Ocosingo y en otras partes, resulta que
también hay la mercadotecnia de la guerrilla. Es decir: 'déme usted mil
dólares y lo llevo con los guerrilleros'. Hay ofertas de algunas
personas para guiar hasta donde están los guerrilleros y lo curioso del
caso es que sí lo hacen. Incluso, hay periodistas que sí pagan. Es una
especie de heroicidad que se está creando; por ejemplo, hay una cadena
de televisión mexicana muy famosa que ha dicho: 'hasta fulana de tal
llegó con la guerrilla'. Ja, ja, ja".14
De la información, a la imaginación. El frío y las
señales del subcomandante
La risa que la candidez profesional o la búsqueda de
notas causaba a otros de sus colegas, podría ser extensiva a los
intentos de informadores para, en ausencia de hechos, adentrarse en la
especulación. En un conflicto que propiciaba tanto despliegue de
imaginación entre los analistas políticos y en general, entre los
mexicanos, los reporteros no sólo no fueron ajenos a ese ejercicio
nacional sino que, ellos mismos, propiciaban y reforzaban la
especulación.
De la información, a la imaginación y de ésta, a la
simplificación del conflicto en las anécdotas más inmediatas, hubo un
frecuente devaneo de algunos reporteros. Las versiones sobre la
identidad del personaje Marcos, dieron lugar lo mismo a revelaciones que
acababan por ser desmentidas que a suposiciones, disfrazadas de
noticias, entre cómicas y patéticas. El ya citado Juan Carlos Santoyo,
enviado de Vector XXI de Radio Acir, imaginaba y comentaba, al
terminar la tercera semana del conflicto, sobre el paradero del
subcomandante:
"Muchos de los reporteros que nos encontramos aquí
hemos llegado a la conclusión de que cuando el subcomandante Marcos
habla de 'este frío', quiere decir que él no se encuentra en la selva
lacandona, como se había estado especulando durante mucho tiempo. ¿Por
qué? Porque el clima de San Cristóbal de Las Casas es muy diferente al
de Ocosingo, por ejemplo. Aquí en San Cristóbal las temperaturas
descienden mucho, son de 6 o 7 grados. Entonces, si el subcomandante
Marcos habla de 'frío', esto nos lleva a la deducción de que no se
encuentra en la selva, sino que está por alguna región boscosa en la
zona de Los Altos y que podría detectarse en un momento dado. Con esta
deducción de todos los reporteros que nos encontramos aquí cubriendo la
información, imaginamos que el subcomandante Marcos se encuentra muy
cerca de la ciudad de San Cristóbal".15
Por lo visto, el personaje Marcos no sólo se burlaba,
dando pistas falsas, de los cuerpos de seguridad que trataban de ubicar
su paradero. También encontraba credibilidad entre los periodistas
quienes, a su vez, involuntariamente desinformaban a los públicos de sus
medios de comunicación.
Quitarle el pasamontañas a Marcos, aunque fuera
metafóricamente, se vuelve obsesión de muchos informadores, lo mismo que
llegar hasta los alzados. Así había quienes, con emoción, explicaban sus
vicisitudes para encontrarse con los neozapatistas, en relatos no
exentos de alguna casi candorosa autogloroficación. Daniel Ruiz,
reportero de Canal 11:
"Verles la cara. Esa era una necesidad. Esa idea
permeó a todos y salimos como nuestra conciencia nos mandaba, a
cualquier lado, a ver a los protagonistas de cerca. En la persecución
del guerrillero se gastaron días de caminata, noches en brechas,
arriesgando todo para poder filmar 'desde algún lugar de la selva',
consultas a comunidades enteras pidiendo permiso 'para poder grabar para
la tele', organizando caravanas que devinieron en tours hasta
donde el taxi llegaba. Muchos invirtieron billetes pagando a guías y
otros derramaron lágrimas en súplicas por autorizaciones para poder
captar unos minutos para la televisión mundial".16
De la emoción, a la glorificación. La pluma y la
vocación imaginativa
Pero además, en la ausencia de noticias auténticas no
sólo vuelan las especulaciones sino, entonces, también las exaltaciones.
A lo largo de los siguientes dos capítulos y, con énfasis en el diario
La Jornada en la última parte de este libro, se describen las
actitudes de emoción, nada diferenciadas de la glorificación, que
algunos informadores y medios asumen respecto de una sola parte de los
actores del conflicto chiapaneco, es decir, de los neozapatistas.
Esa postura, era registrada por el público de cada
medio. No estaba lejana, además, de la búsqueda de audiencias más
amplias, en una competencia si bien profesionalmente poco escrupulosa,
en cambio comercialmente redituable. Era la batalla por el rating,
o por una mayor circulación en el caso de los medios impresos. Sobre
ella, el ya mencionado Riva Palacio escribió en El Financiero del
20 de febrero:
"El camino seguido (por los periodistas) fue el
impresionista, dejando suelta la decodificación de los símbolos para sus
lectores. Por eso, al bajar la tensión y acabarse los balazos, la
originalidad y la búsqueda de ángulos interesantes e iluminadores se han
cedido a la pluma de Marcos, el subcomandante guerrillero".17
Marcos, aún dentro de su chantaje cursi a las
emociones exaltadas, manifiesta mayor búsqueda, más originalidad
incluso, que la mayoría de sus promotores y defensores. Por lo menos, en
su variedad de comunicados y ocurrencias expresa alguna imaginación,
aunque no deja de ser chocante la actitud de arrogancia, disfrazada de
humor pesado y de benevolencia envalentonada --no en balde se trataba de
un personaje armado de una metralleta--.
La mitificación, marcha paralela a la desorientación.
Y esta se produce desde diversas intenciones. Tanto o más que el asombro
voluntarista de algunos reporteros ante Marcos y el EZ, llega a tener
presencia el intento para, sin pruebas, tratar de descalificar la imagen
de ese personaje y de ese grupo, o para rodearlos de vituperios a partir
de mentiras.
Había informaciones falsas cuando se decía que la
Fuerza Aérea Mexicana estaba arrojando bombas y, peor aún, sobre civiles
indefensos. No era cierto. También las había, en las numerosas versiones
que circularon sobre la identidad del llamado subcomandante Marcos,
algunas de las cuales, en el intento para desprestigiarlo, llegan a la
difamación.
Varias publicaciones, especialmente semanarios,
ofrecieron espacio a versiones escandalosas, y a la postre desmentidas,
que aseguraban que Marcos era extranjero y que le encontraban cómplices
también de origen no mexicano. Semanas más tarde el sacerdote jesuita
Carlos Bravo, director de la revista Christus publicó, en un
suplemento del diario Reforma, un recuento sobre las versiones
que circularon en torno a la presunta responsabilidad de un sacerdote y
una religiosa, ambos de origen alemán, en la creación y la dirección del
grupo armado.
La revista Impacto, llegó a presentar como
estruendosa revelación la presencia en el grupo armado de Carlos Lenden
Voll, aparentemente identificado como organizador y que, se decía, tenía
una amante llamada Janina Archimbaum. Más tarde, la revista Epoca
corrige el nombre de quien, así, se llamaría Carlos Lenkersdorf, del
cual dice que es sacerdote jesuita "y le atribuye la misma
responsabilidad". El diario Reforma, el 19 de enero, también se
refirió a Lenkensdorf y a Jeanine Archimbaud, como dos de los
"personajes claves" en la insurrección: uno sería el instructor
principal y la otra, responsable del reclutamiento femenino. Tres días
después, El Heraldo menciona supuestos informes militares en los
que aparecerían "el clérigo alemán Karl Lenkensdorf Schmidt y la monja
canadiense Janine Pauline Archinvand Biazot". Ante esta maraña de
versiones y distracciones, el sacerdote Bravo presentaba las siguientes
aclaraciones:
"Karl Lenkensdorf, alemán, no es sacerdote. Está
casado desde hace 52 años con Godrun Lohmeyer y tiene 67 años. Fue
luterano hasta hace 27 años y es católico desde hace unos 12 años; ha
colaborado con la diócesis desde 1973. Desde 1983 vive en el Distrito
Federal por causa de la enfermedad de su mujer y trabaja en la
traducción de la Biblia al tojolabal".
En tanto, "Jeanine Archimbaud, francesa, tiene más de
65 años. No es religiosa, como se le atribuye. Vino hace unos dos años a
trabajar a Chiapas, donde pensaba morir. Vivía muy modestamente, con su
pensión y su trabajo era conseguir fondos para conseguir medicinas e
implementos médicos para el hospital de San Carlos, en Altamirano. Desde
mayo de 1993 regresó a Canadá. Quien es acusada de reclutar mujeres para
la guerrilla sufre una enfermedad ósea, artritis anquilosante y sufre de
fuertes dolores en la columna. Vivía muy sencillamente con su pensión".18
Las publicaciones que dieron a conocer la feria de
falsedades (a juzgar por las contundentes aclaraciones que hemos citado)
no ofrecieron rectificaciones, y menos disculpas, aunque llama la
atención que una de ellas, el diario Reforma, en aparente aunque
no confesado acto de contrición, haya dado cabida al ensayo del
sacerdote Bravo. Todo eso, no soslaya la intensa presencia de la
iglesia, y no sólo de la facción encabezada por el obispo Samuel Ruiz, a
lo largo de todo el conflicto en Chiapas. Pero una cosa es reconocer (y
discutir, y cuestionar incluso) el protagonismo de la iglesia católica y
sus dirigentes. Y otra, es la fabricación de versiones falsas, que no
hacen más que meter más ruido a un conflicto de por sí lleno de
estridencias retóricas, informativas y desde luego políticas.
TELEVISION:
Credibilidad a la baja, rating todavía inmenso
Si hubiéramos dependido solamente de la televisión
privada, los mexicanos nunca habríamos sabido las dimensiones de la
guerra en Chiapas. Es más: si hubiérmos atendido sólo algunos días (ya
avanzada la primera semana de enero) a cualquiera de los dos principales
noticieros televisivos, tendríamos que haber creído que la guerra ya no
era tal, o quizá que nunca había existido.
El intento para minimizar o soslayar el tamaño y la
extensión geográfica y política de los acontecimientos de Chiapas, así
como la dependencia exclusiva, o casi, de las fuentes oficiales más
rígidas y escuetas, llevó a que en los principales noticieros de la TV
la guerra de enero apareciera como un asunto aislado, disminuído y
prácticamente resuelto. Pero la permanencia del tema Chiapas en esos
espacios, día tras día o casi, indicaba a los televidentes que el
problema continuaba.
No hubo guerra o la hubo disminuída en la TV, pero
los mexicanos buscábamos todas las noches las informaciones de un
conflicto que sabíamos, o adivinábamos, maquillado para su presentación
en la caja electrónica, pero que queríamos ver en imágenes y a todo
color. Si bien las versiones de los reporteros y conductores, tanto en
24 Horas de Televisa como en Hechos de Televisión Azteca
(y, en menor medida, en Enlace de Canal 11) eran
intencionadamente parciales, de cualquier manera retrataban algo del
dramatismo y la tristeza del conflicto en Chiapas.
En varias ocasiones, las escenas de dolor y muerte
son aprovechadas (y entonces sí, exageradas) con propósitos
propagandísticos: hubo quien incluso entrevistó a un muchacho moribundo
en las calles de Ocosingo y luego, simplemente lo dejó tirado, para que
se acabara de morir (este y otros episodios del manejo unilateral,
tramposo y amarillista en la televisión, aparecen detallados en el
siguiente capítulo).
Pero por muy espeluznantes o desconsoladoras que
resultasen las escenas televisivas de la guerra en Chiapas, no siempre
indicaban lo mismo. Las que para una vertiente de interpretación podían
ser imágenes de manipulación o clientelismo, para otros lo eran de
compromiso y heroicidad. Esto sucedía también con las fotografías como
ocurrió con la gráfica, antes comentada, del muchacho muerto junto a un
rifle de madera. También fueron frecuentes las diferencias entre lo que
decían los reporteros y lo que veía el televidente. El comentarista
Ariel González Jiménez encontró, con ojo analítico:
"Hay tantas visiones del conflicto como medios y
públicos en el país. Los que ven televisión tienen una imagen muy
fragmentaria y hasta artificial de lo que pasa. Televisa llegó a
utilizar, por ejemplo, escenas absurdas donde los soldados del Ejército
mexicano corren, supuestamente en plena acción y se colocan, ni más ni
menos, detrás de unos valientes e impasibles camarógrafos de dicha
empresa".19
Preocupada por enfatizar el protagonismo de sus
reporteros, Televisa --especialmente en el noticiero 24 Horas--
descuida la búsqueda de informaciones auténticas, que dieran cuenta de
lo que sucedía en Chipas. La televisión mexicana en general, pero de
manera muy especial esa empresa, abdicaron del derecho a investigar y
así, del deber de informar. Sus principales y casi exclusivas fuentes,
en el transcurso de toda esta fase del conflicto, son las oficiales.
Esa unilateralidad, que no es rara en los medios
electrónicos y sobre todo en la televisión mexicana, sí resultó
contrastante con la variedad de fuentes informativas de las que dispone
(y ofrece) la prensa escrita y, en menor medida, la radio. Los
comunicados del EZLN, incluso con el exceso que suponía publicar en
extenso y cotidianamente las sensibleras epístolas del subcomandante
Marcos, conforman un acercamiento diferente, no sólo complementario sino
incluso contradictorio respecto de aquél que únicamente depende de las
fuentes gubernamentales.
Ante la diversidad de la prensa escrita, los
noticieros de Televisa aparecen planos, repetitivos, sin noticias.
Gracias a ello, es posible que 24 Horas y su conductor dejen la
sensación de que más que asumir una actitud de imparcialidad, toman
parte del lado de los duros en el conflicto chiapaneco. Incluso una
observadora de los medios tan acuciosa como suele ser la profesora
Florence Toussaint, columnista de medios de la revista Proceso,
llegaría a escribir, en un recuento sobre el papel de la comunicación en
este asunto, que:
"Mientras tanto, Jacobo Zabludovsky se convertía en
el mejor vocero de la SEDENA. El noticiario de la noche, luego de una
andanada de declaraciones oficiales, difundía montajes con testimonios
arreglados, editados, con cifras falsas. Hacía votos por la guerra y se
declaraba sin ambages, como Fidel Velázquez, partidario del exterminio
aunque sin decirlo con esa crudeza".20
En realidad, no puede demostrarse que Zabludovsky y
su noticiero estuvieran del lado de los exterminadores en el conflicto
de Chiapas. La posición editorial, cuando la había en 24 Horas,
era de respaldo a las soluciones negociadas y, cuando más, de defensa
del Ejército Mexicano, lo cual no significaba que apoyase la solución
armada. Sí, en cambio, puede reconocerse que la parcialidad en sus
fuentes informativas llega a configurar una opinión adversa, en amplios
sectores de la sociedad, respecto de los noticieros de Televisa. Aunque,
como se advierte más adelante en la síntesis de resultados de algunas
encuestas sobre los medios en esta coyuntura, la mayoría de los
ciudadanos reconoce haberse enterado de los incidentes del conflicto en
Chiapas a través de la televisión y sobre todo en los noticieros de esa
empresa, también se puede apreciar un nuevo rechazo, al menos en zonas
urbanas como la ciudad de México, a la política informativa de Televisa.
No puede decirse que la política informativa de
Televisa, respecto de Chiapas, haya sido de distorsión. No dijo
mentiras. Si acaso, dejó de decir muchas cosas aunque en ejercicio de su
libertad para elegir qué comunica y qué deja de incluir en sus espacios
de noticias.
Pero no fue precisamente por los vacíos de
información que se desarrolló una reacción adversa, en distintos
sectores de la sociedad, respecto de la empresa del señor Emilio
Azcárraga. Fundamentalmente, sucedió que ya existía una disposición en
tales sectores para desconfiar de Televisa y de sus informadores. La
unilateralidad en las fuentes para dar cuenta de lo que ocurría en
Chiapas y la insistencia por aparentar que las cosas no eran tan graves
como se decía en otros medios, fortaleció la impresión de que en 24
Horas y en otros noticieros de esa empresa se decían las cosas a
medias. Más que tergiversaciones, en Televisa existieron omisiones. En
la crisis chiapaneca Televisa cosechó en la animosidad social, en la
desconfianza, que había sembrado durante largos años.
Luego de la sorpresa de las primeras horas, cuando
dio un espacio inusitadamente amplio a las escenas que llegaban de San
Cristóbal --y en las que aparecían los extraños encapuchados del
paliacate rojo, encabezados por el que luego se sabría se hacía llamar
subcomandante Marcos--, la televisión se cerró para sólo difundir,
entonces, la imagen de unos cuantos actores del conflicto. Sólo por
excepción, en los primeros días se mencionaba el nombre del EZLN. Sólo
por necesidad, para que la información fuese comprensible, se daba
espacio a alguna de las declaraciones de ese grupo, hasta que, ya en la
segunda mitad de febrero, las conversaciones en la catedral de San
Cristóbal le dieron alguna institucionalidad reconocida a los nuevos
zapatistas.
La TV, más por costumbre que por intención expresa,
resultó, así, el más oficialista de los medios. El columnista Víctor
Blanco Fornieles, se ocupaba de esta situación, en un texto aparecido el
17 de enero:
"Por un lado (están) los medios electrónicos que por
sí mismos y un poco empujados por el pastoreo de la autoridad, se han
convertido virtualmente en voceros oficiales. Hay diferencias de matiz,
es cierto, es mucho más claro el alineamiento oficialista de la
televisión, que llegó a extremos insufribles; pero en la radio, no se
pudieron encontrar líneas institucionales de verdadera independencia, de
crítica y análisis, a lo más la valiente acción de los reporteros que
están en el campo de batalla y sostienen un mayor compromiso con la
verdad y el derecho de los mexicanos a estar informados".21
Ese compromiso y esa valentía, como hemos visto, no
eran unánimes. Pero el contraste entre la televisión y la radio fue
notorio, como nunca antes, en el desempeño informativo en ocasión del
tema Chiapas. Sin embargo, por mucha variedad que hubiera en la prensa y
por mucha audacia que a pesar de sus autorrestricciones se invirtiera en
la radio, las grandes audiencias siguieron estando delante de la caja
audiovisual. La televisión, con todo y críticos, fue la fuente principal
de informaciones (y de omisiones, en su caso) sobre la crisis
chiapaneca. Un observador profesional de los medios, Francisco Báez
Rodríguez, comentó al respecto que, no en balde, los operadores de
Televisa no se mostraban apurados por atender a los cuestionamientos que
desde la sociedad crítica, pero minoritaria, se les formularon de nueva
cuenta:
"Es lugar común decir que en este conflicto los
medios impresos le han dado hasta por las orejas a la televisión, con la
radio ubicada en el limbo, al no poder ser ni tan analítica ni tan
espectacular. Es cierto, pero hay que relativizarlo: por más que hayan
subido los tirajes y la venta de varios diarios y semanarios, por más
bajo que haya caído el prestigio de '24 Horas', no hay todavía
comparación entre lo que significan un día de ventas de cualquier medio
impreso y un punto de rating en televisión abierta. Esta
certidumbre y la de su ventaja original en público, es la que mantiene
impertérrito a Zabludovsky y son las proporciones en los ratings,
más que cualquier otra cosa, lo que determina el cauteloso zigzagueo de
Televisión Azteca, la apertura de Enlace y la agresividad
competitiva de Multivisión."22
Televisa, así, se encerró en las fórmulas
tradicionales. Televisión Azteca pareció querer imitarla pero más que
público, compartió los cuestionamientos contra la empresa de Avenida
Chapultepec. El Canal 11, del Instituto Politécnico, en algunos momentos
mostró cierta autonomía respecto de los esquemas de sus competidoras
comerciales, aunque por limitaciones técnicas o indecisiones políticas,
perdió la oportunidad de perfilarse como una televisora auténticamente
pública. Multivisión, el sistema de televisión codificada que gana
adeptos en contraste con la televisión por cable propiedad de Televisa,
desplegó contenidos originales sobre todo cuando a comienzos de febrero
transmitió en varias partes una entrevista que el realizador Epigmenio
Ibarra le había hecho al subcomandante Marcos.
No puede decirse que la televisión, como medio, haya
ganado audiencias con el asunto de Chiapas. Ya tenía a los espectadores.
Simplemente les ofreció un espectáculo nuevo, aunque de manera tan
intencionadamente anticlimática que, si alguna intensidad tuvo la guerra
chiapaneca para los televidentes, fue en ocasión de las escenas más
dramáticas, que no conformaban un panorama complejo ni coherente.
Por otro lado, los espectadores de vocación más
crítica, al menos en algún segmento de ellos, aparte de la televisión
tenían acceso a otros medios: allí se encuentra una buena porción de
quienes, siendo minoría, consumen la prensa escrita. Incluso en el campo
de la TV, hay una creciente aunque proporcionalmente pequeña cantidad de
ciudadanos que a través de antenas parabólicas o por alguno de los
servicios de televisión de paga, reciben señales del extranjero. Todo
ello les permitió comprobar, comparándola, la pobreza informativa de la
televisión mexicana (aunque en el asunto Chiapas, los medios del
extranjero, entre ellos la televisión de Estados Unidos, pocas veces
fueron profesionales: informaban del conflicto pero a menudo con matices
folclóricos, o de gran desconocimiento sobre la situación de México).
La televisión, en términos generales, si bien fue el
medio con más opciones técnicas y posibilidad de propagación, eligió la
ensimismante comodidad de los boletines, antes que la arriesgada audacia
de la investigación. Se autorrestringió, editó imágenes, recortó
versiones, pospuso informaciones. Le ganó la radio.
LA RADIO
En el caudal noticioso: no todo lo que se oye es
cierto
Sin las autolimitaciones de la televisión y sin la
lentitud de la prensa escrita, la radio tuvo más versatilidad para
informar, para crear sensaciones y respuestas, para ofrecer el pulso del
conflicto cuando ése se encontraba en su apogeo armado... también tuvo
más grandes y más frecuentes ocasiones para distorsionar, para propagar
el rumor antes que la versión confirmada (o para enfrentar rumores,
ocasionalmente) para perturbar, para confundir.
El rumor, puede decirse, igual que la confusión es
consustancial a las crisis y, desde luego, a las situaciones de
enfrentamiento bélico. Dominique Wolton ha considerado, a partir de la
experiencia del conflicto en El Pérsico, que la abundancia de
informaciones no es necesariamente dique, sino a veces cauce, para la
propagación de versiones infundadas, pero socialmente exitosas.
"No hay informaciones sin rumores, ésta es sin duda
la gran lección de esta guerra. 'Cuanta más información hay, más rumores
hay' es una de las leyes más paradójicas de las mutaciones actuales. No
obstante, la historia de la prensa, y mucho más la teoría de la
democracia pluralista y hasta del recionalismo occidental, atestiguan
que la información es el medio de hacer retroceder el secreto y el
rumor. La ecuación es simple: el secreto y el rumor son patrimonio de
una situación sin publicidad, en el sentido etimológico del término. La
constitución de un espacio público, el reconocimiento de la libertad de
prensa y de expresión, la existencia de una prensa libre y
contradictoria y la discusión pública aseguran progresivamente la
victoria de la información contra la ignorancia, los prejuicios, el
secreto y los rumores".23
La radio mexicana en el asunto Chiapas, si bien con
más flexibilidad y así con mayor posibilidad de búsqueda y creatividad
que la televisión, no dejó de estar libre de rumores. Cuando, hacia el 8
de enero, ocurrió un atentado en la ciudad de México, a muchas
radiodifusoras les fue difícil actuar con responsabilidad ante la oleada
de versiones, malintencionadas o no, que llovieron a través de sus
teléfonos. Como ya había ocurrido una explosión, en el estacionamiento
de un centro comercial, era sencillo suponer que habría otras más y en
diversos espacios informativos proliferaron las noticias sobre supuestas
bombas en las más variadas instalaciones públicas. Pero también sucedió
que algunos informadores, como se indica más adelante, decidieron no
transmitir notas que no estuvieran plenamente comprobadas. Quizá no hubo
informador en la radio que no estuviera a salvo de la improvisación y la
confusión, caminos ambos que suelen llevar a la distorsión. Pero hubo de
todo.
Sobre todo, aún en los noticieros más exitosos, las
descripciones de la situación en Chiapas son caóticas, sin elementos
orientadores, porque no tienen marcos de referencia claros. No hay un
solo noticiero radiofónico absolutamente comprometido con el gobierno y
el Ejército mexicanos --cada uno busca su dosis o su momento de
autonomía-- y desde luego no lo hay que sea incondicional del EZLN. Pero
tampoco hay un contexto de autorresponsabilidad explícita, de tal forma
que son el criterio personal de cada conductor, o sus intuiciones, lo
que van orientando el desarrollo de la información.
El ya mencionado Ariel González Jiménez, consideró
sobre este medio que junto con estilos propios de otros momentos, había
una intensa disputa por el auditorio, más allá de consideraciones
sociales o de interés público:
"La radio no tiene pierde. Algunos locutores y
comentaristas simplemente han subido de tono, creyendo que en los
tiempos de crisis eso es lo que viene bien y lo que es más fácilmente
asimilado por los radioescuchas. Y si enmedio de esta excitación
radiofómica se cuela un comentario irresponsable, ni modo, el rating
es el rating. En esta lógica, el precio por minuto de
comercialización resulta más importante que la veracidad".24
LA PRENSA heterogénea: Cuando cada portada es un
mundo
La mayor diversidad que, en términos empresariales e
ideológicos, hay en la prensa escrita, permitió que en comparación con
los medios electrónicos los diarios mostraran un tratamiento informativo
más heterogéneo en la crisis chiapaneca. En los diarios hubo
indudablemente más información, tan sólo porque en una plana, por
ejemplo, de Excélsior, cabe una cantidad de noticias mayor que en
media hora de transmisiones por radio o TV. No siempre la abundancia de
espacio significó --igual que hemos visto con la radio-- más exactitud o
responsabilidad. Sin embargo, quienes quisieron estar al menos
medianamente enterados de lo que sucedía en Chiapas, igual que en otros
asuntos, tuvieron que acudir a las páginas de la prensa.
El hecho de que haya muchos diarios en la ciudad de
México, aparentemente significaría que, así, puede contarse con mayor
versatilidad editorial. Pero ello también implica que los lectores no
puedan bastarse con uno solo diario y que, en consecuencia, tengan que
acudir a varios, cotidianamente, para tener un panorama medianamente
confiable de lo que ocurre.
Con todo, en el conflicto de Chiapas hubo
tratamientos informativos radicalmente diferentes: desde la exigencia de
represión al EZLN que pudo apreciarse, por ejemplo, en algunos textos de
El Heraldo de México o en varios diarios de provincia, hasta el
aplauso virtualmente incondicional que ese grupo armado llegó a suscitar
en los editores de La Jornada. No nos referimos únicamente a las
posiciones editoriales ni a las de quienes, bajo su responsabilidad,
opinan en los diarios. En este sentido, el conflicto en Chiapas confirmó
la posibilidad de opinión libre que hace tiempo existe en México, en la
prensa escrita (con excepciones que suelen ser denunciadas o señaladas).
Los articulistas, ante la crisis chiapaneca, pudieron desplegar textos
inquisitivos, imaginativos, críticos en todos los sentidos e incluso
asumiendo las más diversas adhesiones. Hubo quienes aplaudieron el
surgimiento, la causa y los métodos del EZLN, en una apología de la
violencia que nunca se había visto en la historia contemporánea del país
pero que no tuvo obstáculo alguno para manifestarse. Otros,
contribuyeron a entender el conflicto señalando antecedentes,
implicaciones y posibles escenarios. Otros más, condenaron a tal grado
al neozapatismo que, distantes de la cautela que singularizó a las
posiciones del gobierno en este asunto, incluso demandaron soluciones de
fuerza. Las opiniones en favor del EZLN fueron tan notables, que en
algunos círculos de opinión llegaron a crear la impresión de que había
un respaldo amplio a ese grupo. Las opiniones discrepantes, sin
suficientes puntos de convergencia, aparecieron aisladas aunque eran
numerosas. Un recuento de los puntos de vista que, independientemente de
otras simpatías, coincidían en la preocupación e incluso en la condena
respecto de la violencia, apareció publicado en el ya mencionado libro
Chiapas, la guerra de las ideas.25
Así, cuando apuntamos que la diversidad de la prensa
mexicana (también incluímos en esta revisión a varios diarios del
interior del país) coincidió con posiciones editoriales distintas
respecto del conflicto en Chiapas, no nos referimos únicamente a los
puntos de vista, institucionales o personales, sino al manejo mismo de
la información. Lejos de cualquier objetividad, el conjunto de los
principales diarios nos ofrecía tal colección de panoramas que parecía
que, en algunos de ellos, estábamos ante un acontecimiento diferente del
que narraban otros. Si hubiésemos dependido sólo de la prensa escrita,
hubiéramos tenido varias guerras en Chiapas. Una, en la que no pasaba
nada, o casi nada. Otra, en la que parecía que estaba ocurriendo una
masacre de campesinos indígenas, término que fue empleado en la
presentación de varias noticias. Otra más, en donde no había mas que
medidas de responsabilidad profesional y abnegación patriótica por parte
de los funcionarios locales y federales. Varios de los principales
diarios fungieron como receptáculos, y a la vez nuevos propagadores, de
las versiones incompletas, o distorsionadas, que sobre el conflicto
armado se daban en los medios electrónicos, o en los despachos de
agencias de prensa.
La exageración, que siempre es una forma de
manipulación informativa y, de allí, la distorsión de lo que sucedía en
Chiapas, ampliamente documentada en los siguientes capítulos de este
libro, no era exclusiva de la prensa mexicana. Numerosos medios del
exterior, tanto impresos como electrónicos, dieron cabida a las
versiones de mayor alarma, o que al describir el conflicto como asunto
antropológico o folclórico lo minimizaban o presentaban sin contexto
alguno. En los Estados Unidos, la prensa desplegó versiones tan
exageradas, en los primeros días de enero, que bien podía pensarse que
en México estaba ocurriendo una crisis nacional. El corresponsal Rodolfo
Medina, llegó a escribir desde Washington: "Uno aquí podría creer que de
veras es 'la revolución' si se fiara de los medios de comunicación
estadunidenses".26 El asunto no era menor, pero tampoco tenía
las dimensiones que inicialmente le atribuyeron incluso los diarios
considerados como más serios en aquél país.
En Europa, el desconocimiento de lo que es México, y
por tanto de lo que sucedía en nuestro país, tomó dimensiones como las
que señalamos en las primeras páginas de este capítulo. A propósito de
esa conducta informativa, especialmente en los medios de Italia, la
profesora Luisa Pranzetti, de la Universidad de Roma, declaró a Jorge
Gutiérrez Chávez, de El Nacional:
"Dejando claro que las reivindicaciones del Ejército
Zapatista, no la violencia, son inobjetables, creo que en Italia sigue
existiendo una gran ignorancia frente a los problemas de América Latina.
Los diarios, entrando en el tema, hablaron... de México como Sudamérica.
En razón de esta ignorancia y de la visión folclórica que daban al país,
se escribieron artículos sobre México donde se confundían los perfiles y
sus diferentes planos políticos, étnicos e ideológicos. Se equiparó el
número de la población indígena mexicana con la guatemalteca... se
volvió a reproducir una visión maniquea cargada de folclor a la cual
ustedes (los periodistas) también contribuyen. En una transmisión
televisiva (el "Maurizio Constanzo Show", uno de los programas de mayor
difusión en Italia) un periodista mexicano apareció vestido con un
'poncho' para informar y 'analizar' lo ocurrido en Chiapas. Esta imagen
folclórica, que no corresponde a la realidad mexicana, esconde una
visión maniquea del problema ya que sugiere 'veladamente' que o se está
con los indios y en contra del gobierno o viceversa, subrayando así
ideologías que este movimiento, creo, no tiene".27
Tales conductas, discutibles en la prensa de un país
que se presume culto como es Italia, fueron todavía más perjudiciales, o
distorsionadoras, dentro de México. Pero además, la prensa mexicana, tan
dada a la autocomplacencia, prácticamente para nada ejerció, consigo
misma, las posiciones críticas que suele tener respecto de otros actores
sociales, o del poder político. En México, con la prensa que, ya fuera
en la derecha o en la izquierda --o en lo que queda de esos referentes
ideológicos-- presentó imágenes poco escrupulosas del conflicto
chiapaneco, ha existido poco rigor crítico. Esto se debe entre otras
cosas a que, en la prensa, suelen ser pocas las actitudes analíticas
respecto de ella misma. Igual que en la situación francesa, descrita con
tanto rigor por Wolton, en México sucede que:
"La prensa ha adquirido muy malas costumbres: no
aprecia para nada que la critiquen, a pesar de que se arroga
cotidianamente este derecho con respecto a todos. Considerando que se
beneficia de una especie de inmunidad, está pronta a denunciar en las
críticas de las que es objeto un atentado a la libertad de prensa y
finalmente a la democracia".28
¿Cuántas publicaciones, o periodistas mexicanos,
reaccionan de manera parecida a los detentadores de esa aparente
inmunidad que, para el caso francés, se describe en las anteriores
líneas? Pero también hay excepciones respecto de la mencionada
autocomplacencia. Uno de los diarios que buscaron mayor cuidado en el
tratamiento de la información respecto de Chiapas (y que
desgraciadamente, por motivos técnicos, no pudimos incluir en la
revisión puntual de diarios de la ciudad de México que hicimos para este
libro) fue El Día. En una de sus posiciones editoriales, este
periódico llegó a advertir, en los excesos de otros medios, una
desfiguración de la cultura política ciudadana:
"Desafortunadamente, en algunos casos, el manejo
informativo pareciera estar conducido por una especie de amarillismo
político que busca aumentar las ventas de un público ávido de periódicos
como en pocas ocasiones anteriores. Si bien, hay que reconocer que todos
los diarios han visto aumentar sus ventas a lo largo de estos días... La
prensa escrita ha jugado un importante papel, con aciertos y en
ocasiones desaciertos. El esfuerzo por mantener informada a la opinión
pública ha sido extraordinario".29
Y en efecto, todas las publicaciones de información
política, pero especialmente aquellas que hicieron del asunto de Chiapas
una causa propia, editorial, aumentaron sus ventas en los primeros días
de enero. El caso más conocido fue el del diario La Jornada que,
teniendo en circunstancias normales una edición diaria de, posiblemente,
50 mil ejemplares, el jueves 13 de enero manifiesta, en primera plana:
"esta edición consta de 164 mil ejemplares". Fue evidente que la guerra
chiapaneca ayudó a que los diarios circularan más, aunque hay que
advertir que las cifras sobre tiraje no significan que esos sean los
ejemplares que se venden, o que se leen (de ellas, hay que descontar la
devolución de ejemplares no vendidos, que suele ser alta). En todo caso,
La Jornada y otros medios aumentaron sus lectores, al menos en
aquellos días. Pero más tiraje no es sinónimo (incluso llega a ser lo
contrario) de mayor claridad. Con razón, el periodista Raymundo Riva
Palacio consideraba, al respecto:
"Es cierto que los periódicos y las revistas
aumentaron significativamente su circulación, pero es de preverse que la
mayoría de los nuevos lectores serán efímeros y regresarán a sus canales
habituales para informarse, porque la prensa no les está ofreciendo
alternativas de lectura. Los periódicos se leyeron más en el mes de
enero por el interés natural del acontecimiento y en la medida que éste
se apague, disminuirá la circulación de los diarios".30
Así --siempre, pero sobre todo en situaciones límite
como la que propició la guerra en Chiapas-- hay medios y fines. Y nadie
se queda en medio. Los diarios, más incluso que los medios electrónicos,
asumen posiciones tanto en sus énfasis como en sus omisiones. Lo mismo
en sus insistencias que en sus amnesias. Varios diarios y revistas,
expresan simpatía o descalificación abiertas por el EZLN, lo mismo en la
célebre definición editorial de La Jornada que llegó a considerar
que los indígenas de Chiapas son "los hombres verdaderos", que en la
sugerencia del diario Ocho Columnas de Guadalajara para que el
gobierno y el Ejército mexicanos asumieran una línea dura, de exterminio
sobre el EZLN. Sobre esta polarización en los medios, la politóloga
Soledad Loaeza escribía, el 14 de febrero, en Reforma:
"En estas semanas el talante oposicionista de una
proporción muy importante de la prensa evoca los excesos en que
incurrieron los periódicos durante la presidencia de Madero, y su
responsabilidad en la creación de una atmósfera irrespirable, cargada de
antipatías personales y antagonismos irreconciliables... El imperio de
la opinión pública es sobre todo temible hoy en México porque las
instituciones existentes están muy desacreditadas, muy débiles, o no
funcionan, mientras que partidos y gobierno buscan mimetizarse con la
opinión, y las reglas del juego político aún no se han definido...".31
Tales excesos y antagonismos, a veces surgían de las
definiciones explícitas, políticas, de medios de información que
decidían allanarse a una u otra posiciones en el conflicto. Pero tampoco
estuvo ausente, como se relataba antes, la búsqueda de centralidad de
diversos informadores que, en el afán de proporcionar exclusivas o de
presentarse a sí mismos como copartícipes del acontecimiento histórico
que relataban tratan de convertirse, de reporteros y cronistas, en
protagonistas. Un caso al respecto, fue narrado por Rubén Alvarez
Mendiola, periodista de ya larga experiencia con todo y su juventud y
ahora director general de la agencia de noticias Notimex y que
describió, con ironía, la situación de un colega suyo que, de pronto, se
consideró actor y no sólo testigo de la guerra en Chiapas:
"Un periodista y ex compañero de redacción, se hizo
publicar una fotografía al lado del llamado mayor Mario, quien posó de
frente con su fusil AK-47 (o el que haya sido). El periodista junto al
neozapatista parecía decirnos que después de tres años de intensa
cobertura de esa Guerra Popular Prolongada chiapaneca, de tardes y
noches de hastío, de complicidades con 'orejas' y 'soplones', de hambres
y penurias a las que todo periodista debe estar siempre dispuesto con
tal de ganar la nota, de simpatía con la causa de los rebeldes y tras
haber caminado semanas enteras con la frágil promesa de que sería
recibido por la alta comandancia del Vietcong, finalmente pudo ver y
entrevistar a Ho-Chi-Min.
"Pero no. El mayor Mario se dedicó a dar entrevistas
a cuanto pelado se le puso enfrente y a posar para las cámaras de cuanto
fotógrafo se le cruzó en su camino. La 'exclusiva' con Mario se
convirtió así en una pachanga de varios periodistas que no cayeron en la
cuenta de que ese mayor, como más tarde se vería, estaba compitiendo con
el subcomandante Marcos por los reflectores".32
Objetividad debilitada, sociedad aún así atenta
Medios e informadores que propagaron una atmósfera
cargada de enconos, reporteros que buscaban el reflector más que la
noticia, versiones exageradas, trabajo apresurado, fotografías trucadas,
formaron parte de la cobertura de los acontecimientos a comienzos de
1994 en Chiapas. Este recuento, como señalamos antes, no pretende que
todo el comportamiento de los medios y los informadores, mexicanos y
extranjeros, padeciera tantas cojeras respecto de su profesionalismo,
acuciosidad y ética. Ciertamente hubo centenares, quizá millares de
reporteros, fotógrafos, cronistas, camarógrafos, sonidistas, editores y
otros enviados, que hicieron su trabajo sin espectacularidad artificial
y sin protagonismo desinformador.
Los medios, en el conflicto chiapaneco, no dejaron de
ser, como son siempre, ecos, o espejos de reaciones, temores, sorpresas,
adhesiones y contracciones y contradicciones en la sociedad. Pero
también, en una conducta que no es exclusiva del caso Chiapas pero que
en esta oportunidad se manifestó con una intensidad deformadora pocas
veces vista en México, los medios propiciaron algunas de esas conductas:
no sólo las transmitieron mecánicamente.
El ya varias veces citado Raymundo Riva Palacio
escribía, sobre la mezcla de confusiones y errores en los medios, al
terminar la tercera semana del conflicto:
"Medios electrónicos e impresos han volcado intereses
e ideologías en contra de la objetividad. Botones de muestra abundan:
"-El articulista de un periódico capitalino aseguró
que la rebelión en Chiapas era, indiscutiblemente, promovida por fuerzas
extranjeras porque, argumentó, los indígenas eran genéticamente
incapaces de rebelarse.
"-El columnista de otro periódico, en flaco favor al
gobierno, dijo que pecaban de románticos aquellos que se atrevían a
proponerle al gobierno un cese al fuego unilateral, el mismísimo día que
el presidente Carlos Salinas de Gortari anunciaba la medida. Al día
siguiente, bajo la misma técnica de borrón y cuenta nueva, el mismo
columnista aplaudió la iniciativa tras un acto de desmemoria
intempestiva.
"-El comentarista de un noticierio de radio, increpó
a un candidato a la Presidencia que llamó guerrilla al Ejército
Zapatista de Liberación Nacional y le cuestionó que los identificara de
esa manera. Hasta hoy en día, ese comentarista sigue considerando al
movimiento insurgente como un grupo de "alzados".33
Estas pifias, que son algo más que errores resultado
de la intensidad informativa, curiosamente no parecieron afectar la
credibilidad de los medios, en términos generales. Pero el manejo
periodístico (los manejos, es mejor decir, en plural) durante el
conflicto de Chiapas, permitió apreciar lo mismo contradicciones y
errores en la información, que la dependencia de los públicos respecto
de los medios de mayores audiencias. Es curioso, y sintomático: la
mayoría de los ciudadanos, de acuerdo con diversos estudios de opinión,
consideró que los medios se desempeñaban con parcialidad al informar
sobre la crisis en Chiapas. Sin embargo, la mayoría también, estuvieron
conformes en depender de esos mismos medios.
El suplemento "Enfoque", del diario Reforma, a
partir de una encuesta conformada por mil entrevistas levantadas a
domicilio en el Distrito Federal, señalaba el 20 de marzo que entre los
capitalinos había la impresión de que las noticias sobre Chiapas eran
alteradas y mostraban una reacción en general desfavorable a los medios.34
A la pregunta "¿Considera que la información sobre Chiapas ha sido
transmitida por los medios de comunicación de manera objetiva o
manipulada?", se registraban las siguientes respuestas:
Objetiva....................................29%
Manipulada...............................66%
No
sabe......................................5%
Pero más adelante, cuando les preguntaban "¿Considera
que la información sobre Chiapas ha sido transmitida por los medios de
comunicación de manera verdadera o falsa?", los encuestados por ofrecían
las siguientes respuestas:
Verdadera...................................39%
Falsa...........................................56%
No
sabe........................................6%
Al mismo tiempo, se reconocía una enorme supremacía
de la televisión como medio preferido por los capitalinos para
enterarse. A la interrogante "¿Por qué medio de comunicación se informó
usted del conflicto en Chiapas?", la encuesta de Reforma confirmó
la amplia preponderancia televisva, aunque también dio cuenta de un
porcentaje ligera pero extrañamente más alto para la lectura de diarios,
en comparación con la atención a la radio:
Televisión....................................................82%
Radio..........................................................32%
Prensa........................................................34%
Conversación con parientes y
amigos.........7%
No se
enteró................................................1%
Desde luego, hubo entrevistados que eligieron más de
una opción y así aparecen en el cuadro anterior. Por lo que respecta a
la TV, la misma encuesta preguntó de cada una de las siguientes cadenas
(Televisa, Azteca y Multivisión) "¿cómo juzga el papel informativo en el
conflicto de Chiapas?". Este es el cuadro de resultados que ofreció
Reforma:
|
Televisa |
Televisión Azteca |
Multivisión |
Adecuado |
43% |
49% |
27% |
Inadecuado |
53% |
24% |
8% |
No la vio |
1% |
22% |
50% |
No sabe |
2% |
5% |
16% |
La representatividad precisa de la encuesta de
Reforma es difícil de evaluar, porque no ofrece precisiones
metodológicas suficientes. Pero en las tendencias que muestra puede
resultar significativa, primero, del amplio conocimiento que entre los
habitantes de la capital del país hubo sobre los acontecimientos de
Chiapas y, en segundo lugar, del consumo diferenciado de medios que
ocurrió para informarse de ese acontecimiento. Allí se reitera la
preponderancia de la televisión (el 82%, según tales resultados) sobre
otros medios, como recurso más empleado. Al mismo tiempo llama la
atención la baja credibilidad que, a pesar de ser tan atendida, les
merece la misma televisión a los encuestados: el 66% considera que
manipula las noticias y, el 56%, que dice mentiras.
En la apreciación en donde se distingue a una y otra
empresas de televisión, aparece una posición especialmente crítica
respecto de Televisa (más de la mitad consideró inadecuado su manejo
informativo, en comparación con el apenas 24% que asigna ese
calificativo a los noticieros de Televisión Azteca). Los sesgos de la
encuesta pueden advertirse en la gran cantidad de entrevistados que
manifiestan alguna opinión sobre Multivisión, que es un servicio de
televisión codificada, que sólo puede recibirse mediante suscripción y
que, a pesar de su vertiginoso crecimiento en pocos años, a comienzos de
1994 no llegaba siquiera a 200 mil hogares en el Valle de México; no
obstante, las respuestas que dicen conocer a ese sistema sugieren que
entre los entrevistados hubo quienes respondieron sin contar con tal
servicio, o quizá confundiéndola con Imevisión --que es el nombre que
antes de ser privatizada, cuando todavía era propiedad del gobierno,
tenía la actual Televisión Azteca--. Con todo, la encuesta de Reforma
es la única, de entre las publicadas en el periodo que hemos
revisado, en donde se manifiesta alguna información sobre la apreciación
de medios en torno a la crisis en Chiapas.
Entre decir lo que es y decir lo que queremos que sea
En el conflicto de Chiapas, que fue también conflicto
en los medios, pudo reiterarse que en materia de información, la
claridad va hermanada de la ética, y viceversa. No queremos decir que la
acuciosidad informativa sea la única garantía de comportamiento
profesional escrupuloso pero sí que en el episodio chiapaneco, de la
misma manera que cada vez más en la relación entre medios, sociedad y
política, es deseable, aunque no siempre identificable, una conducta que
parta de criterios plenamente claros para la sociedad. A este respecto,
el ya citado editorial de El Día, señalaba que:
"En las actuales circunstancias, el periodismo
nacional tiene un compromiso ético en primer lugar de decir lo que es y
no lo que queremos que sea. Es decir, en primerísimo lugar, de
informar".
En otros términos, como dice la conocida publicidad
del diario El Heraldo de México, sería deseable, y exigible, que
los medios transmitieran la realidad tal como es, aunque por cierto ese
periódico no fue precisamente el más escrupuloso en su cobertura
informativa de los acontecimientos de Chiapas.
El balance del desempeño de los medios en Chiapas no
puede, claro, limitarse a la revisión de conductas como las que hemos
señalado. Numerosos informadores y medios, tuvieron un desempeño
profesional y cuidadoso. Pero esa no fue una actitud unánime, en un
panorama en donde los prejuicios ideológicos, las simpatías
prestablecidas o repentinas y la competencia no siempre del todo
profesional para dar las noticias antes que otros, fueron algunos de los
factores que contribuyeron para que, en la confusión de hechos, los
medios, por lo general, estuvieran distantes de procurar claridad para
la sociedad. Hubo una enorme complejidad de reacciones e inflexiones que
son motivo de la parte principal de este libro.
A partir de esas conductas, puede pensarse que cada
vez resulta más necesario que, junto con la reforma legal tanto tiempo
postergada para modernizar y democratizar el desempeño de los medios de
comunicación de masas, en México tengamos una reforma ética para los
propios medios. Esta reforma ética, no dependería de los ordenamientos
jurídicos, sino de los compromisos explíticos que los informadores y sus
empresas de comunicación fueran capaces de asumir con sus respectivos
públicos y, de manera más amplia, con la sociedad toda. Mecanismos, hay
varios en esa dirección. La creación de códigos de ética es el más
importante y puede estar complementado con la existencia de defensores
de los lectores, de los radioescuchas o los televidentes, entre otros
recursos que no son novedosos en distintos países pero que, en México,
han tardado en establecerse y sobre todo en ser aceptados y extenderse.
Los medios pueden ser formidables palancas para la democracia mexicana.
Pero si no asumen actidudes de autocrítica y, consiguientemente, de
autocorrección de sus desempeños profesionales (o ante las carencias de
ellos) lejos de propagar una cultura democrática, pueden llegar a ser
nuevos diques para ella.
En Chiapas, importantes e influyentes medios
mexicanos --y como hemos visto también del extranjero-- buscaron el
ángulo novedoso y prefirieron favorecer, beneficiándose, el escándalo
ante un conflicto que ya era de por sí incendiario. Medios y públicos,
padecieron una saturación de noticias (o de versiones que aparecían como
noticias) enmedio de la cual era terriblemente difícil discriminar, para
saber en dónde terminaban los hechos y dónde comenzaban las versiones no
comprobadas. Hubo, en palabras de El Hassan Achabbar, dirigente de los
corresponsales extranjeros en nuestro país, un peculiar problema de
hiperinformación:
"Durante los primeros dos meses del conflicto
chiapaneco no hubo el tipo de censura tradicional u ortodoxa. Sin
embargo si se presentó otro lastre más útil, más eficaz y efectivo: la
hiperinformación. A ello contribuyeron todos: los medios locales, el
gobierno y los protagonistas. Hiperinformación para ahogar los
acontecimientos del sur y para que nadie, en cierta medida, pudiera
seguir el hilo conductor... En la Guerra del Golfo no había manera de
conseguir información. En Chiapas había todo tipo de informaciones al
grado de llegar a una hiperinformación".36
Paradójicamente, la falta de controles sobre la
información, reconocida incluso por los nada condescendientes
corresponsales extranjeros, no significó necesariamente mayor despliegue
de profesionalismo, sino en ocasiones confusión. Mucha información, no
es garantía de buena información. Abundancia de hechos, no significa
forzosamente claridad en la propagación ni en la interpretación de
ellos. La guerra de Chiapas --guerra en los medios-- ha sido, para
México, una experiencia inédita en muchos sentidos. También en el plano
de la comunicación, en donde se pudieron advertir logros y
contribuciones, junto con acciones y omisiones que, en una revisión
panorámica, se presentan en el resto de este libro.